Confesiones públicas IV
A veces me he preguntado por qué no he nacido con el valor suficiente como para dar patadas; poseer la fuerza para abrir la espita del gas que asfixiará a alguien o desarrollar la inhumana capacidad de poder abandonar a su suerte a los más débiles o a aquellos que me necesitan. Pero cuando lo pienso, cuando me pienso, sé que sólo es una señal más que demuestra mi desesperación, mi incomprensión, mi odio ¿por qué no decirlo?, hacia los que me han ninguneado, hacia todas las personas e instancias que no se han preocupado suficientemente de mí.
Entre ellos está, porque así voluntariamente lo decidió él, porque me mintió, me engatusó, me hizo amarle hasta depender de él, me obligó (¿realmente me obligó, o yo no opuse la resistencia necesaria, o, incluso, acepté de buen grado el papel, ese papel secundario que se me ofertaba?) a orientar mi vida como un apéndice suyo; entre ellos está, estaba, Nicolás, mi marido, el que fue mi marido, el que decía al presentarme a los demás, te presento a Marta, mi mujer: ¡Mi mujer! ¿Qué es ser mujer de alguien? ¿No es como un apéndice? ¿Cómo algo que se lleva colgado, se deja, se llama, se adula, se olvida…?
Nicolás salió un día de casa como lo había hecho durante miles de días y ya no volvió. No regresó, no porque no quisiera, sino porque se murió. Se despidió de mí como lo había hecho siempre, no sé a qué hora volveré, dijo, y no regresó. Su ausencia definitiva se sustanció de la siguiente forma:
¡Buenos días!
¡Buenos días!
¿Es el domicilio de Nicolás Álvarez? ¿Nicolás Álvarez de la Rua?
¡Sí, dígame, soy su mujer!
¿Es usted su señora?
¡Si señor! Acabo de decirle que sí. ¿Con quién hablo?
Señora, he de informarle de una mala noticia. Su marido está ingresado en el Hospital de la Soledad, le llamo para informarle…
¿Mi marido, ing…?
Señora, le ruego que se tranquilice, soy el doctor Pereira.
¡Sí, señor, dígame… doctor!
En primer lugar quiero que se tranquilice, su marido ha sido encontrado dentro de su vehículo inconsciente y trasladado a urgencias del hospital…
¿Pero qué tiene doctor, ha tenido un accidente…?
¡No, no! No ha tenido ningún accidente, se trata de una subida de tensión excesiva que le ha producido un derrame cerebral. Siento comunicarle esto. Su estado es grave, aunque en estos momentos está controlado en la unidad polivalente de cuidados intensivos.
Pero en realidad… ¿Cómo está doctor? Me parece imposible lo que me dice, señor, si no hace dos horas que salió de casa y yo no le he notado nada…
¡Ya, ya!
¡Dios mío, esto cómo puede ser!
Señora, tranquilícese usted, por favor. Véngase para el hospital, pregunte usted por mí, por el doctor Pereira, en la UCI de polivalentes y yo le explicaré a usted todo con más tranquilidad. Lo siento, señora. Venga usted y le explicaré con detalles la situación de su marido. ¡Buenos días, señora!
(¿Buenos días?)
Nicolás, después de doce días luchando contra la muerte en la UCI del hospital de la Soledad, falleció sin decirme nada más. Ni un consejo ni un reproche. Se fue. Sólo se fue y me dejó aquí, sola, desamparada, perdida…
De esto hace cinco meses. Aún no me he acostumbrado a su ausencia. El hecho de haber pasado tanto tiempo sola cuando convivía con él, y, a pesar de mi dependencia de su persona, auspiciada por los tiempos, por las circunstancias y por la arquitectura de la relación que ambos instalamos, he de reconocer que esto me ayuda ahora, en estos momentos en que escribo, a intentar abrirme camino ¿tengo otra salida?, en la jungla que es la cotidianidad: andar a ciegas a la búsqueda de mi futuro, como todas las personas, imagino.
Me he propuesto escribir, no sé si lo he dicho, una especie de diario, aunque su periodicidad no sea tal, que espero me sirva como compañía en mi ahora solitaria vida. Acompaño mis días y mis noches leyendo, una pasión que adquirí de muy joven, ya os expondré cómo, navegando a ratos por la red, y ahora, también, escribiendo, escribiendo más que antes, una afición a la que he dedicado mucho tiempo y que nunca me había atrevido a sacar a la luz.
Ha llegado la hora de hacerlo. Quiero hacerlo. Lamento que este capítulo haya sido tan triste, pero era necesario. Vendrán otros más amenos, lo prometo. No todo en mi vida han sido tristezas. He disfrutado de la vida en momentos puntuales, pero muy intensos. El balance en realidad no es negativo. La vida siempre merece vivirse, siempre, al menos eso creo. La vida como supondréis o sabéis no es lineal ni monocorde. Es como el vuelo de las aves, los primeros aleteos son confusos y dramáticos, luego, creemos que podemos alcanzar el sol y como Ícaro, nos quemamos las alas para terminar al final en tierra… nuevamente en la tierra… de donde partimos, acabado ya el ciclo de cada cual, a su hora... a la hora justa. La hora la ponen el paso del tiempo, los elementos y las circunstancias. Nada más, sólo eso. Nicolás acabó su ciclo. A mí, ahora, me ha llegado el momento de volar sola, de aprender a caminar sola. Y… en eso estoy.
No tengo palabras...
Un abrazo
Rafa