Salpicaduras en el espejo
-No deberías mirarMe de ese modo.
-¿De este modo?, ¿qué modo?, ¿a qué te refieres?
-Tu mirada es... desafiante, casi obscena, rayana en lo pecaminoso; convendrás Conmigo que no se corresponde con la de alguien de tu posición y mucho menos dirigida a Quién, como Yo, se halla infinitamente por encima de tu patética y precaria condición.
-Bueno, creo que respecto a eso que dices hay entre nosotros discrepancias insalvables. Lo cierto es que, al ser yo tu creador, tengo el derecho a contemplarte en cada momento y en cada lugar como mejor me venga en gana.
-¿Mi creador... dices? No entiendo.
-Ya; es comprensible. Y todo por mi culpa, mi gran culpa, mi única culpa; quise engendrarte omnisciente, pero, finalmente, no pude evitar perpetrarte a imagen y semejanza de mis carencias e imperfecciones.
-Pero Yo soy Dios y tú, mi hijo.
-Lo que dices, en parte, es cierto; aunque, por incompleto, no deja de ser mentira, la gran mentira, la única mentira.
-Sigo sin entenderte.
-Ya te dije: como creador soy un auténtico desastre.
-¡PERO YO SOY DIOS!
-Y yo tu hijo. Pero, para serlo, antes tuve que ser tu padre. Y ahora seré tu verdugo. Padre, hijo y verdugo, alfa y omega salpicando de sangre la opaca e inerte profundidad del espejo.
-¡Estás loco! Es a todas luces imposible aunar la condición de padre e hijo a un tiempo.
-¿Y el misterio de la Trinidad?
-A estas alturas deberías saber que ese misterio no es más que una burda invención del Hombre.
-Como tú.
-Pero Yo soy dios.
-Y yo, no trates de obviarlo, tu verdugo, esa tercera persona que faltaba para completar la hipóstasis, cerrar el círculo, alcanzar la perfección, el cero, la nada... Esa nada de la que por mi voluntad surgiste y a la que ahora, también porque es mi deseo, habrás de volver.
-Pero... yo soy dios y Tú... Tú... ¡no puedes asesinarme!.
-Veo que sigues sin entender nada; será en legítima defensa.
-Pero... Tú... no puedes, no debes matarme; yo soy dios y Tú, que sólo puedes existir a través del cordón umbilical que nos une, mi Hijo.
-El libre albedrío, padre, el libre albedrío.
¡qué genialidad...!
Hoy te has ganado unos choricitos al infierno, pichita...