La sargento al desnudo
Lo cierto es que es una mujer, a la que sólo he visto en una fotografía en la que aparece en vaqueros y con una ceñida camiseta, con eso me basta, de una gran hermosura física –la otra, la que se debería considerar como la verdaderamente importante, aunque no se haga así, sólo se descubre a través de la comunicación y el encuentro-. Y también he de reconocer que de las cosas que he visto que se publican en “Playboy” –¡Sí, qué pasa, a veces he hojeado el “Playboy”, y qué!- la mayoría me han parecido de una gran exquisitez erótica y despojadas de cualquier atisbo de mal gusto. El único pero, que hace que los de “Playboy” pierdan para mí muchos puntos, es que, a esas buenas señoras que se deciden –por un buen dinero, claro está, y, por qué no- a mostrar sus encantos corporales, se empeñen en denominarlas con el término ese tan hortera de “conejitos”. ¡Conejitos!, ¡no te jode!, esto tampoco deja de entrar en el terreno de lo degradante y hasta de lo ridículo.
Por todo ello -y aunque fuese mucho más, que cada cual puede hacer con sus poros lo que le plazca-, no me cabe en la cabeza que pueda haber un puritanismo moralista tan recalcitrante –e inmoral a un tiempo- que sancione que cualquiera a quién le plazca ejercite su libertad de mostrar su piel al mundo –bueno, a los que se pueden permitir comprar el “Playboy”-, ya sea aquella más o menos agraciada. Y lo cierto es que resulta muy gratificante, o debería resultarlo salvo para mentes reprimidas y perversas –/pervertidas- contemplar un cuerpo o unas piernas bonitas en la plenitud de su desnudez. Yo, por eso, para contribuir al goce ajeno, y aunque las mías son bastante más feas que las de la Michelle –aunque sólo la haya visto en vaqueros, en este sentido sé que no hay color- en verano sólo me desprendo de mis pantaloncitos cortos en raras ocasiones, porque, oye, sobre gustos no hay nada escrito, y, quién sabe si no se puede acabar propiciando un gozo mutuo y compartido.
Pero bueno, como ya dije al principio, creo, Michelle, que el día que te despediste del ejército fue un gran día. Porque, querida –permite que te llame así, Michelle-, desde ese mismo día ya te puedes dedicar a hacer el amor –y hacer el amor es algo sublime en todos los sentidos de la expresión- sin tener que sufrir la terrible paradoja de tener que verte abocada, por razones de servicio, a hacer también la guerra, que lo primero es placentero y lo segundo duele y hasta mata.
Ojalá, Michelle, todos y cada uno de las sargentos, los tenientes, las soldados… todos sin distinción de sexo –ya sé que lo políticamente correcto sería hablar de género, pero prefiero la corrección en los conceptos y en el uso del lenguaje, que al final confunde menos- se decidieran a desnudar su encantos corporales para que poco a poco fuesen quedando al desnudo todas las miserias de todos los ejércitos y los hipócritas puritanos del mundo. Esos a los que da tanto miedo un pezón al aire, pero no sienten el menor estremecimiento cuando ven correr la sangre.
Enhorabuena, Michelle, enhorabuena y un beso (esto último me ha ruborizado escribirlo, pero no he podido evitarlo, feliz civil, bella Michelle).
Michelle, bienvenida al club de los ex marines despechados y, en tu caso, por lo que cuenta Rafa, tu des-pecho ha sido de órdago. Tú sales ganando, el mundo sale ganando.