El Programa "Mesías"
Sus creadores, entre los cuales me llegué a encontrar, la llamaron Beatriz. Cualquiera que la pudiera ver diría que se trata de un ser vivo. Pero es un híbrido. En más de un noventa y nueve por ciento está constituida por tejidos vegetales, pero éstos no están sometidos a ningún tipo de sustitución o renovación celular. No envejece, por lo que técnicamente se podría decir que está muerta. El resto de su composición es de origen artificial. Miles de microscópicos nanochips que funcionan sin necesidad de ningún procesador central de datos y que interactúan entre ellos y con el tejido vegetal para que el conjunto de su mecanismo efectúe las funciones para las que fue diseñada. Opera con el aporte energético de una batería de cobalto de última generación que le confiere una autonomía cifrada en más de quinientos años. No necesita mantenimiento. Su aspecto exterior, en su parte leñosa, es muy parecido al de un rosal, especie que en la actualidad se encuentra al borde mismo de la extinción, en tanto que la parte carnosa tiene una semejanza casi mimética con las hojas y la flor del magnolio, una de las especies vegetales con flores más antigua de entre las conocidas, la cual hace ya más de una década que desapareció irremisiblemente.
Es un prototipo de trece metros de porte, aunque los investigadores que trabajan en su mejora creen posible reducir considerablemente sus dimensiones en un futuro inmediato. Producto estrella del programa de investigación “Mesías”, desarrollado en las instalaciones centrales de Agencia Interestatal para la Detención del Armagedón, está considerada como el mayor avance científico de todos los tiempos.
Se aloja en un inmenso invernadero, protegida celosamente por los cuerpos de élite de las brigadas policiales del Consorcio Global del Agua, y sus hojas pueden llegar a producir durante el día hasta quinientos metros cúbicos de oxígeno, en tanto que por la noche sintetiza más de una tonelada de carbono atmosférico dando lugar a una sustancia verdosa con propiedades alimenticias que es almacenada en grandes tanques de aluminio, programados para mantener una temperatura constante de dos grados centígrados sobre cero. Su sabor es horrible, pero eso carece de importancia. Nada que no puedan solucionar fácilmente los eminentes científicos de la AIDA.
En sus aparentes flores tienen lugar una serie de reacciones químicas destinadas a captar y sintetizar más de quince mil sustancias contaminantes de las presentes en la atmósfera. En este proceso se generan unos residuos líquidos de una elevada toxicidad que están comenzado a ser almacenados en el Depósito Especial de Alta Seguridad de Wieliczka, una gran mina de sal situada en las proximidades de la desaparecida Cracovia, en la que fuera la antigua Polonia, y que en tiempos constituyó un atractivo reclamo turístico al contar en su interior con una iglesia ubicada a ciento veinte metros de profundidad y con unos quinientos metros cuadrados de superficie. Hoy ha pasado a ser el oscuro santuario en el que se pretende confinar a todos los demonios liberados desde la caja de Pandora de la Ciencia.
Es, en parte, fruto de la imprevisibilidad y la casualidad que presiden cualquier tipo de investigación científica, aunque hacer hoy semejante afirmación sea considerado como uno de los más graves delitos posibles, y ni sus propios creadores hemos sido capaces de desentrañar hasta el momento la totalidad de los entresijos que propician la realización de sus funciones. Lo cierto es que es capaz de procesar toda la información fisicoquímica y ambiental de su entorno, es un enigma el alcance de su radio de acción en este sentido, y tomar en cada momento las decisiones más apropiadas para optimizar su rendimiento.
Ya sé que anteriormente he dicho que Beatriz, técnicamente, no puede ser considerada como un ser vivo. Pero, anoche, murió. El portavoz de la AIDA, el general de Brigada Adolf C. Truman, ha difundido en conferencia de prensa la desesperanzadora noticia a primeras horas de la mañana.
Según la versión oficial, una reacción inesperada en su batería de cobalto ha inutilizado de forma irreversible el prototipo, esperándose que en el plazo máximo de un año pueda entrar en funcionamiento el nuevo modelo mejorado en el que incansablemente se halla trabajando hace meses la totalidad de la plantilla de científicos de la Agencia, para, tras un corto periodo de pruebas, comenzar su fabricación en masa.
Pero los motivos de la muerte de Beatriz han sido otros; unos motivos, tan preocupantes, que la Presidencia Colegiada del Consorcio Global del Agua, cuyo mandamiento inviolable se asienta en fe absoluta que hay que rendir a la infalibilidad de la tecnología, ha decidido ocultarlos a la opinión pública. Pero yo, aunque me cueste adelantar unos años la condena a muerte que pende sobre mi cabeza, no puedo permanecer en silencio. Espero que la férrea vigilancia a la que han sido sometidas mis comunicaciones desde que fui apartado del proyecto no impida que éstas, que probablemente sean mis últimas declaraciones, salgan a la luz.
Tal y como había anunciado que sucedería, la enorme complejidad del proyecto ha hecho que finalmente se nos fuese de las manos. Al igual que desconocíamos parte de los procesos que hacen funcionar a Beatriz, así nos era imposible prever la posibilidad de que apareciesen con el tiempo nuevas funciones imprevistas. Beatriz no sólo ha llegado a procesar con precisión toda la información necesaria de su entorno y a tomar decisiones en función de la misma, sino que ha comenzado a sentir y a diferenciar lo hermoso de lo grotesco, lo correcto de lo incorrecto, la primavera del invierno, lo humano de lo insensible, la vida de la muerte.
Tras estudiar pormenorizadamente el funcionamiento de los ejemplares existentes en el jardín de lilas ubicado en uno de los invernaderos contiguos al que habitaba, ha comenzado a sentir su aroma, sus colores, sus ritmos, su humedad, su frescura, su vida. Y esto ha desencadenado en ella un nuevo proceso inesperado: Beatriz ha comenzado a desear. Y ha deseado ser, como esos bellos arbustos, también un ser vivo. Inmediatamente ha comenzado a procesar todos los datos necesarios para su objetivo, pero, finalmente, ante la imposibilidad de cumplir su deseo, ha decidido poner fin a su funcionamiento; auto-terminarse.
No puedo extenderme en más detalles. En estos momentos veo, en los monitores de vigilancia anti-intrusos situados frente a mi escritorio, como una decena de agentes de la Brigada Antiterrorista de la policía del Consorcio irrumpe en la planta baja. Adiós.
Nelson Biko, en Zúrich, a 39 de neumann-oppenheimmer del año 13 ET.
INTRO
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Vuelva a intentarlo más tarde.
caña, ficción real.