Piedra, papel y tijera
Su paso era ahora, de pronto, mucho más ligero. Casi flotaba. Se hallaba en el campo mágico de Parménides: disfrutaba de la dulce levedad del ser.
Milan Kundera
Crepúsculo vespertino
maduro en la materia inerme
de palabras vacuas y agujeros.
Quásares densos y pesados,
de agridulce regusto a vacío
grave
que a borbotones anega.
Oscuridad y luz tocándose,
ásperas,
fundiéndose en confines nauseabundos
que proclaman
la ceguera prematura del verbo leve,
podredumbre de una noche fría
ahíta de mercurio y de muñones.
País sin nación ni territorio,
fiebre fría
sin lugar para el rocío
que se consume en la escarcha eterna
de un sol antiguo,
Nilo de fuentes ignotas
e insatisfechos cocodrilos
ávidos de certidumbres de alcohol y pólvora
que no prenden.
Ángeles caídos bajo el peso
de brutales pedestales de humo precario
y el hálito de barro de sus alas henchidas.
Dioses sin mesnada.
Súbditos sin dioses.
Dioses de artificio condenados a la hoguera.
Hoguera inquisitorial,
de papel.
Papel mojado.
Infiel queroseno.
Protocolo heredado de barbaries remotas
marcadas a hierro y fuego por el fraude.
Filosofía leve para la angustia
de una existencia de éter plúmbeo.
Camaleones de fuego azul
transfigurados en cadáveres descarnados
y lápidas de mármol negro.
Newton elevado a la enésima,
demostrando la ciénaga.
Piedra, papel y tijera,
anulándose
más allá del horizonte,
mientras los relojes se derriten
y gotean
amorfas teorías sin práctica
de cisnes abortados sin espejos.
Noche sin crepúsculos,
absoluto ingrávido,
aplastando.