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Sus medias naranjas


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AQUELLA tarde, cuando se encontraron a solas en el guardarropas mirándose frente a frente, el abrigo anaranjado de señora y la gabardina azul de caballero no pudieron evitar sentirse profundamente turbados. Ninguno de los dos había estado nunca antes a solas en un guardarropas con una prenda de vestir del otro sexo y ahora ambos se sentían igual que si estuviesen completamente desnudos; si no se sonrojaron fue sencillamente porque carecían de rostro, de piel -a decir verdad, y afortunadamente para, entre otros seres vivos del reino animal, las chinchillas, ambos habían sido fabricados con fibra sintética al cien por cien- e, incluso, de ojos que les permitiesen percibir el rubor ajeno. No obstante, ninguno de los dos era capaz de apartar sus pupilas de las del otro y bien pronto, como ha sucedido siempre que un abrigo anaranjado de señora y una gabardina azul de caballero se han encontrado por primera vez a solas en un guardarropas, comenzaron a intimar.


Tampoco fue necesario mucho tiempo para que se desatasen como un alud los chismorreos al respecto. Todo comenzó cuando un impermeable rojo de nailon comentó a una camisa de seda a rayas verticales verdes y negras que aquella relación libidinosa y soez era, amén de pecaminosa, toda una inmoralidad y que era necesario hacer algo al respecto; al fin y al cabo, la gabardina azul de caballero hacía tiempo que mantenía una relación estable con un traje de pana gris marengo y bajo ningún concepto podía permitirse que aquel vulgar abrigo anaranjado de señora la pusiese en peligro alguno.


-No es más que una libertina y sucia ramera -gritó indignada la camisa de seda.


-Sí. Y, además, desde que se separó del vestido rojo con el que convivió tantos años, nunca se la había visto tan feliz como ahora -replicó el impermeable, cegado por la envidia y la ira.


Sólo unas horas después, arengada y capitaneada por el sanguinario impermeable de nailon, una voraz e irracional turbamulta formada por chaquetas, faldas, bufandas, corbatas, chalecos, sombreros, calcetines, camisas y todo tipo de prendas y complementos de vestir irrumpía en el guardarropas donde, en esos instantes, el abrigo anaranjado de señora y la gabardina azul de caballero charlaban amigablemente.


-¡Veis! -gritó roja de cólera la camisa de seda a rayas verticales verdes y negras-, han estado haciendo el amor a escondidas. Esto supone un escándalo inaceptable. ¡Castigo a los pecadores!


Y fue así como, mientras el abrigo anaranjado de señora y la gabardina azul de caballero, sin dejar de mirarse por un instante, se consumían en la hoguera de la falsa moral y la intolerancia; afuera, tan sólo cubiertos por los ásperos ropajes del odio, aquéllos que se habían abrigado con ellos, hacían impúdicamente la guerra con el crepúsculo anunciándose sin que nada ni nadie creyese necesario censurarlos.


Ilustración: Vladimir Kush.

archivado en:
MANUEL RUBIALES REQUEJO
MANUEL RUBIALES REQUEJO dice:
24/07/2009 20:14

Lo más impúdico, como siempre, se muestra abiertamente, lo bello debe pertenecer a escondidas, y puede que así sea mejor, no sería bueno mancillar la belleza con pendejadas.
Unas caballitas asás con piriñaca y tintorro de verano.