Lauren y Augusto
Cacuito llega al curro el lunes y bombardea el aire con una pregunta retórica: “¿Sabéis quién ha muerto?”. “¡¡¡Pinochet, Pinochet!!!”, braman alborozadas las hordas democráticas. “Ése también. Pero no. ¡Ha muerto Lauren Postigo!”, replica Cacuito contrariado. Caprichoso el destino cronológico, que se empeña en emparentar, por un día y en la prensa, personalidades tan disímiles. Las postreras performances de Lauren eran esperpénticas. Patéticas cuando paseaba rabo y micheles en boda zulú. Pero podían tener su gracia. Sin embargo, las de Augusto, como aquélla de cortarle las manos al guitarrista subversivo, eran de un mal gusto criminal. “Lauren y Augusto”: suena a dúo cómico de transición democrática. Nunca hubiese llegado a cuajar. El sentido del humor de sus componentes era incompatible. Como mezclar un fandango y una marcha militar.
Lauren me caía bien, era un proyecto de genialidad que se había quedado en la cuneta donde arriban los esperpentos, pero povocaba cierta sonrisa con sus tejemenejes mediáticos, además que alguna que otra envidia, en los más y menos añosos, por esa pivita tan bien plantá que se había ligado. Sin embargo el otro superó el calificativo de dictador tirano y cruel para entronarse como modelo de cabronazo redomao. Curiosas coincidencias, pero al final todos al hoyo.