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Obaba

Obaba, la última película de Montxo Armendáriz, la que más justa y competitivamente nos representaría en los Óscar en la modalidad de filme de habla no inglesa, como bien saben, es una adaptación del libro de relatos Obabakoak, de Bernardo Atxaga.

El director de Tasio ha hilvanado con la maestría del artesano la común y subterránea imbricación que mantenían los cuentos del escritor vasco, que en su traslación cinematográfica, conformando unidad, fluyen sin estridencias de la palabra a la imagen. La película, exenta de maniqueísmos, gobernada por una lógica y poética arbitrariedad, repleta de dobles interpretaciones, premeditada y felizmente ambigua, es una sutil inmersión que nos enseña a apreciar lo ignoto, una fantasmagórica pero realista recreación de un fascinante microcosmos, Obaba, donde convergen el amor, la soledad, la violencia, la locura.

A Cacuito, como en los últimos y felices casos de Fahrenheit 9/11, Memorias del saqueo o La pesadilla de Darwin, le interesa especialmente la implícita reivindicación del documental como arte que desprende el último trabajo de Armendáriz, una constante en su cine pero ahora ofrecida de forma más soterrada. La trama se cuenta a través de la cámara de vídeo de una estudiante de cine, que intenta apresar sin éxito la realidad de lo que filma. Cine dentro del cine, una recapacitación pública sobre el acto creativo y su dificultad de ejecución.

Lea el libro. Acuda al cine. No descuide a los lagartos. Cuente las curvas en la carretera, sus pasos al andar. Su percepción de la vida será más extraña. Menos constreñida. Más emocionante. Más rica.