¿Ordenación del Territorio? (II) (RIP Antequera)
Hace poco menos de un mes, en un artículo que titulé “¿Ordenación del Territorio?, que nació sin vocación de segundas partes, hacía referencia a la necesidad de, en el marco de esta disciplina –indisciplina en la práctica actual- y, en el contexto imprescindible del desarrollo sostenible, uno de los aspectos que con mayor fuerza había que impulsar era la optimización del uso suelo, para evitar su despilfarro, dado que se trata de un recurso no renovable. Y que el modo de hacerlo era desterrando la baja densidad edificatoria sin llegar a la configuración de situaciones de hacinamiento.
Bien, no abundaré más en comentar aquel texto, que está a disposición de quién quiera acercarse a su lectura en este mismo espacio virtual. Pero sí he de dar una nueva vuelta de tuerca en lo relativo a la optimización del uso del suelo, que, también, consiste en asignar a cada área o sector del territorio los usos más adecuados en función de sus diferentes potencialidades y vocaciones. ¿Qué significa esto? Pues, simplificando mucho, esto quiere decir ni más ni menos que a la hora de decidir sepultar un territorio bajo un irreversible manto de hormigón, ladrillo y asfalto, hay que cuidar mucho de que no sea de los de mayor calidad y potencial para el desarrollo de usos diferentes al urbano. Porque no podemos saber cuando lo iremos a necesitar en el futuro, pero sin duda, más tarde o más temprano, terminaremos por necesitarlo.
Por poner un ejemplo que nos aclare un poco estos términos y, que por otra parte, sea de actualidad, me referiré a la aberración urbanística -paradigma de insostenibilidad y diametralmente opuesta a lo mínimo exigible en cuanto a optimización de recursos- que los poderes públicos –todos ellos por acción u omisión- pretenden perpetrar en el término municipal de Antequera, condenando su Vega a la pena capital que se aplica en tiempos de guerra. Y es que esto es una guerra, la guerra del ladrillo.
La Vega de Antequera constituye un territorio, además de único en su entorno territorial inmediato, estratégico, no sólo para la comarca en la que se inscribe, sino para el conjunto de Andalucía, en función de su potencial agrícola, que supone un factor de diversificación, entre otros elementos, de la economía y del paisaje. Pero la provincia de Málaga hace tiempo que emprendió, a una velocidad que produce vértigo, el tortuoso camino que lleva hacia el monocultivo del ladrillo, que puede ser un factor generador de riqueza, que acaparan muy pocas manos y en un corto plazo de tiempo, pero que a medio y largo plazo, como toda pérdida de diversidad, sólo puede ser germen de empobrecimiento y miseria.
En Antequera, el equipo de gobierno municipal pretende que la corporación otorgue su aprobación inicial a un PGOU que, entre otras lindezas, contempla la construcción de 8 campos de golf; 35.000 nuevas viviendas (una buena parte con densidades urbanísticas extremadamente bajas), que tendrían capacidad para acoger a 115.000 nuevos habitantes en municipio que cuenta en la actualidad con 40.000; el mayor puerto seco de Europa, sobre un extensión de 5 millones de metros cuadrados; un aeropuerto con su pista orientada hacia la ciudad y a 7 kilómetros de ésta; 12 millones de metros cuadrados de polígonos industriales; y la configuración de 6 nuevos núcleos urbanos.
Resumiendo, el "requiescam in pace" para la Vega, y la extensión del monstruo voraz de la Costa del Sol hasta los confines del interior de la provincia de Málaga. Congestión, contaminación, multiplicación de las necesidades de transporte y despilfarro de todo tipo de recursos no renovables o escasos, suelo, agua y energía, entre otros. Perdida de calidad de vida a pasos agigantados. Pero, además, el sobredimensionamiento de los futuros suelos de uso industrial en la Vega, sólo puede entenderse como una estrategia destinada a liberar de este uso, por escaso que ya sea, a los municipios del litoral, para generar en ellos nuevas posibilidades de especulación urbanística y una mayor fuerza al predominio, ya incuestionable y aplastante, de lo inmobiliario. Avance del monocultivo del ladrillo, algo así como el agente naranja, en el litoral, y pérdida irreversible de un sector estratégico, como es la agricultura, en el interior, territorio que, paralelamente, se suma como un vagón más a ese tren al infierno de una economía donde cada vez más lo único que importa es la construcción privada y la obra civil a cualquier precio.
Y, a todo esto, el Gobierno de Andalucía sin decir esta boca es mía, ya se sabe, el respeto escrupuloso al municipalismo y a las competencias locales entra dentro de lo políticamente correcto y sólo se trata de poner freno a los desmanes, ya sean urbanísticos o de otro carácter, cuando ya el daño es irreversible. Las operaciones ballenas y malayas siempre, siempre, llegan tarde. Esa concepción pacata y medieval del urbanismo como coto vedado a toda decisión que pueda venir desde fuera de los límites municipales, en la Andalucía del “ladrillazo” y los sepultureros de cemento, ya no tiene cabida. El urbanismo, como función pública con una finalidad predominantemente social, está muerto en el marco del “cortijerismo” municipal al servicio de los modernos “señoritos” de lo inmobiliario que hacen de su capa un sayo y del patrimonio común coto de hormigonera privado. En eso quieren convertir también Antequera, en un coto vallado donde toda la caza, hasta que sea completamente esquilmada, estará al servicio de unos señoritingos sin escrúpulos, aposentados cómodamente en sus salvajes y “antideportivos” puestos de caza.
Ya la única solución sólo podría venir de la mano de la ordenación del territorio y de los poderes que tienen la competencia para ponerla en valor y darle fuerza. Pero en el Gobierno Andaluz no tiene ni la menor idea, ni tampoco interés alguno, de lo que es ordenar el territorio, porque en tantos años de Autonomía se ha negado a hacerlo, al fin y al cabo han sido sobre todo “sus” alcaldes los que han hecho y desecho –sería casi mejor decir que sólo han desecho- en materia urbanística. Y ya se sabe que, según la teoría evolutiva, los órganos que no son usados, se van atrofiando hasta desaparecer, en tanto que se desarrollan aquellos a los que se da más uso. ¿Comenzarán pronto a aparecer individuos de la “especie gobernante” sin cerebro y con unas grades manos y bolsillos? ¿Qué para qué? Saque usted mismo sus conclusiones.
Como todo esto no cambie, y Antequera es otra de tantas buenas ocasiones para ello, y el Gobierno Andaluz no se dedique de una vez por todas a gobernar en lugar de hacer demagogia, populismo, proselitismo, clientelismo y propaganda, además de su habitual ejercicio de mamporrero al servicio de los poderes fácticos, no pasará mucho tiempo hasta el momento en el que nos veamos obligados a tratar de comernos los ladrillos; y sin salsa ni agua. Y entonces, nos daremos cuenta de que, además de ser duros de roer, no alimentan.
La Vega ha muerto. ¡Viva el ladrillo!
Bien, no abundaré más en comentar aquel texto, que está a disposición de quién quiera acercarse a su lectura en este mismo espacio virtual. Pero sí he de dar una nueva vuelta de tuerca en lo relativo a la optimización del uso del suelo, que, también, consiste en asignar a cada área o sector del territorio los usos más adecuados en función de sus diferentes potencialidades y vocaciones. ¿Qué significa esto? Pues, simplificando mucho, esto quiere decir ni más ni menos que a la hora de decidir sepultar un territorio bajo un irreversible manto de hormigón, ladrillo y asfalto, hay que cuidar mucho de que no sea de los de mayor calidad y potencial para el desarrollo de usos diferentes al urbano. Porque no podemos saber cuando lo iremos a necesitar en el futuro, pero sin duda, más tarde o más temprano, terminaremos por necesitarlo.
Por poner un ejemplo que nos aclare un poco estos términos y, que por otra parte, sea de actualidad, me referiré a la aberración urbanística -paradigma de insostenibilidad y diametralmente opuesta a lo mínimo exigible en cuanto a optimización de recursos- que los poderes públicos –todos ellos por acción u omisión- pretenden perpetrar en el término municipal de Antequera, condenando su Vega a la pena capital que se aplica en tiempos de guerra. Y es que esto es una guerra, la guerra del ladrillo.
La Vega de Antequera constituye un territorio, además de único en su entorno territorial inmediato, estratégico, no sólo para la comarca en la que se inscribe, sino para el conjunto de Andalucía, en función de su potencial agrícola, que supone un factor de diversificación, entre otros elementos, de la economía y del paisaje. Pero la provincia de Málaga hace tiempo que emprendió, a una velocidad que produce vértigo, el tortuoso camino que lleva hacia el monocultivo del ladrillo, que puede ser un factor generador de riqueza, que acaparan muy pocas manos y en un corto plazo de tiempo, pero que a medio y largo plazo, como toda pérdida de diversidad, sólo puede ser germen de empobrecimiento y miseria.
En Antequera, el equipo de gobierno municipal pretende que la corporación otorgue su aprobación inicial a un PGOU que, entre otras lindezas, contempla la construcción de 8 campos de golf; 35.000 nuevas viviendas (una buena parte con densidades urbanísticas extremadamente bajas), que tendrían capacidad para acoger a 115.000 nuevos habitantes en municipio que cuenta en la actualidad con 40.000; el mayor puerto seco de Europa, sobre un extensión de 5 millones de metros cuadrados; un aeropuerto con su pista orientada hacia la ciudad y a 7 kilómetros de ésta; 12 millones de metros cuadrados de polígonos industriales; y la configuración de 6 nuevos núcleos urbanos.
Resumiendo, el "requiescam in pace" para la Vega, y la extensión del monstruo voraz de la Costa del Sol hasta los confines del interior de la provincia de Málaga. Congestión, contaminación, multiplicación de las necesidades de transporte y despilfarro de todo tipo de recursos no renovables o escasos, suelo, agua y energía, entre otros. Perdida de calidad de vida a pasos agigantados. Pero, además, el sobredimensionamiento de los futuros suelos de uso industrial en la Vega, sólo puede entenderse como una estrategia destinada a liberar de este uso, por escaso que ya sea, a los municipios del litoral, para generar en ellos nuevas posibilidades de especulación urbanística y una mayor fuerza al predominio, ya incuestionable y aplastante, de lo inmobiliario. Avance del monocultivo del ladrillo, algo así como el agente naranja, en el litoral, y pérdida irreversible de un sector estratégico, como es la agricultura, en el interior, territorio que, paralelamente, se suma como un vagón más a ese tren al infierno de una economía donde cada vez más lo único que importa es la construcción privada y la obra civil a cualquier precio.
Y, a todo esto, el Gobierno de Andalucía sin decir esta boca es mía, ya se sabe, el respeto escrupuloso al municipalismo y a las competencias locales entra dentro de lo políticamente correcto y sólo se trata de poner freno a los desmanes, ya sean urbanísticos o de otro carácter, cuando ya el daño es irreversible. Las operaciones ballenas y malayas siempre, siempre, llegan tarde. Esa concepción pacata y medieval del urbanismo como coto vedado a toda decisión que pueda venir desde fuera de los límites municipales, en la Andalucía del “ladrillazo” y los sepultureros de cemento, ya no tiene cabida. El urbanismo, como función pública con una finalidad predominantemente social, está muerto en el marco del “cortijerismo” municipal al servicio de los modernos “señoritos” de lo inmobiliario que hacen de su capa un sayo y del patrimonio común coto de hormigonera privado. En eso quieren convertir también Antequera, en un coto vallado donde toda la caza, hasta que sea completamente esquilmada, estará al servicio de unos señoritingos sin escrúpulos, aposentados cómodamente en sus salvajes y “antideportivos” puestos de caza.
Ya la única solución sólo podría venir de la mano de la ordenación del territorio y de los poderes que tienen la competencia para ponerla en valor y darle fuerza. Pero en el Gobierno Andaluz no tiene ni la menor idea, ni tampoco interés alguno, de lo que es ordenar el territorio, porque en tantos años de Autonomía se ha negado a hacerlo, al fin y al cabo han sido sobre todo “sus” alcaldes los que han hecho y desecho –sería casi mejor decir que sólo han desecho- en materia urbanística. Y ya se sabe que, según la teoría evolutiva, los órganos que no son usados, se van atrofiando hasta desaparecer, en tanto que se desarrollan aquellos a los que se da más uso. ¿Comenzarán pronto a aparecer individuos de la “especie gobernante” sin cerebro y con unas grades manos y bolsillos? ¿Qué para qué? Saque usted mismo sus conclusiones.
Como todo esto no cambie, y Antequera es otra de tantas buenas ocasiones para ello, y el Gobierno Andaluz no se dedique de una vez por todas a gobernar en lugar de hacer demagogia, populismo, proselitismo, clientelismo y propaganda, además de su habitual ejercicio de mamporrero al servicio de los poderes fácticos, no pasará mucho tiempo hasta el momento en el que nos veamos obligados a tratar de comernos los ladrillos; y sin salsa ni agua. Y entonces, nos daremos cuenta de que, además de ser duros de roer, no alimentan.
La Vega ha muerto. ¡Viva el ladrillo!