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Sesiones paralelas

Lo que mola a Cacuito de ese Festival de Cine no son las películas, los patronos, los invitados, los peripatéticos. Alaba el trabajo organizativo de los curritos, las proyecciones en la cárcel, la barahúnda infantil, y se conmueve con el glamour de las parejas de enfermos mentales que, beneficiados por el régimen abierto, educadamente pueblan las butacas. No aprovechan la oscuridad para meterse mano. No gastan palomitas. Se sientan sin cruzar las piernas. Atienden los acentos sudamericanos, la expresividad de las actrices, los paisajes voluptuosos. Termina la peli y se levantan cogidos de la mano. Caminan rectos en la oscuridad de los créditos, mecidos por el soniquete de la última cumbia. Abren la puerta y abandonan la sala de la fábrica de sueños. La luz de la calle los golpea. Mojados de frío, recuerdan que su vida se rodó en blanco y negro.