El fin de la Revolución (Por Ignacio González de los Reyes-Gavilán)
Sentía que aquello era el fin. El fin de una vida, el fin de su revolución.
Sentado en la salita del hospital, mientras Berta se encontraba sometida a una tortura de anestesia, gasas y bisturís, escondía la cabeza entre las manos y se preguntaba qué iba a pasar a partir de ese momento.
Su madre le había advertido que la cosa iba a acabar así. Tantos años de luchas y manifestaciones, tantas revueltas, tantos panfletos, tantas carreras delante de la policía, tantas causas posibles e imposibles abrazadas con inagotable ardor revolucionario... Su madre le decía que iba a acabar así, pero él se negaba a aceptarlo, se negaba a concederle la más mínima credibilidad…hasta ese momento.
Lo que no comprendía, lo que le comía las entrañas, era intentar entender qué podía haberle sucedido a Berta, qué cambio se había operado en su corazón para afrontar aquella última y arriesgada batalla, aquella batalla que tan inútil parecía, tan inútil y tan alejada de sus ideales revolucionarios.
Había intentado convencerla de que no siguiera adelante, de que aquella no era su guerra, pero todo había sido en vano. "Si no me acompañas lo haré sola", le había dicho Berta mirándole directamente a los ojos. Y él había humillado los suyos en una rendición culpable, que abandonaba a su suerte a la camarada Berta, a la compañera de lucha y de cama.
Ella había seguido adelante con la misma furia que había empleado para pedir la condena de un dictador, la liberación de presos políticos o el fin de la caza de ballenas.
Y ahora todo terminaba en este hospital. Se había enterado, casi por casualidad, del ingreso urgente de Berta.
Había corrido preso de angustia culpable a intentar tenderle una mano arrepentida, a enmendar de alguna manera su abandono. Y ella lo había visto en el último momento y le había dedicado una sonrisa pálida desde la camilla, justo cuando la introducían en la zona quirúrgica.
¡ Valiente Berta !
Tras hora y media de incertidumbre y corrosión, se abrió la puerta y apareció una enfermera que le dedicó un lacónico "pase".
Y allí estaba Berta, débil, pálida, demacrada… pero sonriente, abrazando triunfal al símbolo de su victoria.
Sintió un vuelco en el corazón como nunca lo había sentido hasta entonces, como ninguna aventura revolucionaria, como ningún peligro, como ninguna lucha le había hecho sentir hasta entonces. Sonrió aceptando, y cuando oyó a la criatura berrear, roja y morada, pensó que, quizá, la revolución no había terminado, que la revolución, en realidad, acababa de comenzar.
c) Ignacio González de los Reyes-Gavilán
Publicado originalmente en Mundo Azul
y, también, en El Recreo
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¡Qué bonito! Me podría enrollar más para alabar la narración -si supiera- pero me quedo con que es precioso, sencillamente.
Un beso. PAQUITA