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Miradas (2)


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Ramón, el del tercero izquierda, nunca ha dejado de ser un vecino ejemplar. Ordenado, educado, limpio, en absoluto ruidoso, siempre al corriente en el pago de las cuotas de la comunidad de propietarios, afable, bien parecido, en todo momento dispuesto a echar una mano... No obstante, anoche, tras varias semanas planeando con minuciosidad hasta el más insignificante de los detalles, he acabado asesinándolo; otra muerte más que sumar a la fría estadística relativa a los accidentes domésticos.


Todo comenzó cuando, como venía siendo ya habitual un par de veces en semana, coincidimos, hace ahora exactamente un mes, en el ascensor aún de madrugada. A pesar de que nada parecía haber cambiado con respecto a otras ocasiones, hubo algo, que en ese momento no supe descifrar, totalmente diferente. Diferente y, aun en su indefinición, espantoso.


No pude dejar en todo aquel largo día de darle vueltas y más vueltas a aquel encuentro tratando de comprender las causas de mi desasosiego; ese detalle, esa mutación que, prácticamente imperceptible, se había operado en aquel instante en que mi mirada y la de Ramón se cruzaron mientras descendía el ascensor, alterando para siempre en profundidad mi confusa concepción del mundo. Después de una larga reflexión, llegué a la conclusión de que seguía viendo a Ramón exactamente igual como hasta entonces, y tampoco encontré nada que me hiciese albergar una mínima sospecha de que la percepción que él tenía acerca de mí hubiese experimentado alteración de algún tipo. Entonces... ¿qué? De súbito una luz cegadora penetró mis cinco sentidos: era yo el que había cambiado esa percepción, la propia percepción acerca de mí mismo, y ahora me contemplaba como a un absoluto desconocido; un ser terrible y ajeno por completo a mi persona me había expulsado de mi cuerpo y ahora yo estaba fuera de cualquier espacio físico observando mi antigua morada desde el limbo de mi desahucio. Fue cuando lo decidí. No podía permitir que Ramón se percatarse de éste mi nuevo estado enajenado; de suceder así ¿quién podría imaginar las consecuencias?, incluso, con sólo un poco de mala fortuna, tal cosa podría ser origen del fin del mundo conocido, de mi mundo que ya no era el mío, sino el de aquel ente extraño que se había introducido en todas mis vísceras y en mi sangre. Por lo tanto, para calmar la creciente inquietud que me embargaba por todo aquello sólo cabía una solución: debería eliminarlo. Como así ha sucedido.


Sin embargo, y en contra de lo que había previsto, mi execrable crimen apenas me ha llevado a encontrar una mínima parte del sosiego perdido. Y es que no dejan de presentarse nuevas amenazas en torno a mi lamentable nuevo estado. Sin ir más lejos, esta misma mañana, como tantas otras veces, mi mirada se ha cruzado con la de la carnicera, y he vuelto a experimentar un profundo y acerbo espanto ante la posibilidad de que mi secreto pueda llegar a ser descubierto. No me quedará, pues, otro remedio que acabar también con su vida lo antes posible. Lo malo es que mi agenda ya está totalmente ocupada en estos asuntos hasta diciembre del año 2013, por lo que en todo este periodo, y en cualquier instante, podría ser descubierto por alguna de mis futuras víctimas.

archivado en:
ana flores
ana flores dice:
21/03/2009 11:02

¡Hola, Rafa! ¡Qué bueno!, y ¡qué miedo! El cerebro debería tener interruptor, y desagüe, que pudiéramos hacerle limpieza de vez en cuando, todos los viernes por ejemplo, y eliminar de la mente esos invasores que nos corroen, que nos invade el pensamiento y nos anula, o al menos, ser valientes y desafiarla.
¿De verdad te basta tu terapia (escribir)para mantenerla firme,cuerda?

Un abrazo grande.

He estado en el HIPOGEO pero allí no puedo comentarte:
Casino: Estremecedor, también da(das) miedo (qué bonita la palabra "funesta")
La otra identidad: Sin palabras, sólo luz.
Sub-mundo: En esta vida, siempre renunciando. Nosotros sabremos lo que hacemos, en el fondo somos libres y nsotros mismos nos encadenamos.

Un beso grande y feliz día.