"Galope"
I
Manuel llevaba un buen rato observándola. Lo primero que le llamó la atención fue su singular belleza y, en especial, la mirada profunda y serena que presidía sus ojos azules y que pudo apreciar durante el breve instante en el que, sin que ella le hubiese prestado ninguna atención, se habían cruzado a la entrada del edificio cuando él salía unos minutos para tratar de paliar la angustiosa ansiedad que creía ocasionada por la insatisfacción que le producía su creciente tabaquismo compulsivo. Pero, ahora, hacía ya veinte minutos al menos que aquella mujer permanecía sin quitarle ojo a una de las acuarelas situada, tal vez, en el lugar menos relevante del salón central de la pinacoteca.
Manuel era poco dado a las relaciones sociales, y más aún cuando se trataba de desconocidos, pero no pudo evitar sentirse intrigado y término acercándosele.
- Bonita pintura ¿no?
- Pues la verdad es que, sin entender demasiado de arte, me parece excelente –respondió ella regalándole una esplendorosa sonrisa.
- Sí, ¿verdad? A mí lo que me resulta más llamativo es como, mediante la distribución y gradación de las luces y las sombras que aplica el artista, ha logrado una obra con tanta vitalidad y fuerza. Parece como si todo lo que se representa fuese a salirse del cuadro envolviéndonos, sin posibilidad de escapatoria, en su penumbra.
- Bueno, pues ya que lo dice, sí, tiene usted razón, da esa sensación, aunque, como ya le he dicho, no entiendo demasiado de los aspectos formales de estas cosas.
- Y, entonces ¿cuál es el motivo de que lleve tanto tiempo observando esta pintura?, perdone mi intromisión, pero no he podido evitar percatarme de ello.
- Bueno, verá, para mí la pintura, al igual que cualquier otra expresión artística, es ante todo un modo de transmitir sentimientos y emociones, y esta obra me ha sugerido emociones intensas y contrapuestas, además de muy inquietantes.
- ¿Sí?
- Sí, ¿no ha observado el título del cuadro?; “Galope”. Y, sin embargo, no aparece en él ningún caballo ni cualquier otro animal que nos indique alguna relación evidente entre este título y lo que aparece en la pintura.
- ¿Y…? –respondió él un tanto turbado al intuir que, tal vez, aquella mujer estaba siendo capaz de descubrir parte de la esencia enmascarada tras la aparente neutralidad de aquellos colores y formas tan magistralmente distribuidos.
- Pues verá, yo creo que esa relación existe y que, además, es muy estrecha y relevante. Y que está conseguida de un modo genial. Observando la abrumadora desigualdad de los múltiples espacios en que se divide el conjunto, experimentamos la sensación de estar ante una escena en la cual el elemento dominante, aunque no aparezca dibujado explícitamente, es un movimiento alocado y violento, algo así como la expresión de un intento desesperado por huir sin rumbo de algo que somos incapaces de comprender y nos causa gran pavor. Algo parecido a lo que sucede cuando un caballo galopa desbocado. Pero lo más inquietante de todo es que, además, toda la composición termina por estar encerrada en una especie de círculos concéntricos, ¿lo ve?, que terminan por impedir esa huida. Bueno, sí, creo que en eso coincidimos, ya comentó usted algo parecido al principio de esta conversación, como nos envolvía la escena, aunque atribuyéndolo a la gradación de luces y sombras. Sí, definitivamente, es como si el artista quisiera huir desesperadamente de algo, tal vez de sí mismo, pero al mismo tiempo estuviese atado a una fuerza desconocida que le hace permanecer permanentemente enfrentándose a sus fantasmas y horrores particulares. Nunca había visto nada igual y no me explico el motivo por el cual este fascinante “galope” no se sitúa en el lugar más destacado de la sala.
- ¡Vaya!, creí que me había dicho que no entendía los aspectos formales de la pintura, pero lo cierto es que su explicación me ha dejado poco menos que alucinado –respondió él sin poder evitar mostrarse completamente sorprendido.
- Y es cierto, lo que ocurre es que he visitado cientos de exposiciones y la experiencia nos termina por hacer comprender algunas cosas, tanto a nivel formal como al de los posibles mensajes que se encierran en un cuadro, o en cualquier otra obra de arte, a la espera de ser descubiertos por alguien en cualquier instante. Por ejemplo, por el modo en que está situado ese magnolio y sus flores, que se adivinan marchitas -es magnífico, casi puede olerse el aroma moribundo de sus flores-, interpreto que de lo que podría querer huir el artista es de algún sentimiento afectivo imposible que lo mortifica, ¿no cree? Aunque esto es una interpretación muy personal, claro; no sé porqué, pero siempre he identificado las magnolias con los afectos más tempestuosos y efímeros. Es mi particular lenguaje de las flores. Bueno, yo no paro de hablar y ni siquiera nos hemos presentado. Mi nombre es Elvira –le dijo mientras le extendía la mano.
- Encantado. Yo me llamo Manuel –respondió estrechándosela con suavidad, pero a la vez con firmeza- y soy el pintor fugitivo que ha parido este infernal galope –en este punto esbozó una sincera y agradecida sonrisa.
- ¡Oh!, el pintor. ¡Que vergí¼enza! Y yo aquí como una tonta tratando de explicarle las vicisitudes ocultas de su obra. Ha debido sentirse además algo así como psicoanalizado, si no diseccionado. No sabe cuanto lo lamento. Le pido mil disculpas, es fruto de mi deformación profesional, trabajo como psicóloga, ¿sabe? –dijo notablemente incómoda y con el rostro visiblemente sonrojado.
- No, no tiene por que preocuparse; en absoluto me ha hecho sentirme incómodo, al contrario, ha sido un verdadero placer hablar con usted y, además, ha expresado unas dotes para analizar una obra pictórica que ya quisieran para sí los más afamados y cotizados críticos de arte. Le repito, ha sido todo un placer, y espero tener la dicha de volver, algún otro día, a encontrarme con usted para hablar de mis cuadros o de arte en general. Ahora, debe disculparme, pero tengo que enfrentarme a la tarea mucho menos grata de atender a mi representante –terminó diciendo para dirigirse después hacia la salida acuciado por la necesidad de fumarse otro cigarrillo.
Cuando regresó a la sala aquella enigmática y turbadora desconocida ya se había marchado.
II
Elvira y Manuel volvieron a encontrarse en varias ocasiones con motivo de su asistencia mutua a exposiciones de arte, y terminaron por entablar una estrecha amistad. Con el tiempo, Manuel, vio como ese afecto inicial que los unió, se iba transformando en un amor incontenible, hasta llegar al extremo de no poder pensar en otra cosa que no fuese en el modo de hacérselo saber a Elvira. Pero Manuel, a fuerza de tantas frustraciones y desengaños amorosos como había sufrido en su vida, era incapaz de articular una sola palabra para manifestar este tipo de afectos. Y una tarde se le ocurrió hacerlo del modo en que mejor sabía expresarse. Y comenzó a pintar.
Tras una semana de trabajar día y noche sin descanso, se situó frente a su obra y se sintió plenamente satisfecho. Era magnífico y, sin duda, expresaba a la perfección aquel mensaje evidente que estaba convencido de que Elvira interpretaría correctamente de inmediato. Era una pintura que te envolvía y te penetraba de inmediato por los cinco sentidos, llenándote. La enmarcó y embaló meticulosamente y se encaminó hacia la casa de Elvira. Pero a mitad de camino pensó que algo no cuadraba. Apresuradamente desembaló su obra para contemplarla de nuevo en mitad de la calle mientras comenzaban a caer las primeras gotas de una lluvia que amenazaba tormenta. No, esto no era lo que él quería, no alcanzaba a comprender lo que podía ser, pero estaba claro que algo fallaba, había algo indeterminado que había creído sentir en su estudio y que ahora había desaparecido del cuadro.
Arrojó su obra en un contenedor de basura, se fumó un par de cigarrillos seguidos bajo la lluvia, que ya era copiosa, y volvió sobre sus pasos a toda prisa con una ansiedad creciente por llegar lo antes posible a su estudio. Y comenzó de nuevo a pintar. Esta vez sólo le llevó un día y, de nuevo, en el camino que llevaba a la casa de Elvira, volvió a detenerse para repetir la misma operación del día anterior. Y continuó pintando y fumando sin descanso. Llegó a consumir hasta cinco cajetillas de tabaco y a terminar hasta diez pinturas al día, las cuales, siempre, ya sin enmarcar, acababan viéndose injustamente alojadas en el mismo sucio y maloliente contenedor de color verde oliva.
III
Hacía ya más de veinte días que Elvira no sabía nada de Manuel y aunque, por su carácter bohemio, era habitual que de vez en cuando desapareciese sin comunicarlo, nunca, desde que comenzaron su relación, había estado tanto tiempo sin ponerse en contacto con ella. Así que, un tanto preocupada, terminó por denunciar su desaparición a la policía. Al día siguiente, cuando, tras forzar la puerta, entraron en su estudio, lo encontraron completamente vacío. Lo único que persistía en el ambiente para permitir hacer pensar que aquel lugar había podido estar recientemente habitado, era un denso aroma a magnolia que impregnaba hasta el último rincón de la única estancia y que penetró inevitablemente a todos los presentes por sus cinco sentidos, llenándolos.
Manuel llevaba un buen rato observándola. Lo primero que le llamó la atención fue su singular belleza y, en especial, la mirada profunda y serena que presidía sus ojos azules y que pudo apreciar durante el breve instante en el que, sin que ella le hubiese prestado ninguna atención, se habían cruzado a la entrada del edificio cuando él salía unos minutos para tratar de paliar la angustiosa ansiedad que creía ocasionada por la insatisfacción que le producía su creciente tabaquismo compulsivo. Pero, ahora, hacía ya veinte minutos al menos que aquella mujer permanecía sin quitarle ojo a una de las acuarelas situada, tal vez, en el lugar menos relevante del salón central de la pinacoteca.
Manuel era poco dado a las relaciones sociales, y más aún cuando se trataba de desconocidos, pero no pudo evitar sentirse intrigado y término acercándosele.
- Bonita pintura ¿no?
- Pues la verdad es que, sin entender demasiado de arte, me parece excelente –respondió ella regalándole una esplendorosa sonrisa.
- Sí, ¿verdad? A mí lo que me resulta más llamativo es como, mediante la distribución y gradación de las luces y las sombras que aplica el artista, ha logrado una obra con tanta vitalidad y fuerza. Parece como si todo lo que se representa fuese a salirse del cuadro envolviéndonos, sin posibilidad de escapatoria, en su penumbra.
- Bueno, pues ya que lo dice, sí, tiene usted razón, da esa sensación, aunque, como ya le he dicho, no entiendo demasiado de los aspectos formales de estas cosas.
- Y, entonces ¿cuál es el motivo de que lleve tanto tiempo observando esta pintura?, perdone mi intromisión, pero no he podido evitar percatarme de ello.
- Bueno, verá, para mí la pintura, al igual que cualquier otra expresión artística, es ante todo un modo de transmitir sentimientos y emociones, y esta obra me ha sugerido emociones intensas y contrapuestas, además de muy inquietantes.
- ¿Sí?
- Sí, ¿no ha observado el título del cuadro?; “Galope”. Y, sin embargo, no aparece en él ningún caballo ni cualquier otro animal que nos indique alguna relación evidente entre este título y lo que aparece en la pintura.
- ¿Y…? –respondió él un tanto turbado al intuir que, tal vez, aquella mujer estaba siendo capaz de descubrir parte de la esencia enmascarada tras la aparente neutralidad de aquellos colores y formas tan magistralmente distribuidos.
- Pues verá, yo creo que esa relación existe y que, además, es muy estrecha y relevante. Y que está conseguida de un modo genial. Observando la abrumadora desigualdad de los múltiples espacios en que se divide el conjunto, experimentamos la sensación de estar ante una escena en la cual el elemento dominante, aunque no aparezca dibujado explícitamente, es un movimiento alocado y violento, algo así como la expresión de un intento desesperado por huir sin rumbo de algo que somos incapaces de comprender y nos causa gran pavor. Algo parecido a lo que sucede cuando un caballo galopa desbocado. Pero lo más inquietante de todo es que, además, toda la composición termina por estar encerrada en una especie de círculos concéntricos, ¿lo ve?, que terminan por impedir esa huida. Bueno, sí, creo que en eso coincidimos, ya comentó usted algo parecido al principio de esta conversación, como nos envolvía la escena, aunque atribuyéndolo a la gradación de luces y sombras. Sí, definitivamente, es como si el artista quisiera huir desesperadamente de algo, tal vez de sí mismo, pero al mismo tiempo estuviese atado a una fuerza desconocida que le hace permanecer permanentemente enfrentándose a sus fantasmas y horrores particulares. Nunca había visto nada igual y no me explico el motivo por el cual este fascinante “galope” no se sitúa en el lugar más destacado de la sala.
- ¡Vaya!, creí que me había dicho que no entendía los aspectos formales de la pintura, pero lo cierto es que su explicación me ha dejado poco menos que alucinado –respondió él sin poder evitar mostrarse completamente sorprendido.
- Y es cierto, lo que ocurre es que he visitado cientos de exposiciones y la experiencia nos termina por hacer comprender algunas cosas, tanto a nivel formal como al de los posibles mensajes que se encierran en un cuadro, o en cualquier otra obra de arte, a la espera de ser descubiertos por alguien en cualquier instante. Por ejemplo, por el modo en que está situado ese magnolio y sus flores, que se adivinan marchitas -es magnífico, casi puede olerse el aroma moribundo de sus flores-, interpreto que de lo que podría querer huir el artista es de algún sentimiento afectivo imposible que lo mortifica, ¿no cree? Aunque esto es una interpretación muy personal, claro; no sé porqué, pero siempre he identificado las magnolias con los afectos más tempestuosos y efímeros. Es mi particular lenguaje de las flores. Bueno, yo no paro de hablar y ni siquiera nos hemos presentado. Mi nombre es Elvira –le dijo mientras le extendía la mano.
- Encantado. Yo me llamo Manuel –respondió estrechándosela con suavidad, pero a la vez con firmeza- y soy el pintor fugitivo que ha parido este infernal galope –en este punto esbozó una sincera y agradecida sonrisa.
- ¡Oh!, el pintor. ¡Que vergí¼enza! Y yo aquí como una tonta tratando de explicarle las vicisitudes ocultas de su obra. Ha debido sentirse además algo así como psicoanalizado, si no diseccionado. No sabe cuanto lo lamento. Le pido mil disculpas, es fruto de mi deformación profesional, trabajo como psicóloga, ¿sabe? –dijo notablemente incómoda y con el rostro visiblemente sonrojado.
- No, no tiene por que preocuparse; en absoluto me ha hecho sentirme incómodo, al contrario, ha sido un verdadero placer hablar con usted y, además, ha expresado unas dotes para analizar una obra pictórica que ya quisieran para sí los más afamados y cotizados críticos de arte. Le repito, ha sido todo un placer, y espero tener la dicha de volver, algún otro día, a encontrarme con usted para hablar de mis cuadros o de arte en general. Ahora, debe disculparme, pero tengo que enfrentarme a la tarea mucho menos grata de atender a mi representante –terminó diciendo para dirigirse después hacia la salida acuciado por la necesidad de fumarse otro cigarrillo.
Cuando regresó a la sala aquella enigmática y turbadora desconocida ya se había marchado.
II
Elvira y Manuel volvieron a encontrarse en varias ocasiones con motivo de su asistencia mutua a exposiciones de arte, y terminaron por entablar una estrecha amistad. Con el tiempo, Manuel, vio como ese afecto inicial que los unió, se iba transformando en un amor incontenible, hasta llegar al extremo de no poder pensar en otra cosa que no fuese en el modo de hacérselo saber a Elvira. Pero Manuel, a fuerza de tantas frustraciones y desengaños amorosos como había sufrido en su vida, era incapaz de articular una sola palabra para manifestar este tipo de afectos. Y una tarde se le ocurrió hacerlo del modo en que mejor sabía expresarse. Y comenzó a pintar.
Tras una semana de trabajar día y noche sin descanso, se situó frente a su obra y se sintió plenamente satisfecho. Era magnífico y, sin duda, expresaba a la perfección aquel mensaje evidente que estaba convencido de que Elvira interpretaría correctamente de inmediato. Era una pintura que te envolvía y te penetraba de inmediato por los cinco sentidos, llenándote. La enmarcó y embaló meticulosamente y se encaminó hacia la casa de Elvira. Pero a mitad de camino pensó que algo no cuadraba. Apresuradamente desembaló su obra para contemplarla de nuevo en mitad de la calle mientras comenzaban a caer las primeras gotas de una lluvia que amenazaba tormenta. No, esto no era lo que él quería, no alcanzaba a comprender lo que podía ser, pero estaba claro que algo fallaba, había algo indeterminado que había creído sentir en su estudio y que ahora había desaparecido del cuadro.
Arrojó su obra en un contenedor de basura, se fumó un par de cigarrillos seguidos bajo la lluvia, que ya era copiosa, y volvió sobre sus pasos a toda prisa con una ansiedad creciente por llegar lo antes posible a su estudio. Y comenzó de nuevo a pintar. Esta vez sólo le llevó un día y, de nuevo, en el camino que llevaba a la casa de Elvira, volvió a detenerse para repetir la misma operación del día anterior. Y continuó pintando y fumando sin descanso. Llegó a consumir hasta cinco cajetillas de tabaco y a terminar hasta diez pinturas al día, las cuales, siempre, ya sin enmarcar, acababan viéndose injustamente alojadas en el mismo sucio y maloliente contenedor de color verde oliva.
III
Hacía ya más de veinte días que Elvira no sabía nada de Manuel y aunque, por su carácter bohemio, era habitual que de vez en cuando desapareciese sin comunicarlo, nunca, desde que comenzaron su relación, había estado tanto tiempo sin ponerse en contacto con ella. Así que, un tanto preocupada, terminó por denunciar su desaparición a la policía. Al día siguiente, cuando, tras forzar la puerta, entraron en su estudio, lo encontraron completamente vacío. Lo único que persistía en el ambiente para permitir hacer pensar que aquel lugar había podido estar recientemente habitado, era un denso aroma a magnolia que impregnaba hasta el último rincón de la única estancia y que penetró inevitablemente a todos los presentes por sus cinco sentidos, llenándolos.