Partidas de billar
Su padre le regaló una mesa de billar americano. Un mapamundi lúdico de la existencia. Un regalo estético y práctico, una metáfora para aprender a desenvolverse por la vida. Cacuito se doctoró en el arte del tapete verde y del taco de madera. Manejó a su antojo las contingencias, las personas, las brillantes bolas de marfil, sobriamente coloristas, matemáticamente escurridizas. Practicó jugadas y efectos basados en la teoría físico-mecánica del choque de los cuerpos elásticos, en la armonía de los cuerpos amándose. Siempre esquivó la bola número ocho, la bola negra, la bola de los perdedores, la desazón de la agonía. Sus planes conducían con éxito al gozoso camino de los seis agujeros. Anoche lo llamaron desde la autopista. Su padre abrazado a la bufanda decana. No más estrategia. No más billar. Nunca depende de ti la última carambola.
Buen artículo, Marcos.
PACO HUELVA