La paja y la viga (Esperanza... sólo sabe bailar chachachá)
Esperanza Aguirre, a la que, como todo el mundo ya sabrá, no le alcanza con kilo y medio, hablando en cifras redondas, para llegar a fin de mes -¡y es que los precios de la vivienda en la Comunidad de Madrid deben andar por las nubes!- anda escandalizada con el asunto del galeno español que ha volado hasta a Cuba a atender de su enfermedad a Fidel Castro. Porque, claro, está muy mal, pero que muy “requetemal”, que a los líderes políticos o de cualquier otro carácter se les atienda como es debido, en tanto que el pueblo se ahoga sin solución con las narices llenas de mocos sin un chute de paracetamol que llevarse al cuerpo. Porque, nos viene a decir esta “buena” señora, ¿y si Fernando Álvarez, vecino de la Barranquilla dedicado a recolectar caña de azúcar, enfermase de un cáncer galopante -Carlos Marx no lo quiera-?, ¿qué ocurriría entonces?, ¡eh!, ¿acudirían entonces las autoridades cubanas a la sanidad madrileña a pedir ayuda? Pues imagino que no, pues la sanidad pública cubana -amén de ser famosa por su solidaridad, como atestiguan las numerosas ocasiones en que médicos cubanos se han desplazado a otros lugares del tercer mundo en misiones terapéuticas de solidaridad- tiene unos niveles de calidad que ya quisieran para sí muchos países desarrollados, y se basta y se sobra para atender a sus enfermos. Baste decir que Cuba cuenta con unas de las tasas de mortalidad infantil más bajas del mundo. Pero esta Esperanza tan poco esperanzadora, a la par de criticar que a Castro se le atienda como es debido - no por ser un líder político, sino por la debida atención que cualquier ser humano merece-, ha puesto en duda maliciosamente la atención sanitaria que Cuba dispensa a los cubanos. Estos pobres cubanos se mueren a manos llenas de un vulgar resfriado, mientras a Fidel se lo cuida entre algodones, parece habernos querido decir la ex-comunista metida a burguesa despilfarradora con vocación de aristócrata. Por supuesto, nunca se le hubiese ocurrido a la diva criticar algo parecido en otros casos similares. ¿Se imaginan a la Aguirre –o la cólera de Dios- criticando la atención médica dispensada a Pinochet? Tampoco menciona Esperanza –que parece sólo saber bailar chachachá- a los españolitos adinerados que van a tratarse el cáncer a los hospitales privados de lujo de Miami -y eso que la sanidad española, a pesar de sus problemas, tampoco es de las peores-, o a esos otros, que sin recursos, han de someterse a indignantes campañas solicitando solidaridad y pasta, sobre todo pasta, para poder intentar curar sus enfermedades allende los mares porque en España sus probabilidades de ser atendidos de sus dolencias con garantías serían muy escasas, cuando no inexistentes. Ni a tanto ser humano como la palma de malaria u otras enfermedades fácilmente tratables, porque las farmacéuticas del primer mundo sólo se preocupan de engrosar su cuenta de resultados. No, esperanza critica que un médico madrileño vaya a tratar a Fidel Castro; porque, para otros líderes políticos –a los que, qué duda cabe, siempre se le ofrecen más oportunidades que a sus pueblos en cualquier circunstancia de la vida, y es que aún sigue habiendo clases-, también la globalización ha eliminado las fronteras, pero para Cuba también le gustaría a Esperanza que el bloqueo se impusiese en este sentido. No, no pretende la Aguirre pedir solidaridad para con el pueblo cubano, sino negarla para Fidel Castro. Ni tampoco solidaridad para con el tercer mundo al que tampoco llega la globalización en forma de condiciones sanitarias dignas. Esperanza ha querido ver la paja en el ojo ajeno cuando desde los ojos no para de verter toneladas de hormigón armado que van fraguando en su rostro. Pero bueno, tampoco creo que se trate de hablar de vigas y pajas, sino de aprovechar las desafortunadas palabras de la diva sin recursos económicos suficientes, para hacer una interpretación diferente de las mismas: no sólo los líderes políticos merecen la solidaridad sanitaria de otros sistemas sanitarios ajenos a los suyos, no, la merecen todos y cada uno de los seres humanos, independientemente de su condición social o su lugar de nacimiento. Así que manos a la obra, a globalizar la sanidad pública –ya que Esperanza tuvo la idea, debería liderar este proceso, aunque con las dificultades que tiene para llegar a fin de mes tal vez no estaría todo lo centrada como sería necesario para esta labor-, y a nacionalizar, mejor dicho, a universalizar la atención sanitaria, y las compañías farmacéuticas..., que la salud es uno de los derechos más básicos que deberían asistir al ser humano y no tiene porque ser objeto de negocio. Si en este sentido hubiese justicia, nadie se podría haber escandalizado de que a Fidel Castro o, en su caso, a Fernando Álvarez, hubiese acudido a atenderlo de su enfermedad un médico madrileño o pakistaní.