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El grito

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(A propósito de la del vuelo de Germanwings y otras tragedias)



Vaya por delante que lamento profundamente el desastre del vuelo de Germanwings en los Alpes franceses. Porque siempre es de lamentar, aunque a todos habrá de llegarnos, la muerte de un ser humano, más cuando se produce de un modo trágico y prematuro. Dicho esto, manifestar que ayer, de manera voluntaria y meditada, no acudí al minuto de silencio que se convocó en memoria de las víctimas. Y no por que no me solidarizase con ellas. No.



Según Naciones Unidas, en torno a 24 000 personas, de las cuales un 75 % son niños menores de cinco años, mueren cada día en el mundo como consecuencia del hambre (160 veces las que perecieron en el vuelo 4U9525). Ayer no hubo por ellos, minuto alguno de silencio.



Por su parte, Unicef calcula que en torno a 4 200 niños menores de cinco años, mueren diariamente en el mundo por causas relacionadas con la falta de agua potable (28 vuelos 4U9525). No hubo minuto alguno de silencio.



Añadan a lo anterior, los seres humanos que perecen a diario como consecuencia de la guerra; empujados al vacío por la mano criminal de un desahucio; afectados de enfermedades diversas para las que no se les proporciona adecuado tratamiento sanitario (no hay que irse muy lejos; en España tenemos el ignominioso ejemplo de la hepatitis C); ejecutados o asesinados por orden de las mas altas instancias de diferentes estados, desde las más sanguinarias dictaduras hasta aquellos países considerados como paradigma de lo democrático; sepultados por el mar cuando tratan de alcanzar las costas de lo que imaginan como tierra prometida y no es más que un maldito purgatorio; carcomidos por la desesperación y de tristeza. ¿Cuántos vuelos como el 4U9525 supondrían diariamente tantos muertos, sin que nadie nos convoque a guardar un jodido minuto de silencio? Probablemente no habría tiempo suficiente para, día tras día, dedicárselos.



Habrá quienes opinen que este no es el momento de hacer estas reflexiones, que ahora sólo caben la solidaridad y el dolor. Respeto esa opinión. Pero no la comparto. Porque creo que todos, pero en especial estos, son momentos no para el silencio, sino para arrancarnos las orejeras y las mordazas; momentos para el grito, para el llanto desconsolado también por los olvidados, los nadie, esos que "no cuestan lo que la bala que los mata", por todos esos muertos de segunda por los que no se convoca un minuto de silencio.



Ilustración: El grito, de Edvard Munch