La espera
pero
a veces
está más solo.
Idea Vilariño
Elvira se asomó a la ventana. Faltaba ya poco para el sucio amanecer, y las estrellas continuaban sin verse reflejadas en los charcos. La calle estaba aún mojada, pero había dejado de llover. A lo lejos, junto a una farola de luz anaranjada, un borracho apuraba el último trago de la noche –lo supo por el modo en que alzaba el tetra-brick sobre su cabeza-, y, con sus amargas carcajadas, rompía fugazmente el silencio de una noche a punto de quebrarse una vez más sin sentido. El bochorno era plomizo, pero Elvira sintió frío, y una lágrima, enturbiando sus pupilas celestes, se abrió paso, irrefrenable, desde el corazón, recorrió cálida su mejilla fría y se precipitó en el vació hasta ir a parar a un charco que se estremeció como un sauce aterido de otoño y tempestad. El sonido de aquella furtiva lágrima, al percutir violenta sobre la prueba palpable de la lluvia reciente, hubiese roto los tímpanos a los mismos dioses. Pero ningún mortal escuchaba ya las lágrimas de Elvira. Sobre la mesa, extinguiéndose en la irrelevante llama, una vela roja consumida de hastío y desesperanza, y las sombras trémulas de dos vasos vacíos y una botella polvorienta sin abrir. Las mismas sombras de la noche anterior y de tantas otras noches sin estrellas. En realidad, aunque Elvira continuase esperando, la luz anaranjada que envolvía pegajosa la ciudad hacía tiempo que había desterrado injustamente la última estrella. El borracho, mientras orinaba en la acera, comenzó a entonar, con buen sentido musical y cuajado de melancolía, “Gracias a la vida”. Le hubiese bastado con descorchar la botella para abrir un claro en el cielo y prolongar la madrugada, pero Elvira cerró la ventana. Después, de espaldas a la calle y al murmullo de las gotas de lluvia que comenzaban de nuevo a repiquetear sobre los cristales, clavó su mirada en el teléfono amordazado para siempre. No sonó. La sombra de Elvira se proyectó temblorosa sobre la pared hasta que la llama de la vela dejó definitivamente de titilar en sus pupilas.
Amigo Rafa, te puedo garantizar que a pesar de lo duro que supone aceptar el devenir y con ello hacerse acompañar por la memoria -sólo memoria sin presencia posible- de lo que ahora es ya pretérito, tú, tú no estás sólo.
UN INMENSO ABRAZO DEL TAMAÑO DEL DOLOR QUE PUEDA EMBARGAR TU PENSAMIENTO.
PACO HUELVA