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Miradas

De ningún modo quiso jugar el papel de estratega a la conquista marcial de sus dulces y feraces territorios.

Nunca pretendió recorrer su geografía como campo de batalla, ni establecer refugio alguno al abrigo de la calidez de sus montañas.

Jamás se pertrechó para acudir a su encuentro. Si acaso cargaba un pesado escudo de aturdido disimulo con el que trataba en vano de protegerla de la metralla desprendida por su asedio ineluctable. Aunque siempre tratase de respetar escrupulosamente sus fronteras.

Sólo procuraba, embelesado, poder asomarse una y otra vez a las ventanas que le mostraban los paisajes luminosos de su alma.

Y ella al fin, sin poder evitar sentirse herida, le reprochó que se mirase en sus ojos cuando hablaban. Y él se sintió rendido al descubrirse sin más recursos con los que tratar, torpemente, de eludir de nuevo las murallas.

Hoy yace, sobre la hierba marchita, con sus ojos desmembrados.