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Te mataré gratis

Mañana saldré a matarte. Meta y ponga mi carro a ciento setenta nomás. Ebrio de serpentina y papel picado, el matasuegras de estilete, pavoneadas las neuronas, inflamada de grados la testa, las fosas niqueladas, regado en corbata y colonia, el regüeldo a mazapán y a turrón, aceptado el riesgo, sobrevalorados mis reflejos.

Mañana llegaré escondido como un rey mago fraudulento. Ayudaré a elevar el coste sanitario y social de Cacúa. Daré de alta una nueva pensión de viudedad, triste como el último paseo del último poni triste. No servirá el ABS ni el cinturón de seguridad de tu buga ventajosamente financiado. Para entonces ya me pesará la vista como una lápida bruta, mis ojos parpadearán como la crisis de un epiléptico, me zumbarán los oídos como si desguazaran automóviles en el cráneo, sentiré dormidos como hormigas los pies y los brazos, no controlaré distancias ni velocidad, taradas mi atención y mi capacidad de reacción.

Mañana te currarás la guardia. Conducirás frugal y sobrio, consolado con la guita a cambio de no cenar en el keli con tu camada y la puta pandereta. Escucharás los cohetes besar el ozono. Recordarás la humedad de tu primer beso.

Mañana sorprenderás mi relax. Tu luz cegará mis nervios sensibles. Invadiré tu carril. Te arrojarás al charco del arcén para esquivarme. Te comerá un árbol duro y sin guirnaldas. Te emborracharán las sirenas desafinadas, esnifarás tu sangre rota. Como a una hojaldrina, te desmenuzaré antes de que lo hubiese hecho un cáncer. Mi penúltimo cava cavará tu cávea fúnebre. Ahora descansa. Eso será mañana. Mañana, mañana te mataré gratis.