Terrorismo climático
Bien, pues ya ha salido el nuevo informe de marras. Y nos dice que, aunque ahora parásemos en seco toda esta locura, la cosa irá a peor, y que, si no andamos finos, pronto serán irreversibles muchos de los daños que la emisión de gases con efecto invernadero están ocasionando: hambre, enfermedad, miseria y muerte; terror. Sí, terror. Auténtico terrorismo al servicio de la más grande dictadura que haya padecido nunca la Humanidad, una dictadura fraguada por los poderes oscuros que, como cuervos, se ciernen sobre el ser humano.
Ya estamos en el límite de lo irreversible, lo han dicho los expertos. Y también lo ha dicho Chirac, imagino yo que haciendo acopio de buenas dosis de cinismo. Bush, al menos en este tema, no es un cínico y ya está buscando a quién, por un buen pico, se decida a intentar desacreditar el informe del GICC. Porque, todos éstos que hoy están entonando sus patéticos e hipócritas lamentos de plañideras venales por el planeta que se nos muere, ¿qué harán mañana?, ¿se decidirán a dar un giro radical a “nuestro” modelo de “desarrollo” para, en lugar de centrarlo en el crecimiento a ultranza –cuando ya cualquier solución posible ha de pasar por el decrecimiento-, hacerlo en la calidad y el reparto solidario? No, ya Chirac, que tras la de cal dio la de arena, lo ha dicho: “la respuesta no puede ser el crecimiento cero”, y para decir esto se apoya en indecente argumento de que “en el mundo hay más de 800 millones de personas que pasan hambre”, cuando ese hambre es consecuencia directa de los mismos procesos que han desencadenado el cambio climático. No, señor Chirac, la respuesta al hambre no está en seguir creciendo, sino en comenzar a repartir, retribuyendo a sus legítimos dueños lo que les ha sido robado.
Pero no, mañana, estos adalides del desarrollo sostenible, estos “salvadores” del planeta y sus moradores, continuarán construyendo centrales de ciclo combinado, continuarán “diseñando" y construyendo (no) ciudades para que consuman cuanta más energía mejor (entre otros muchos aspectos por la dependencia patológica del vehículo privado y el derroche doméstico de energía que propician los actuales modelos urbanísticos). Igual sucederá con el modelo de ordenación territorial y de transportes (en el que el ferrocarril languidece frente a la marea de asfalto que lo inunda todo para mayor gloria de cuatro mangantes con las manos manchadas de petróleo y de sangre).
No, mañana no vendrán ni Chirac, ni Zapatero, ni Narbona, ni Fuensanta Coves a decirnos: “Señores, ni una central de ciclo combinado más, ni una puñetera urbanización de baja densidad, ni un maldito centímetro cuadrado más de autopista, nos va en ello, no el futuro del planeta -¡qué le den al planeta!-, sino nuestro propio futuro, el futuro de nuestros hijos y el de los hijos de los hambrientos.
No, harán todo lo contrario, porque para erradicar el hambre del mundo, señores, es imprescindible seguir creciendo, dicen. Y esta actitud, una actitud que traerá como consecuencia la muerte, el asesinato premeditado, de millones y millones de personas, no se puede calificar más que de terrorismo puro y duro. El terrorismo de unos auténticos dictadores.
Así que yo, que soy un ciudadano sin voz ni importancia, ya sólo puedo exigir que se comience a hacer justicia, que se comience a investigar a todos aquellos que sean sospechosos de terrorismo climático. Y que se les juzgué para hacer justicia. No, no pido que acaben en la horca como Sadam –sería ya mucho pedir que a todos los terroristas se los mida por el mismo rasero-, pero sí que vean pudrirse sus huesos en la cárcel sin posibilidad de amnistía o libertad de algún tipo. Porque para éstos no hay rehabilitación posible. Caerán presidentes de gobiernos, de compañías transnacionales, generales de ejércitos…, peces muy gordos, pero es preciso hacer todo lo posible para acabar con el terrorismo, ya saben.
Así que, hoy, yo los señalo con el dedo, no con el índice, sino con el corazón, y pido que se haga justicia. Aunque, he de reconocerlo, yo no soy más que un ecologista, un auténtico salvaje en un mundo acomodado, ávido por regresar a las cavernas. Será para, al menos, sólo ver las sombras de tanta mierda y tanta muerte como los terroristas, los asesinos, los dictadores de guante blanco siguen y siguen desparramando por el planeta, este planeta que a servidor, imbuido de antropocentrismo, se la suda.
No sé a quien le oi decir en una ocasión que hay hombres que parecen estar continuamente empeñados en que regresemos al árbol del que un día bajamos. Tanto progreso ¿?, tanto desarrollo ¿?, tanta evolución..., ¿para qué carajo han servido? Para suicidarnos, para que tengamos que empezar seriamente en la posibilidad de que el hombre del futuro tenga que habitar en otros planetas, otros que también, antes o después, acabaremos destruyendo. Somos la especie más dañina que ha poblado el mundo. Somos una plaga, una epidemia de piojos infecciosos sobre la faz de la tierra, nos creemos superiores a todos los seres vivos, incluso a nuestroa semejantes, y con el derecho a controlarlo todo, a explotarlo todo, solo en nuestro beneficio y sin mirar las consecuencias. Volveremos a las cavernas, ya vereis.
Salud.