" Las dos caras de la integración " ( by Naxari Altuna Errazkin )
El efecto boomerang pone en peligro la estabilidad de Francia, al no ser capaz de asimilar a los inmigrantes en una sola categoría: la de personas con derecho a vivir con dignidad
Banlieu: en francés, periferia. Banlieu parisienne: en la lengua de Moliere, periferia de París. Nos extendemos a cualquier cinturón industrial o industrioso, más o menos marginal o marginado de la República francesa. La periferia, estigmatizada por la mala costumbre de abandonar a su suerte a gentes que partieron de una patria expoliada, en busca del abrigo de la metrópoli, de la gran madre adoptiva, es un lugar con categoría de guetto, convertido en peligroso suburbio, por mor del olvido y la injusticia social. Lejos de los destellos de la gran capital de la luz, asoman los oscuros y tristes barrios de los relegados.
Seine Saint-Denis es uno de los enclaves fuertes del cinturón parisino. Allí descansa la última gran joya de la República: el Stade de France, inaugurado en enero de 1998 con victoria por la mínima de la selección francesa de fútbol ante España, con gol de Ziní¨dine Zidane, el símbolo de la “Francia multirracial, mestiza y ejemplo de integración”. Zidane nació en un suburbio de Marsella, pero su familia no es francesa. Su padre partió de Kabilya (norte de Argelia) para buscar una vida mejor, y el destino le llevó a la ciudad de la Canebií¨re, donde encontró a su futura mujer, y tuvo su familia. Uno de sus hijos, Yazid (nombre musulmán), se convertiría al cabo de los años en el artífice del gran triunfo de Francia en la Copa del Mundo de 1998 que ellos mismos organizaron. Yazid Ziní¨dine Zidane: el triunfo del talento, pero sobre todo del talante. Ejemplo de civismo, integración, respeto y dignidad. El diez de la selección asomaba como la punta de un iceberg peligrosamente sumergido en los suburbios; arrabales donde la marginación se abría paso a balonazos. Antillanos, africanos del magreb o subsaharianos... el deporte francés encontró un filón entre los inmigrantes de tercera generación.
Francia siempre se dotó de figuras inmigradas. La primera celebridad futbolística llegó a la zona minera del norte, desde Polonia. Raymond Kopazewsky era su nombre, una figura que forjó su leyenda con el nombre de Kopa. Aquél también triunfaría en el Madrid, junto a Di Stéfano. Pero el más célebre fruto de la inmigración fue Michel Platini, el futbolista más grande que haya pisado tierras galas. Su abuelo era italiano y todo comenzó en la patria de Garibaldi. Marruecos también aportó su grano de arena, con Ben Barek, y las Antillas nos descubrieron a Trí¨sor y Janvion. Ellos abrieron los ojos a los cazatalentos del hexágono. Gracias al talento y la prodigiosa fuerza natural y atlética, los menos gozarían en el futuro de esperanza, al ser instruídos en los florecientes centros de formación, dotándoles de una educación a la francesa, a la postre su base para la vida. Pero no todos los ciudadanos asimilados tenían la misma fortuna ni los medios para labrarse un camino hacia una vida mejor, con mejores perspectivas.
Blanc-black-beur (blanco, negro, árabe).
Una especie de trilogía conceptual se apodera de la sociedad francesa el verano de 1998. Arranca la Copa del Mundo de fútbol, donde Francia asoma al mundo con una selección multicolor, “ejemplo de la convivencia cívica de una sociedad multirracial”. Algunos tenían su origen en los departamentos de ultramar que dicen allí, antiguos enclaves caribeños, los exóticos paisajes antillanos (Lama, Thuram, Henry); otros, habiendo nacido en África, consiguieron la nacionalidad francesa por derecho, y cuando se hicieron futbolistas privilegiaron a su país de adopción, enfundándose la zamarra bleu (azul). El vicecapitán de aquella selección, Marcel Desailly, era natural de Accra (Ghana), mientras que uno de los principales pulmones del equipo, Vieira, había nacido en Dakar (Senegal). Pero también corría sangre armenia por aquel equipo (Djorkaeff, Boghossian), kanaka (Karembeu), árabe (Zidane), argentina (Trezeguet), portuguesa (Pires), vasca (Lizarazu, Deschamps)... Aquel hecho fue catalogado como algo excepcional, y surgió de los arrabales con la etiqueta de blanc-black-beur.
El equipo francés soñaba con llegar hasta el final, hasta la gran fiesta del 13 de julio en el Stade de France, en Saint-Denis. En los partidos de la selección una imagen, pose más que imagen a decir verdad, llamaba la atención del mundo. En cada partido aparecían los componentes agarrados de la cintura, entonando el himno nacional francés: la célebre Marsellesa. Un gallo con plumaje variado corría por los campos, de aquí para allá, no ya sólo como símbolo de la orgullosa uninad nacional, sino como paradigma de la diversidad. Francia fue cuna de los derechos de las personas, y una vez más quería demostrar al mundo que marcaba el tempus de los nuevos tiempos.
El día de la final sólo se veían camisetas azules y amarillas alrededor del anillo de Saint-Denis. El capitán Didier Deschamps había apuntado al comienzo de la competición su desazón por ver las gradas repletas de “cuervos”, en alusión al multitudinario desfile de trajes oscuros que embadurnaban los asientos de tan lujoso recinto. “¿Dónde está el pueblo?” Se preguntaba el pequeño capitán. A pocos metros del estadio la realidad hablaba de callejuelas oscuras, en la penumbra, con miles de familias que intentaban salir adelante en la sombra de una República que sólo tenía sitio para los triunfadores. La desigualdad fue haciendo cada vez más grande la zanja y, aunque cerca físicamente, la ubicación del gran Stade de France, fortaleza del deporte galo, era la cruel metáfora de aquel entorno. Una joya en el desierto.
Ganó Francia, comenzaba la fiesta y sin poder mirar más allá de la entrada a los suburbios, los Campos Elíseos nos esperaban para ver atónitos, in situ, la explosión de júbilo multicolor. Pero me llamó la atención la primera imagen. Llegan a la gran avenida adoquinada, en vísperas del 14 de julio, día de la fiesta nacional francesa, esos que la República consideraba “ejemplo de integración y asimilación”, gentes de colores, enharbolando todo tipo de banderas y efigies, que distaban mucho de ser tricolores. Eran argelinos, marroquís, africanos en general, antillanos... levantaban sus banderas y reivindicaban su existencia, su triste existencia en un país que sólo daba oportunidades a sus hermanos triunfadores.
Al día siguiente el país amaneció reluciente, en vísperas del 14 juillet, el día nacional, con el título mundial en la pechera. Los campeones recibieron la Legión de Honor de manos del Presidente de la República. Thierry, Nicolas, Silvayn, William, Jean-Alain, Patrice... fueron tomando cuerpo en ese equipo. Thierry, Nicolas, Silvayn, William, Jean-Alain, Patrice... son nombres que se repiten por los arrabales, chicos que luchan contra un futuro comprometido. Pero no todos son Henry, Anelka, Gallas, Boumsong o Evra...
El 18 de agosto de 2004 debutaba en la selección francesa Rio Antonio Zuba Mavuba. Pero su ficha venía en blanco. ¿Dónde nacio? Era apátrida. Su madre dio a luz hace 21 años en una patera, en pleno atlántico, cuando intentaba huir de la guerra de Angola. El chico se hizo futbolista en Burdeos, y cuando debutó en la selección absoluta las autoridades se apresuraron en otorgarle el pasaporte francés.
Cuando leo la historia del niño escolarizado que vivía en la calle, hasta que amanecía un nuevo día y volvía a juntarse con sus compañeros... cuando oigo que existe cantidad de alumnos sin papeles, amenazados de expulsión, que hay una asociación velando por sus intereses, Réseau d’Education sans Frontií¨res, con la ayuda de muchos padres de alumnos... veo que algo no funciona.
Quizá todo comenzó hace años, hace muchos años, porque nadie abandona su patria por capricho.
El ministro del Interior Nicolas Sarkozy debería acordarse de que su familia abandonó un día Hungría para buscar una vida mejor.
Naxari Altuna Errazkin.
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Naxari es un reciente fitxaje de nuestra peña de amigos. Y es el único periodista deportivo, a cargo de la sección fútbol internacional de la ETB, -el maldini vasco, como yo le digo nada en broma- que es capaz de saberlo todo de fútbol sin ser un peñazo cuadriculao del tipo machisto-topicazo. Y capataz de venirse desde Hondarribia a Grazalema para pasar con nosotros un puenting; patearse la garganta verde; cierta calle interminable cuesta arriba, y una cima, de una misma tacada.
Alucino con este plumilla de deportes porque escribe, digamos, "globalmente", y no me refiero al puto esférico. Quiero decir que mira más allá del balón nike, del resultado federativo, del club, o de las ventas de tópicos y bulos; más allá de colores; de las jugadas, de los fracasos o éxitos patrióticos, lejos de la paja mental y del expectáculo....
Naxari en sus crónicas mira mutxo mas hondo que el del interior de la puta cartera que le robó el ariete en posición dudosa, antes de batir al meta mediante una vaselina casi sin ángulo.
Eskarrik asko, Naxari, por transcribirnos tu estupendo artículo del euskera mágico. Gustará, creo, por aquí abajo.
Muy bien