Máscaras
Yo no soy uno
Sino muchos
Quién sabe si siete o trece
Y en bastantes ocasiones
Cuando la vida más duele
Llego a ser
Soy un almario de máscaras
Que se ajustan a medida
Pensando que son mi piel.
¡Pero la piel
es tan débil
tan transparente y osmótica!
Tengo la máscara
De acudir a misa los domingos
(Ésta la usé pocas veces)
Acicalada e hipócrita.
La de número de asfalto en tránsito
(Tan amarga y cansada)
Ya con exceso de kilómetros.
La de sentimientos e ilusiones vanos
Que utilizo en los días de desierto
Sabiéndola de espejismos.
La de roca dura e insensible
Que salió defectuosa
Y nunca me dio resultado.
La de amante fiel y sin fisuras
Aunque se clave en mi rostro
La pasión que ya no existe.
La de infiel y pendenciero
Que nunca ha querido entrar
A otros cauces hasta el cuello.
Otra está formada de silencios
Tan lúgubres como un mármol
Pintada de amor y miedo.
Y también tengo otra que esta hecha de esperanzas
Me la pongo cuando aprieta la tormenta
Aunque a veces no la encuentre en el desorden.
Y llegué a tener un tiempo
(Aún la recuerdo añorante)
Una máscara feliz
Hecha de enormes sonrisas.
Mas se rompió de un suspiro
Y sus esquirlas filosas
Han resquebrajado el resto
Dejando a merced del viento
Cada palmo de mi piel.
Ya sólo piel
Piel sola y translucida
Lívida
Triste
Desvalida
Al albur de la vida
Esperando la muerte.
En resumen:
Que una gran y patética mentira
Con entrañas abiertas de verdades
Por las cuales se me escapa a borbotones
Toda la sangre malgastada.
(Y tú? Di!
Cuan sólidas son tus máscaras?)
¡Eres la hostia, Rafa!
Pero, hablemos, me apetece contestarte con algunas "huelverías".
¿Qué solidez pueden tener mis máscaras si no soy capaz de conocer a las personas que habitan en mí?
¿Cómo darle un nombre a algo que aún no se ha definido? (Porque somos una mutación constante tanto en las ideas como en nuestro físico).
¿Cómo denominar al imparable tránsito en que vivo?
(No se trata ya de usar máscaras, es que, si te fijas bien, la careta que soy física e intelectualmente no para de cambiar).
Para colmo, no puedo bajarme del tren en que circulo, a no ser que me mate, y estoy, perdido desde que nací, en la rueda imaginaria de la incomprensión.
No me gusta lo que veo.
Tampoco lo que oigo, siento, toco y/o huelo.
No me gusta lo que soy.
No me gusta lo que son.
Llevo permanentemente puesta una máscara, a criterio de ellos, porque, precisamente, yo no llevo máscara, y vivo en un mundo donde es obligatorio salir con ella, dormir con ella, hasta soñar, diría yo, con ella.
Pero prefiero, infinitamente, la realidad sin máscaras, cruda, ensangrentada, pestilente, que es la vida, a portar constantemente esa segunda piel que inhibe al que la lleva, voluntariamente, de los malos olores que desprende la sociedad pulcra, limpia y engañosa en que tejen las mentiras los embaucadores, esos ladrones de sueños, esos maquiladores del entorno que hilan cuentos con que engañar a los demás.
Mi máscara soy yo.
Llevo en mí a un millón de personas que me hablan a la vez y no puedo, aunque lo intento, atender a todos a la vez.
Puedo encarnarme en cualquiera de ellos, pero no tengo tiempo ni quiero.
Por eso me dejo acunar por su murmullo contínuo e incesante que retumba en mi cerebro como el griterío de un pueblo hambriento o sediento de libertad.
Dentro de mí el niño que me acompaña está sentado, charlando, con el viejo que seré. Les acompañan las amantes que tuve y también las que soñé; los amigos que perdí en el camino y los que aún desconozco que encontraré. Los personajes que imaginé y todos aquellos inventados por otros que tuve oportunidad de leer.
Los días que lloré se mezclan con los que, riendo, me engañé a mí mismo, sintiéndome feliz.
¿Máscaras?
¿Para qué necesito una máscara?
Si me la pongo viviré donde no quiero; estaré, precisamente, donde nunca he querido vivir, en el lugar del que constantemente huyo sin conseguirlo del todo.
En mi interior hay un millón de voces que me guían hacia caminos contradictorios y el bartolito de feria que soy, apenas se mueve, paralizado a la cincuentena casi como cuando nació.
Peor, diría yo.
Porque ahora tengo conciencia de lo que soy y no me gusta la imagen que me devuelve el espejo.
Pero..., he aprendido algo bueno:
No quiero ser nada especial.
No quiero portar una careta excepcional.
Me basta con saber que si quisiera podría ponerme todas las caretas.
Pero, reitero, bastantes voces discordantes tengo ya en mí, como para duplicarme o triplicarme.
Sé que perdería a lo que soy.
A esa insignificancia que según los demás soy.
Pero es que, ¡es lo único que tengo!
Y, lo más sorprendente, puede, para algunos/as: No necesito más.
UN ABRAZO, RAFA.
PERDONA POR EL ALUVIÓN, PERO ME HA SALIDO ASÍ.
HE DE CONFESAR QUE NO SÉ QUIÉN, DEL MILLÓN DE PERSONAS QUE SOY, ME HA DICTADO ESTO, PERO CONOCIÉNDOTE, TAMPOCO ME PREOCUPA.
BESOTESSS