El muro
La vida es una sucesión de crisis, un golpe de hostias que te metes contra un muro de cabeza dura. Cacuito las supera y se levanta más sabio, inmunizado, vacunado de experiencia. Su periplo es un invierno de gripes feroces y sutiles destellos añiles. “No me arrepiento de nada”, dice su vecino, después de la última trompada. Intenta engañarnos, como todos los que perpetran la frasecita hecha de marras. Arrepentirse debe ser obligatorio, prescriptivo. Pocas personas tan soberbias para creer de veras que nunca se equivocaron, que no adoptaron actitudes que dañaron al prójimo, que no se procuraron comportamientos autolesivos. Sin embargo, hay quien se reviste de esa falsa dignidad que otorga la ignorancia. Vivirán abocados a parchear sus crisis. No cicatrizarán los estigmas. Volverán a llorar de pus. Nadie derribó a cabezazos el muro de su vida.
Las pequeñas confidencias son, a menudo, enormes verdades.
Un abrazo.