Garganta Profunda
La mujer de Cacuito era anorgásmica. Nada extraño pero frustrante. Solucionable. No existían enfermedades neurológicas o metabólicas que justificasen la disfunción (problemas hormonales, hipotiroidismo, diabetes). Ni tumores ni operaciones traumáticas. Ni tan siquiera antidepresivos. Ni vida azarosa y estresante. La mujer atestiguaba que su santo era aplicado en los deberes sexuales. Que la pura y dura relación cotidiana también era fluida. Testarudos, sin las muletas de sexólogos, llegaron a descubrir la causa de la obsesión de ambos. Investigaron libidinosamente hasta localizar el clítoris de su amante en lo más profundo de su garganta. Descubrieron que ella sólo podía alcanzar el orgasmo por medio de la felación, nunca a través de una simple penetración vaginal, y que, cuando éste llegaba, sentía el repiqueteo gozoso de campanillas y la explosión de cohetes de lujuria. Basándose en la experiencia y en la anómala anatomía de la fémina, la pareja podía haber escrito un guión cinematográfico, de mayor o menor gusto; una autobiografía dichosa y dudosa; filmar y distribuir, según sus paupérrimas posibilidades, una película casera que convulsionase las dobles conciencias. Atesoraban el poder de escandalizar al mundo, de revitalizar la lucha por la igualdad de género, de convertirse en adalides de la libertad de expresión, de protagonizar revoluciones sexuales, de acaparar portadas de suplementos dominicales. De erigirse en primigenios ídolos y ulteriores mártires. No explotaron nada de eso. Cacuito continúa enardeciendo la libido de su santa. Hoy. En lo más profundo de la intimidad.