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Pequeña enajenación transitoria

Una jauría de estrépitos amordazados
-nubes lóbregas de negras alas desplumadas
y párpados decapitados-
sobrevuela mis despojos
sin esperar siquiera sus fauces
por si un suspiro blanco en el epílogo
salva de la ciénaga de lo eterno
a la frágil memoria incrustada
de jirones de piel latente y desollada.

Ya no distingo
la luz
de las esquirlas de espejo
-opacos reflejos sin mirada-
que han fraguado mis delirios
desmigajando la lluvia otra primavera ausente.

Los relojes se han hastiado
de herrumbre y albañales pegajosos
entregando el mecanismo y los misterios
a una manada de espectros pavorosos
que escupen en mi cara la sangre
fresca
de enjambres imaginados de mariposas y arco iris
clavando con guadañas y alfileres
la savia que chorrean sus arterias
escleróticas
sobre el rosal de plástico del horizonte marchito.

Y el aroma y los vientos perdidos desde el poniente
han sepultado las moradas de los dioses derruidos
que habitan mi incredulidad
desde el origen.

Y la ruina y la carencia…
me abisman.
Ansía de entrega a la nada.

Pero mañana
es día de visita en la contagiosa asepsia
del ventanal
que da al patio del magnolio florido
y el aroma…
frente a la silla vacía
se sumará penetrante a los añicos.