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4. A LA SOMBRA DEL PALO BORRACHO (PIANTADA CRÓNICA DE UNA ESTADíA EN BUENOS AIRES E IGUAZÚ)

IV


Estábamos ansiosos por patear la calle, por mezclarnos en el trajín cotidiano bonaerense, por escuchar radiantes sonidos, por adivinar en los rostros la mezcla de razas., por empaparnos de acentos y murmullos. Nos tiramos a la calle bien temprano, con la idea de tomar la Avenida del Libertador (¡treinta y tres kilómetros de larga!) y alcanzar el Museo Nacional, en Recoleta. No sé si fueron un par de horas de caminata, con alguna parada incluida para tomar café, hasta que llegamos al Palais de Glace, antigua pista de hielo y mítico salón de baile donde en una reyerta alojaron la bala que Gardel mantendría depositada toda la vida en el pulmón. Hoy es un museo que cuelga obra de nuestra amiga Andrea (Riccardi).


El Palais de Glace rodeado de ombús


En nuestro mayúsculo paseo vimos gente atareada, gente acalorada, muchísimos mestizos. Me sorprendió. Asumido el flujo migratorio de principios del siglo veinte, compuesto mayormente por españoles, polacos, judíos y, sobre todo, italianos, en la actualidad Buenos Aires recibe a peruanos, bolivianos, paraguayos, uruguayos, brasileños y ecuatorianos, principalmente, acuciados por las paupérrimas economías de sus países, más débiles aún que la argentina.


La plaza aledaña al Palais de Glace (Intendente Alvear) está sembrada de ombús, un voluptuoso árbol también llamado Bella Sombra. El ombú es originario de Argentina, renombrado por la generosa sombra que proporciona su frondosa copa y sus gruesas y orondas raíces, que parecen brazos de pulpos gigantes. Acojonan un poco. Parece que están vivos, que en cualquier momento van a echarse a andar o a pegarte un abrazo fuerte (como los teletabis).


Abrazo fueeeerte Majestuoso Fité qué ramas Felipa chamuya con los ombús


Seguimos subiendo hasta alcanzar las puertas del Cementerio de Recoleta. Alrededor del Centro Cultural hay montado un tinglado de puestecillos que venden artesanías, libros usados (mención especial para una antología de poesía gauchesca forrada en piel de vaca o una primera edición ecuatoriana de Cien años de soledad) o frutillas (fresas) para tomar allí mismo. Hay poca bulla. Paseamos distraídamente.


Entramos en la Iglesia del Pilar, de principios del siglo XVIII, y nos reímos mucho sacándole una foto a una virgen que es clavada a una amiga. Por lo demás, nada espectacular, sencilla, sin alardes, de ajustadas proporciones.


Iglesia del Pilar Nuestra amiga la virgen


La majestuosidad nos espera en el cementerio, al lado del antiguo convento de los padres recoletos, que por otra parte son los que dan nombre al barrio. Es un despliegue extraordinario de arquitectura funeraria, del siglo XIX a principios del XX. Alberga panteones familiares y bóvedas, principalmente, de burgueses, políticos, escritores y estancieros. Me llamó la atención que, aunque la "estrella" turística sea el panteón (muy modesto) de Evita, en realidad a quien da más cancha el cementerio es a Domingo Faustino Sarmiento, escritor y ex presidente de la Nación en el siglo XIX, que descansa en un esplendoroso mausoleo repleto de placas de los más variopintos y representativos colectivos ciudadanos. Fue especialmente emocionante comprobar el cariño que se le profesa al autor de Facundo o Civilización y Barbarie, una de las lecturas más pasionales que acometí en mi racha universitaria. Esta imperdible obra, a la que tanto debe el boom latinoamericano y su sucesivas novelas sobre caudillos y dictadores, toma al caudillo riojano Facundo Quiroga, "el tigre de los llanos", como eje para explicar sociológicamente el país, confrontado los conceptos de civilización y barbarie, lo urbano y lo rural. Sarmiento fue una figura mayúscula, un prócer de la educación, de la ciencia, de la literatura, de la política, y así lo reconoce por doquier un pueblo culto y agradecido. En España levantamos monumentos a Lola Flores. También descansan en esta inmensa acumulación de monumentos funerarios escritores como Bioy Casares, Lugones, Hernández, Girondo o Larreta.


A lo alto Mausoleo blindadoCon Sarmiento Un descanso neogótico Todo a lo grande El segundo apellido de Felipa Hermosa madre Detalle


Evita y familia Una placa expresiva Evita, siempre florida


El gran Bioy El calamar opta por su tinta


Continuamos con la visita a Buenos Aires Design, un centro comercial al uso europeo, con tiendas para turistas y restaurantes de poco interés. No obstante, entre tanta atonía consumista, nos reconfortó ver que en uno de los establecimientos vendían grabados de la serie tanguera de nuestro amigo Rafael Gil. Estábamos reventados de andar durante toda la mañana, pero nosotros seguimos, cabezotas, ahora por Alvear y Quintana, París inmiscuyéndose en Buenos Aires. Paramos a almorzar raviolis, descansamos la fascitis plantar y nos dirigimos al Museo Nacional, a terminar de machacarnos. Se notaba que era el primer día. ¡Qué moral teníamos!


¡Grande Gil! Bailar pegados


Un clásico


El Museo Nacional de Buenos Aires está ubicado en la Avenida del Libertador, enfrente de la Plaza Francia. El edificio consta de tres plantas, cuarenta y cuatro salas de exposición y más de doce mil obras. Acumula el mayor patrimonio artístico del país y uno de los más importantes de Latinoamérica. La oferta es variada. Desde arte precolombino andino hasta colecciones de arte internacional (de la Edad Media a Siglo XX), que incluyen piezas de Modigliani, Miró, Picasso, Van Gogh, Renoir, Rubens, El Greco, Berni, Maccio, Varo... (Lo dejo porque es un no parar). En la tercera planta encontramos una sala de exposiciones fotográficas y una terraza de esculturas más bien flojitas, muy desmerecedoras del resto del Museo. Por otra parte, es evidente que el espacio se quedó pequeño para tanta obra. Hay salas que no pueden disfrutarse, que incluso agreden a la vista, que sufren garrafales errores de montaje. Se acumulan las obras una encima de otra, sin sentido, sobre paredes rojas que achican aún más el espacio. Cuentan también con una gran biblioteca, pero, sin embargo, la librería es muy flojita, impropia de un museo de este nivel. La asociación de amigos del Museo tiene mucho trabajo para ayudar a modernizar la pinta del edificio y su manera de mostrarse al público, que por otra parte es turístico y neófito, muy distinto del que pasea por el MALBA (Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires).


Avenida del Libertador La Facultad de Económicas Linda flor El Ché por los suelos


Plaza Francia


El Museo Nacional desde Plaza Francia Ya vamos llegando


En la sala destinada a exposiciones temporales (muy buena sala, diseñada con criterio) admiramos Aproximaciones, de Jacques Bedel; pese al nombre, artista argentino multidisciplinar y multigalardonado que, con el plástico como materia prima, propone un sensual viaje telúrico, a la luz de los brillos y las sombras. Una auténtica gozada y una suerte haber coincidido en fecha con esta magna exposición.


Mágico Bedel


El gran descubrimiento en este museo fue la pintura Papilla estelar, de Remedios Varo, nacida en Gerona a principios de siglo XX y exiliada en México. "México es más mío que de nadie", llegó a decir. La obra en cuestión es un lindo ejercicio surrealista donde una madre, mediante un extraño artilugio, recolecta estrellas, las tritura y las da de comer a una luna enjaulada. Una delicia preciosa.


Surrealismo aful




Serían ya como las cinco de la tarde cuando salimos del museo. Llevábamos unas siete horas de pie, sin parar de andar. Empezaba a hacer un calor importante. Tomamos un refresco en la única cafetería cercana, un sitio bizarro que quería ser moderno, un antro consagrado a la escudería Ferrari, camareros vestidos con polos rojos. Se imponía tomar un taxi que nos llevase al hotel, a descansar un poco. El cuerpo aún se imponía a la pasión.