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Los panes y los peces

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DURANTE los años que Andrés y Pedro compartieron cama, tiempo y mantel con Virginia, ni un solo instante pudieron dejar de sentirse segundo plato, pordioseros a la espera de las pocas migajas de pasión y cariño que se les antojaba caían del lecho y de la mesa como maná anhelado, pero insuficiente y precario siempre. Nunca, cegados por los celos, tuvieron la fe suficiente para alcanzar a comprender que Virginia, en cuestiones de amor y de ternura, era, pródiga y fructífera, un milagro irrepetible. Y acabaron desperdiciando aquel prodigio. Hoy Virginia vive sola y, sólo muy de cuando en cuando y siempre con desconocidos, mantiene relaciones esporádicas de lo más convencionales y sin el derecho a otorgarse nunca una segunda oportunidad. El lugar de Andrés y Pedro lo ocupan las hormigas.