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Cannes y Glamour

Glamour: No existe palabra más odiosa para Cacuito. Por su cursi fonética, por el manoseo a que ha sido sometida hasta desemantizarla, hasta despojarle cualquier atisbo de significación, cualquier vestigio de realidad. Porque se empeñan en querer encasquetarla con calzador al armamento propagandístico de cualquier festival de cine. Porque ya no es sinónimo de encanto ni de sensualidad. Porque no es española. Porque es estúpida.

Se celebra estos días en Cannes, una pequeña ciudad turística de la costa mediterránea francesa, el festival de cine, con diferencia, más respetable del mundo. Y no gracias a la jodida palabra ni a que los gacetilleros más torticeros también se empeñen, por decreto, en asociarla a tamaño evento cultural. Sino porque, desde su creación hace cincuenta y ocho años, allí han sido descubiertos o se han consagrado todos los grandes que han sido y que serán en la historia del cine. Y ahí radica la diferencia y el respeto que este festival se ha granjeado por encima de cualquier otro: la frivolidad es accesoria; el arte, el motor.

Cacuito se congratula de encontrar, en primicia, año tras año, las obras de lo más granado del cine, de los cineastas contemporáneos que lo rechiflan. En esta edición, por ejemplo, Michael Haneke, Wim Wenders, Lars Von Trier, Jim Jarmush o David Cronemberg. Y nada menos. Ellos demostrarán que hoy por hoy el cine es la expresión artística más viva, más innovadora, más completa. Exhibirán propuestas audaces, recreaciones liberadoras de nuestra vida adocenada. Películas que Cacuito jamás verá en las glamourosas salas de su ciudad.