Confesiones públicas V
Sé que la locura me está esperando en alguna esquina del tiempo que me resta de vida. No me importa, siempre fue así. No es nada nuevo para mí ni para nadie. Hasta ahora conseguí mantenerla alejada lo suficiente para que su afectación fuera la menor posible. Pero eso no es ningún indicativo que preconice nada. He estado loca muchas veces a lo largo de mi vida y he sabido aguantar el tipo, tapar mi demencia con la sonrisa más amable y con el trato hacia los otros (hacia todo lo que me rodeaba) más exquisito. En esta vida, ya desde niña, me enseñaron a aparentar lo que no se es. A sacar de mí hacia los demás, lo que la sociedad esperaba de mí.
Lo que hay dentro de mí, lo que soy, lo que realmente tengo, nunca le ha interesado a nadie. He tenido, constantemente, que amoldarme a las convenciones sociales, políticas, familiares, de género, de edad, de religión, de…, y de, y de muchas de… Imagino que como todas las personas y ¡sin embargo, callamos! Yo no deseo callar más. No tengo que dar explicaciones a nadie: a ningún hombre, a ninguna mujer, excepto a mí misma; a ningún credo, a ningún sistema, a ninguna patria, a ningún dios…
He tenido días en mi vida en que era como un espejo roto. Roto en mil pedazos y hecho añicos por la maldad de la gente que me rodeaba y que para colmo, manifestaban quererme, ser mi familia, apoyarme… ¡Mentira! Me hacían daño a sabiendas sin importarles mi sufrimiento. Ni mi soledad. Ni mi llanto interior. Porque… ¡Sí!, aprendí a llorar hacia dentro, para que las lágrimas no se vieran, para que nadie me tuviera pena, para que nadie viera el sufrimiento inmenso con que andaba la vida: incomprendida, desolada en mi orfandad, dejada caer a veces en el borde del suicidio que no fui capaz de consumar. De lo que hoy me alegro. Me alegro infinito. No hay nada ni nadie, ni persona ni Dios (y ahora lo escribo con mayúsculas), ni patria ni bandera que valga la pena que otra persona derrame una sola, digo una sola gota de su sangre por ella. ¡Ya está bien de imbecilidades, de engaños, de idioteces…!
Me ha llegado la madurez de golpe. Después de tantos años atada a una quimera, ahora llega, y dice, ¡estoy aquí!, ¿eres idiota o qué? Un día, no hace mucho, abrí los ojos y me dije: ¿Cómo has podido ser tan imbécil? ¿Cómo has malgastado la vida de esta manera? ¿Cómo es posible que los seres humanos vivamos inmersos en espacios que nada tienen que ver con la realidad? Rodeados de algodones, manifestándonos de forma diferente a como somos, aceptando excusas de los demás que sabemos que no son ciertas, aparentando ser partes de algo que sabemos que no es nuestro… Pero… ¿cómo nos educan así? ¡Para no ser! Cómo aceptamos ser alguien que no somos y además, siendo conscientes de ello, seguimos ejecutando lo que está previsto que hagamos cada una de nosotras o nosotros. ¡No me lo explico! Desde que abrí los ojos a la realidad no entiendo mi comportamiento anterior. ¿O sí? Y, la pregunta sería, ¿estaba loca antes o ahora? Se puede ser como una ha sido en una sociedad que es una pura mentira, una pose, un drama o una comedia interpretada según las circunstancias en donde nada encaja el papel del personaje (de la persona) que realmente somos. Por desgracia, parece que sí. Pero… no debiera, no; nada justifica que debiera ser así.
Cada trozo de espejo en que me he convertido al estallar la imagen ideal que me fragí¼é para engañar a los demás, me devuelve ahora realidades diferentes, imágenes que sabía estaban ahí pero que no me habría atrevido a enseñar a los demás.
Los demás… ahora, puede que se escandalicen, pero yo sé que siguen mintiendo. Que lo suyo es cobardía, miedo, temor a ser ellos mismos. Su espejo, su límpido y hermoso espejo está también roto y amañado, pegado, orquestado por las convencionales normas sociales que le permiten vivir una utópica y mezquina realidad hecha de mentiras, de atroces y viles mentiras.
Lo que hay dentro de mí, lo que soy, lo que realmente tengo, nunca le ha interesado a nadie. He tenido, constantemente, que amoldarme a las convenciones sociales, políticas, familiares, de género, de edad, de religión, de…, y de, y de muchas de… Imagino que como todas las personas y ¡sin embargo, callamos! Yo no deseo callar más. No tengo que dar explicaciones a nadie: a ningún hombre, a ninguna mujer, excepto a mí misma; a ningún credo, a ningún sistema, a ninguna patria, a ningún dios…
He tenido días en mi vida en que era como un espejo roto. Roto en mil pedazos y hecho añicos por la maldad de la gente que me rodeaba y que para colmo, manifestaban quererme, ser mi familia, apoyarme… ¡Mentira! Me hacían daño a sabiendas sin importarles mi sufrimiento. Ni mi soledad. Ni mi llanto interior. Porque… ¡Sí!, aprendí a llorar hacia dentro, para que las lágrimas no se vieran, para que nadie me tuviera pena, para que nadie viera el sufrimiento inmenso con que andaba la vida: incomprendida, desolada en mi orfandad, dejada caer a veces en el borde del suicidio que no fui capaz de consumar. De lo que hoy me alegro. Me alegro infinito. No hay nada ni nadie, ni persona ni Dios (y ahora lo escribo con mayúsculas), ni patria ni bandera que valga la pena que otra persona derrame una sola, digo una sola gota de su sangre por ella. ¡Ya está bien de imbecilidades, de engaños, de idioteces…!
Me ha llegado la madurez de golpe. Después de tantos años atada a una quimera, ahora llega, y dice, ¡estoy aquí!, ¿eres idiota o qué? Un día, no hace mucho, abrí los ojos y me dije: ¿Cómo has podido ser tan imbécil? ¿Cómo has malgastado la vida de esta manera? ¿Cómo es posible que los seres humanos vivamos inmersos en espacios que nada tienen que ver con la realidad? Rodeados de algodones, manifestándonos de forma diferente a como somos, aceptando excusas de los demás que sabemos que no son ciertas, aparentando ser partes de algo que sabemos que no es nuestro… Pero… ¿cómo nos educan así? ¡Para no ser! Cómo aceptamos ser alguien que no somos y además, siendo conscientes de ello, seguimos ejecutando lo que está previsto que hagamos cada una de nosotras o nosotros. ¡No me lo explico! Desde que abrí los ojos a la realidad no entiendo mi comportamiento anterior. ¿O sí? Y, la pregunta sería, ¿estaba loca antes o ahora? Se puede ser como una ha sido en una sociedad que es una pura mentira, una pose, un drama o una comedia interpretada según las circunstancias en donde nada encaja el papel del personaje (de la persona) que realmente somos. Por desgracia, parece que sí. Pero… no debiera, no; nada justifica que debiera ser así.
Cada trozo de espejo en que me he convertido al estallar la imagen ideal que me fragí¼é para engañar a los demás, me devuelve ahora realidades diferentes, imágenes que sabía estaban ahí pero que no me habría atrevido a enseñar a los demás.
Los demás… ahora, puede que se escandalicen, pero yo sé que siguen mintiendo. Que lo suyo es cobardía, miedo, temor a ser ellos mismos. Su espejo, su límpido y hermoso espejo está también roto y amañado, pegado, orquestado por las convencionales normas sociales que le permiten vivir una utópica y mezquina realidad hecha de mentiras, de atroces y viles mentiras.
Vale mucho más volar
con un delirio de atar,
que permanecer por siempre
amarrado a la cordura.
Un abrazo
Rafa