Confesiones públicas VI
Desde muy pequeña hasta casi la pubertad, en que empecé a hacerlo sola o, al menos eso le hacía creer a mi madre aunque en realidad leía otras cosas, desde pequeña, decía, mi madre, todas las tardes, invariablemente, se sentaba en la biblioteca de casa, que era muy extensa y variada (para llenar de esta forma la incultura y la falta de formación académica de mi padre) y me leía media hora la Biblia. Con el tiempo, supe, que la Biblia, como casi todo, no es un canon invariable sino que en realidad hay multitud de ellas y cada una interpreta los hechos, supuestamente acaecidos, y la mitología cristiana de forma diferente. La Biblia que había en casa, “La Biblia del Oso”, y que está en mi poder ahora, manoseada, subrayada, con los bordes de muchas páginas dobladas, incluso con hojas rayadas de cuadernos donde mi madre hacía anotaciones de todo tipo al hilo de sus fantasías de mujer educada, que casó por conveniencia, y que encontraba el consuelo en la lectura no sólo del texto citado sino también en todo tipo de novelas de las que poblaban la gran estantería que mandó hacer mi padre a un carpintero local, y que llenó, de golpe, siguiendo el criterio de un librero, amigo suyo de copas (que hizo el agosto con él y no dejó un hueco libre en la enorme pared para que mi padre poseyera, como él se ufanaba de tener, la mejor biblioteca del lugar). La Biblia del Oso, intentaba decir, es un texto enorme, al menos en la edición que dispongo, con hojas de papel cebolla muy finas y frágiles, que suman exactamente 3.148 páginas. Parece una barbaridad, pero es así: 3.148 páginas de Biblia; de las que mi madre escogía las lecturas apropiadas que le parecían oportunas para mi persona, siguiendo no sé qué criterio, que me mantuvieron un gran número de años fantaseando con la traducción que Casiodoro de Reina publicó en Basilea en 1.569. (Sobre este traductor, para las personas interesadas, puede leerse, entre otros, si lo encuentran, “Casiodoro de Reina: Spanish Reformer of the Sixteenth Century, de la editorial Tamesis Books Limited, Londres, 1975).
Hasta esta fecha, agosto de 1.569, no se realizó una traducción completa de toda la Biblia de sus originales hebreo y griego, tarea que abordó Casiodoro, probablemente asesorado por su compañero Cipriano de Valera, quien en 1.602 sacaría a la luz la segunda edición de la misma.
En esta Biblia, (como en casi todas, pero con grandes diferencias entre ellas) se encuentran los libros primordiales o Pentateuco (o sea, los cinco libros de Moisés: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio) donde se narran los orígenes del mundo y la historia, las costumbres, las leyes y la vida cotidiana del pueblo de Israel, además de los relatos y las gestas de sus grandes protagonistas, los denominados libros Proféticos y los Sapienciales: de eminente carácter didáctico, acabando con el Nuevo Testamento: los cuatro Evangelios, los hechos de los Apóstoles, las Epístolas y el Apocalipsis.
Hoy, que escribo esta sexta entrega para aquellos que deseen leerme con el enorme mamotreto de la Biblia delante, descansada en su viejo atril de madera para que soporte su enorme peso, me pregunto, por qué razones tantas personas con este códice o con otro de los muchos existentes en el mundo, de una religión u otra, me pregunto, decía, por qué razones, los líderes religiosos del mundo, tan emparentados, por no decir fusionados con los poderes políticos y económicos en todos los tiempos, consienten que quienes buscan en las páginas de este texto o de otro, el acomodo y las respuestas a sus dudas, a las enormes dudas que el hecho de existir, de ser, generan en la humanidad, andan constantemente utilizando como peones a las personas que de ella se han imbuido, en guerras y batallas fraticidas en beneficio de la hegemonía de una u otra religión o, lo que es lo mismo, a favor de posiciones inconfesables que el Poder siempre mantiene a la sombra. ¿Es necesario tanto engaño? ¿Cuántas personas encuentran consuelo en las páginas de estos libros, que en sí, no hacen daño a nadie? ¡No dejan de ser una fábula, una gran fábula que explica el mundo! Pero, si me pusiera a exagerar, si quisiera llevar las cosas al límite, quién no tiene una explicación, aunque sea burda, de lo que es el mundo y la vida. ¿Quiénes tienen razón? Pues… todos y nadie, a mi humilde criterio. Todos, porque siempre se puede buscar una excusa que convenza, que movilice a las personas en un sentido u otro, hasta llegar a matar, llegar a asesinar, a desnucar, a electrocutar, a apedrear, a linchar, a envenenar… por una idea. Y nadie, porque todos deberíamos saber que la coexistencia pacífica de la humanidad no es posible. Que las relaciones entre los seres humanos, entre los pueblos, se mueven por intereses económicos y la religión no es más que un aditivo que adormece a los pueblos, a las personas, para que algunas o muchas de ellas encuentren consuelo a los particulares dolores que el hecho de existir trae consigo. Es triste llegar a esta conclusión pero así lo veo y así la pienso.
Acostumbro a leer la prensa, aparte de mi ración diaria de literatura y, hace mucho que llegué al convencimiento de que la inestabilidad (estoy hablando de guerras, de actos terroristas, de asesinatos…), que hoy vemos más acuciada porque los medios audiovisuales nos la acercan, nos la traen hasta la mesa del comedor en las pantallas de plasma, que esa inestabilidad, ese desequilibrio, esa inseguridad… existieron siempre. La guerra es consustancial a la existencia social. Los intereses de los grupos, de los infinitos grupos que componen el magma social, necesitan de la violencia para obtener cuotas de poder. Necesitan despojar a los demás para vestirse ellos mismos. En definitiva, matar. Matar al otro: al débil, al despistado, al inocente… Triste, ¿verdad? Pues es así.
Ya cuando mi madre me leía la Biblia barruntaba en mi inocencia, sobre todo desde que supe que Caín mató a Abel, además de todas las barbaridades que el dios de Moisés mandó hacer, (porque, hay que ver la cantidad de gente y de tribus a los que se cepilló dios para que el pueblo de Israel, el pueblo elegido, consiguiera llegar hasta donde está: y está, es obvio, en el mismo sitio o peor en que empezaron. ¿Para qué tanto muerto?), barruntaba, presagiaba, decía, que esto no iba bien. ¡En un santiamén, cortaba miles de cabezas lo mismo que ahora bombardean con aviones en nombre de dios! Exactamente igual pasa con otros jefes de tribus que utilizan a los adeptos de otras religiones para conseguir un palmo de terreno, un barril de petróleo, un lingote de oro, un saco de esmeraldas, una ración de plutonio… Desde entonces he recelado de las religiones, de los sistemas, de las organizaciones… La única organización que acepté, voluntariamente, fue el predominio que ejerció mi marido sobre mí, que como iremos viendo, si el tiempo y las ganas lo permiten, tampoco fue algo tan insoportable dado que dentro de la vida que entre ambos fijamos, en realidad, yo tenía mi propia vida, mi única vida. La diferencia hoy, es que ya no necesito disimular para ser la que siempre fui. Hoy puedo salir a enfrentar el mundo como lo hago ahora, compuesta y aderezada con todas mis virtudes si es que tengo alguna, además de con todos mis defectos. Y, también, con la cabeza alta, muy alta. ¿Por qué no, sabiendo como sé, que tengo todo el derecho del mundo a equivocarme? No pasa nada.
Aprender de mis errores y saborear las victorias. Mirarme al espejo y verme envejecer, en la dicha del conocimiento cierto de que sólo soy una simple persona. Una insignificante célula viva del tejido social en que me ha tocado vivir. ¿Por qué luchar tanto? ¿Por qué guerrear? Es mejor buscar la paz, la paz individual, la única que me puede salvar.
Estos hilos de pensamiento que dejan mis manos en las teclas del ordenador, también suponen un bálsamo que da consuelo en este instante a mi vida. La única vida. Cuando muera, el mundo no existirá para mí y yo no estaré ni para gozar ni para sufrir el mundo. ¿O me equivoco?
Hasta esta fecha, agosto de 1.569, no se realizó una traducción completa de toda la Biblia de sus originales hebreo y griego, tarea que abordó Casiodoro, probablemente asesorado por su compañero Cipriano de Valera, quien en 1.602 sacaría a la luz la segunda edición de la misma.
En esta Biblia, (como en casi todas, pero con grandes diferencias entre ellas) se encuentran los libros primordiales o Pentateuco (o sea, los cinco libros de Moisés: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio) donde se narran los orígenes del mundo y la historia, las costumbres, las leyes y la vida cotidiana del pueblo de Israel, además de los relatos y las gestas de sus grandes protagonistas, los denominados libros Proféticos y los Sapienciales: de eminente carácter didáctico, acabando con el Nuevo Testamento: los cuatro Evangelios, los hechos de los Apóstoles, las Epístolas y el Apocalipsis.
Hoy, que escribo esta sexta entrega para aquellos que deseen leerme con el enorme mamotreto de la Biblia delante, descansada en su viejo atril de madera para que soporte su enorme peso, me pregunto, por qué razones tantas personas con este códice o con otro de los muchos existentes en el mundo, de una religión u otra, me pregunto, decía, por qué razones, los líderes religiosos del mundo, tan emparentados, por no decir fusionados con los poderes políticos y económicos en todos los tiempos, consienten que quienes buscan en las páginas de este texto o de otro, el acomodo y las respuestas a sus dudas, a las enormes dudas que el hecho de existir, de ser, generan en la humanidad, andan constantemente utilizando como peones a las personas que de ella se han imbuido, en guerras y batallas fraticidas en beneficio de la hegemonía de una u otra religión o, lo que es lo mismo, a favor de posiciones inconfesables que el Poder siempre mantiene a la sombra. ¿Es necesario tanto engaño? ¿Cuántas personas encuentran consuelo en las páginas de estos libros, que en sí, no hacen daño a nadie? ¡No dejan de ser una fábula, una gran fábula que explica el mundo! Pero, si me pusiera a exagerar, si quisiera llevar las cosas al límite, quién no tiene una explicación, aunque sea burda, de lo que es el mundo y la vida. ¿Quiénes tienen razón? Pues… todos y nadie, a mi humilde criterio. Todos, porque siempre se puede buscar una excusa que convenza, que movilice a las personas en un sentido u otro, hasta llegar a matar, llegar a asesinar, a desnucar, a electrocutar, a apedrear, a linchar, a envenenar… por una idea. Y nadie, porque todos deberíamos saber que la coexistencia pacífica de la humanidad no es posible. Que las relaciones entre los seres humanos, entre los pueblos, se mueven por intereses económicos y la religión no es más que un aditivo que adormece a los pueblos, a las personas, para que algunas o muchas de ellas encuentren consuelo a los particulares dolores que el hecho de existir trae consigo. Es triste llegar a esta conclusión pero así lo veo y así la pienso.
Acostumbro a leer la prensa, aparte de mi ración diaria de literatura y, hace mucho que llegué al convencimiento de que la inestabilidad (estoy hablando de guerras, de actos terroristas, de asesinatos…), que hoy vemos más acuciada porque los medios audiovisuales nos la acercan, nos la traen hasta la mesa del comedor en las pantallas de plasma, que esa inestabilidad, ese desequilibrio, esa inseguridad… existieron siempre. La guerra es consustancial a la existencia social. Los intereses de los grupos, de los infinitos grupos que componen el magma social, necesitan de la violencia para obtener cuotas de poder. Necesitan despojar a los demás para vestirse ellos mismos. En definitiva, matar. Matar al otro: al débil, al despistado, al inocente… Triste, ¿verdad? Pues es así.
Ya cuando mi madre me leía la Biblia barruntaba en mi inocencia, sobre todo desde que supe que Caín mató a Abel, además de todas las barbaridades que el dios de Moisés mandó hacer, (porque, hay que ver la cantidad de gente y de tribus a los que se cepilló dios para que el pueblo de Israel, el pueblo elegido, consiguiera llegar hasta donde está: y está, es obvio, en el mismo sitio o peor en que empezaron. ¿Para qué tanto muerto?), barruntaba, presagiaba, decía, que esto no iba bien. ¡En un santiamén, cortaba miles de cabezas lo mismo que ahora bombardean con aviones en nombre de dios! Exactamente igual pasa con otros jefes de tribus que utilizan a los adeptos de otras religiones para conseguir un palmo de terreno, un barril de petróleo, un lingote de oro, un saco de esmeraldas, una ración de plutonio… Desde entonces he recelado de las religiones, de los sistemas, de las organizaciones… La única organización que acepté, voluntariamente, fue el predominio que ejerció mi marido sobre mí, que como iremos viendo, si el tiempo y las ganas lo permiten, tampoco fue algo tan insoportable dado que dentro de la vida que entre ambos fijamos, en realidad, yo tenía mi propia vida, mi única vida. La diferencia hoy, es que ya no necesito disimular para ser la que siempre fui. Hoy puedo salir a enfrentar el mundo como lo hago ahora, compuesta y aderezada con todas mis virtudes si es que tengo alguna, además de con todos mis defectos. Y, también, con la cabeza alta, muy alta. ¿Por qué no, sabiendo como sé, que tengo todo el derecho del mundo a equivocarme? No pasa nada.
Aprender de mis errores y saborear las victorias. Mirarme al espejo y verme envejecer, en la dicha del conocimiento cierto de que sólo soy una simple persona. Una insignificante célula viva del tejido social en que me ha tocado vivir. ¿Por qué luchar tanto? ¿Por qué guerrear? Es mejor buscar la paz, la paz individual, la única que me puede salvar.
Estos hilos de pensamiento que dejan mis manos en las teclas del ordenador, también suponen un bálsamo que da consuelo en este instante a mi vida. La única vida. Cuando muera, el mundo no existirá para mí y yo no estaré ni para gozar ni para sufrir el mundo. ¿O me equivoco?
Creo que si te equivocas, lo haces en pocas cosas. Y desde luego no te equivocas al reclamar tu derecho a equivocarte. Lo contrario sería como estar muerto en vida. He aprendido mucho con este último texto tuyo.
Un abrazo
Rafa