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El hombre de arena

Sé bien, Elvira, que nunca has querido hacerme daño; que la maraña de afilados espinos de indiferencia gris que alzaste en el aire breve, pero tan denso, que de ti me separa, únicamente pretendían evitar que penetrasen en cada una de nuestras vísceras las amargas y ponzoñosas esquirlas de ansiedad, sufrimiento, miedo y anhelos imposibles que a borbotones fluían desde mi corazón, a ratos mortal mercurio, a ratos agridulce magnolia sin color ni aroma. Quiero que sepas que es el dolor de que no lo hayamos logrado y no otra cosa lo que se refleja permanentemente en este rictus ácido y pesado que apenas puedo desterrar de mi rostro.

Es por eso que quise hacerme de arena. Mis manos, trémulas y vacías, de arena. Mis ojos, húmedos y turbios, de arena. Mis pies, torpes y cansados, de arena. Mis pulmones, sin aliento, de arena. Mis tímpanos, abrumados de silencio, de arena. Mis labios, resecos, de arena. Mis deseos, por ti negados a duras penas, de arena. Mi alma, perecedera y sombría, de arena… Mi corazón, colmado de ausencia, de arena. Pensaba que, así, cada grieta de hiel y sangre que laceraba mi cuerpo y mi alma al arrastrarme hacia ti, sin avanzar y sin sentido, entre esta maraña de extrañamiento que ha ido creciendo como la mala hierba, sería erosionada por el vendaval imparable del tiempo hasta desaparecer por completo de esta playa salobre sin mar ni cielo, sin horizonte, en la que me he ido transformado. Y que de este modo, tal vez algún día, podríamos volver a mirarnos de nuevo a los ojos sin precauciones, como dos cómplices que no necesitan palabras para saber que lo siguen siendo a pesar de las lágrimas, el insomnio y las renuncias.

También soy consciente de que esa misma barrera infranqueable que erigiste inevitable sobre los sólidos cimientos que, tampoco puedo negarlo, yo previamente hube fraguado, te ha abierto profundas cicatrices que tal vez ya siempre te acompañen desangrando tu alegría. Y lo siento, no sabes como lo siento, como lo he sentido, como lo sentiré, ya por siempre, hasta que este temporal sin aire que me zarandea violento arrastre, liberándome, tras el último grano de arena, el duro pedernal en el que ha terminado por transformarse el centro de mi desierto.

Sí, Elvira, lo intenté con todas mis fuerzas, y, con aflicción y tiempo, logré volverme todo de arena. Tal vez tú también sepas lo doloroso que resulta ir descomponiéndose grano a grano para quedar a merced de un viento que no termina de soplar con la suficiente fuerza para borrar definitivamente las profundas huellas con que nos marcan los anhelos imposibles y que, en cambio, nos va arrancando inexorable pedacitos y más pedacitos de esperanza. Pero aún más dolorosa es la gélida sensación de terminar sintiéndose un extraño ante la luz de los ojos que durante un tiempo iluminaron nuestro camino sombrío. Eso han sido para mí tus ojos, una luz que me alumbraba en mi ceguera y mi desconsuelo.

No imaginas cuantas veces se me ha clavado ese mortal frío oscuro en mitad del pecho. Pero mi corazón seguía siendo de arena, a la espera de la clemencia de un poniente amable que siempre terminaba por llegar, aunque sólo fuese en sueños o construido con una ilusión ficticia. Pero hoy, cuando más necesitaba una brizna de tu aliento para balsamar sólo un poco el abismo en carne viva de mis crecientes carencias, una calma chicha aberrante me ha henchido el corazón y ha transmutado su arena en un duro cuarzo amarillento en el que, a sangre y fuego, ha quedado marcada la herida más pavorosa de las que jamás haya sufrido en estos años de búsqueda infructuosa. Hoy, Elvira, necesitaba una tregua para tratar de volver a hacer un hueco donde continuar acumulando el dolor provocado por tanta indiferencia. No te reprocho el que no hayas podido concedérmela. Imagino que una de las cosas que más deseabas era hacerlo, pero te ha debido resultar imposible abrir en tan sólo un instante un estrecho corredor por donde pudiese circular el afecto entre la densa maraña de espinos que te ha ido creciendo alrededor. Y así, la herida que se ha me grabado en el corazón petrificado por este nuevo imposible, creo que ya permanecerá sangrando para siempre y que no podrá ser borrada ni por el más destructivo huracán perpetuo. Una herida que ha empezado a destilar un rencor pegajoso que he de evitar a cualquier precio. No soportaría el daño que nos haría el quererte tanto y terminar odiándote a un tiempo.

Lo siento, Elvira, pero debo alejarme, no puedo seguir arrastrándome en tu presencia y salpicándote con mi sangre corrosiva. A partir de ahora deberé arrastrarme en el último confín de este desierto, donde no puedas saber más de mi dolor y mi cariño, dónde pueda enterrar para siempre la semilla de este rencor que hoy ha penetrado tan indeseablemente fecunda en el profundo y doloroso surco que se ha abierto en mi corazón de piedra y que amenaza con sumarse como cizaña a la maraña de espinos que continúa hiriéndonos. Sólo espero, Elvira, que esto sirva para que esos espinos terminen por marchitarse algún día dejando de herirte para que así pueda volver a florecer en ti la vida, esa vida que, hasta que te alcanzó la metralla de mi angustia, siempre habías derramando generosa y sin condiciones sobre los que te rodeaban.

Elvira, como en tantas otras ocasiones, aunque tú no lo hayas sabido, vuelvo a escribir todo esto en la arena, en la confianza de que de nuevo sea borrado por el viento antes de que puedas llegar a sufrir el inmenso dolor que sé que sentirías de llegar a leerlo. Puede que esta vez ese viento no llegue a tiempo, pero debo correr ese riesgo. No soportaría tener que escribirlo sobre mi corazón de piedra y llevármelo para siempre conmigo junto con la herida que me ha producido hoy tu inevitable y, seguro que para ti también, dolorosa indiferencia. Te quiero, Elvira. Te querré hasta el anhelado fin de mis días. Hasta nunca, Elvira, hasta nunca.

Tuyo siempre,

Manuel.
archivado en:
maria g.
maria g. dice:
20/06/2006 02:41

Vaya, pues no sabe Elvira lo que se pierde. O sí?

PACO HUELVA
PACO HUELVA dice:
21/06/2006 15:28

Bravo, Rafa.

En prosa, en persona, virtualmente o en verso, eres capaz de enamorar a cualquiera. Yo, ya lo estoy.

UN ABRAZO

PACO HUELVA

rafa leon
rafa leon dice:
23/06/2006 02:55

Pues no lo sé, miamol. Eso sólo lo puede saber Elvira, porque es un "personaje" que se me escapa de las manos, soy incapaz de prever sus reacciones. Ya veremos, si hay una segunda parte, en que va quedando la cosa. En cualquier caso, creo que, aunque ambos personajes pierden, Manuel, termina perdiendo más, porque es mucho más débil y dependiente que Elvira, la cual es capaz de encajar con gran entereza los golpes más duros. Aunque como te digo, ya veremos si hay una segunda parte. o una respuesta a la carta, que es lo que ocurre, pues también sucede que, a veces, los materiales más duros son los que se quiebran más fácilmente, mientras que los endeblitos se tuercen frente al viento y gracias a eso no se rompen.



Bueno, Paco, a tí te respondo mas brevemente, que maría es más guapa, je, je... Sólo decirte que ese enamoramiento es mutuo y que me ha alegrado, después del susto inicial, ver tu artículo número 101 colgado en onubenses.org



Un abrazo a ambos (como tú dices, Paco, pa tí más chico, je, je...)