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Ego y Sellers

Ahora que Peter Sellers, el cómico cinematográfico favorito de Cacuito gracias a pelis como El guateque, directores como Blake Edwards o Stanley Kubrick y personajes como Hrundi B. Bakhsi, debía cumplir ochenta años, veinticinco después de su muerte, se estrena la película biográfica Llámame Peter.

Según cuentan, el mayúsculo actor agonizaba en vida de ego, la enfermedad congénita y humana más letal, la que se nutre de la ansiedad patológica y cotidiana, la que bebe de los halagos o ausencia de ellos, retroalimentándose en un carrusel del infierno sin retorno. Si bien es cierto que tirar de ego en pequeñas dosis es imprescindible para el desarrollo y fortalecimiento de la autoestima que todos necesitamos, para, como sentenciara Plauto, sobrevivir en este mundo de hombres que son lobos para el hombre, no deja de ser lacerante que su sobredosis sea la cicuta que afecta igual a un artista que a un oficinista que a un sesador de gambusinos. El ego exacerbado, oculto tras un maquiavélico juego de máscaras y manifestaciones psicóticas de la personalidad, siempre encubre un complejo de inferioridad que hace reaccionar con una virulencia inconsciente. Estas personas, para soportarse a sí mismas en las frías noches de invierno, necesitan rodearse moderadamente de otros congéneres con un centro de gravedad permanente, que escribiera Battiato. Bela Lugosi, el expresionista actor que más cabalmente encarnó a Drácula en celuloide, acabó sus días durmiendo en un ataúd. Sellers coleccionaba esposas maltratadas, ahogaba elefantes rosas en piscinas domésticas. Rompía los juguetes de sus hijos.