Su Primera Comunión
Cacuito no conocía a El Chino Valderrama. Lo vistieron como una blanca azucena, lo mismo que un jazmín. De rodillas, no le cegó el coro de serafines. Ni recibió el agua bendita de un angelito del cielo. A su lado, Dolores, la niña temor de los niños de la clase, le propinaba codazos en las costillas. Sus padres, en el quisio de la puerta, con lágrimas en los ojos y risa en el corazón. El padre Anselmo formuló una pregunta para cuya respuesta los pupilos habían sido aleccionados durante meses: “¿Qué es la eucaristía?”. Cacuito, con la inercia que le condujo toda su vida, alzó un dedo índice. “Dar gracias”, respondió sin convicción. “Muy bien”, y el cura cerró los párpados y agachó levemente la testa. Durante los siguientes treinta y tres días, Cacuito no dejó de visitar la casa de dios del padre Anselmo para engullir la hostia consagrada y confesarle todas las terrenales hostias que durante treinta y tres días encajó su pequeño hermano Abel. El sopor del verano pervirtió sus actos. Lo empujó a boicotear la casa de dios del padre Anselmo. Aprovechando las ausencias del enviado de dios en la tierra, arrancaba páginas de la biblia, trasegaba vino hasta dolerle la cabecita, despejaba el atolondramiento con el agua de la pila bautismal. Se agotó de las visitas, igual que treinta y tres días después de su eucarística boda eclesiástica, oficiada por el mismo padre, se hastió de su esposa. Treinta y tres años más tarde, el hijo de Cacuito toma rezando su primera comunión de labios del padre Anselmo. Treinta y tres años más tarde, Cacuito vuelve a preguntarse qué es la eucaristía.