Nueva Orleans

La Naturaleza, como la justicia, se ceba con el más débil. El dinero no puede comprar sus veredictos, pero ayuda a la minimización de sus efectos. No han podido beneficiarse los negratas raperos y analfabetos de Nueva Orleans, que nunca están al loro de los sucesos consuetudinarios que acontecen en la rúa.

Cacuito ha despertado de su pesadilla diaria cavilando que la culpa de todo fue de esos negratas que comen frijoles. Porque no tenían la pasta para huir. Porque no tenían familia en otros estados. Porque no podían llenar sus cascajosos carros de gasofa. Ahora, ellos son los culpables de la subida de los carburantes. Y lo sufre el primer mundo entero, al que, en estos días felizmente soleados, le cuesta menos barato apurar los últimos desplazamientos playeros en buga. Mientras, los negratas forajidos están a sus cosas que le gustan: al saqueo de los supermercados de las indigentes multinacionales, a la inmersión en sabrosos contenedores de basura, a la busca de un mullidito puente para dormir la mona con sus bebés.

Después de intentar lavarse el careto y enfrentar su rostro contra el espejo, Cacuito ha recordado la corrupción e ineptitud política de Louisiana, que, entre otras genialidades diseñadas para el plan de evacuación, instó a los negratas de los playgrounds a dedicarle plegarias al huracán. Porque Katrina, como la pasma, no es tonta. Así, fijo que su efecto descendía a un nivel dos. Pero no se aplicaron. No rezaron lo suficientemente alto. No miraron de frente al dios de los pudientes. Ingratos negratas de danzas lascivas, ¿por qué la historia os ha hecho desconfiar de él?