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El centro comercial y de negocios... (Por Carlos Parejo)

El centro comercial y de negocios de la Sevilla del Siglo XXI.

Carlos Parejo Delgado

A diferencia del centro histórico, en la barriada de Nervión se ha gestado, en tan sólo cuatro décadas, el nuevo centro comercial y de negocios de la Sevilla del siglo veintiuno. Se extiende rectilíneo desde la estación del tren de alta velocidad de Santa Justa hacia el suroeste, siguiendo las avenidas Luís de Morales, San Francisco Javier y Diego Martínez Barrios.

Lo podemos dividir en dos partes diferenciadas. La primera, desde la estación de Santa Justa a la confluencia con la Avenida Eduardo Dato, acoge los grandes templos de consumo masivo de todo tipo de bienes y servicios.

Tres generaciones de centros comerciales se alinean en este eje: el pequeño centro comercial de distrito urbano, El Mirador, el más cercano a la estación de Santa Justa; El Gran Almacén de El Cortes Inglés; y el gigantesco y moderno centro comercial Nervión Plaza, junto al emblemático estadio de fútbol.

Son edificios que, como brillantes paquetes envueltos para regalo, reproducen artificialmente y en el mínimo espacio útil, el funcionamiento los centros comerciales tradicionales.

Fijémonos si no en el Centro Comercial Nervión Plaza, el más grande e impresionante de los tres. Es como un hormiguero adaptado para el consumo masivo de mercancías por los ciudadanos. En ningún lugar de la ciudad se compite de forma tan voraz e intensa por el espacio de venta.

En las afueras que miran a la calle Luís de Morales hay decenas de paradas de autobuses, que no cesan de expulsar viajeros y visitantes de todos los rincones de la ciudad. El tráfico es denso y ruidoso desde el amanecer hasta el ocaso. Arriesgando sus ganancias, como en los mercados medievales, sudamericanos y subsaharianos, comensales no deseados, intentan montar sus tenderetes de paños y artesanías en plena calle, ante el gentío que entra y sale.

A la espalda del centro, un pequeño parque de atracciones intenta aprovechar el tirón que tiene este lugar de consumo masivo para niños y jóvenes. Son los comensales tolerados pero poco visibles.

Se nos abren automáticamente las puertas del gran centro comercial y entramos acompañados de una vorágine de compradores y mirones. Las tiendas de artículos de vestir y decoración son predominantes en una de sus alas. En los pasillos que median entre ellas hay otros comensales, que parasitan sobre la afluencia masiva de gente. Son pequeños y movibles tenderetes donde se intenta frenar al peatón y venderle una tarjeta bancaria, un remedio estético, un juguete o cualquier otra cosa.

En tiempos de Navidad, en el patio central se monta una pista de patinaje sobre hielo, con largas colas de jóvenes y niños en sus entradas. Es uno de los signos importado de la navidad norteamericana y centroeuropea. El otro, un gran abeto adornado de cajas de regalos.

En la otra ala del edificio se escalonan un supermercado y una galería de bares y restaurantes, humeantes y ruidosos, donde se mezcla la cocina local e internacional. Lo que allí se dedica al cuidado de la imagen, se dedica en este lado al cuidado del estómago.

En el tejado de Nervión Plaza está el otro gran imán del mismo, una veintena de salas de cine, al que se sube por unas interminables escaleras mecánicas, casi siempre repletas de transeúntes.

A diferencia de los centros urbanos tradicionales, no hay plazas con bancos para sentarse a mirar y descansar. El precio del suelo equivale al kilogramo de oro, y no se puede desperdiciar ningún hueco.

Si estos centros comerciales funcionan como grandes hormigueros humanos para el consumo de mercancías, traspasada la avenida de Eduardo Dato se nos abre otro panorama bastante diferente.

Las avenidas San Francisco Javier y Diego Martínez Barrios albergan las grandes colmenas para el trabajo de lo que los norteamericanos llaman “cuellos blancos”, funcionarios y oficinistas.

Ya son más de media docena de rascacielos, de entre 10 y 20 plantas, a imagen de grandes colmenas humanas, los que aquí se han levantado. Estas colmenas tienen cientos de celdas, cada una se identifica por el número de planta y el número de módulo.

Aquí el espacio urbano es consumido también de forma voraz e intensa a fin de dar cabida al mayor número de trabajadores en la menor parcela útil, rentabilizando la inversión en estos edificios-dinosaurios. Para ello, las alturas se multiplican como si quisieran llegar al cielo.

Los trabajadores de las últimas plantas de estos rascacielos viven una sublime paradoja. Desde los ventanales de sus oficinas pueden contemplar, extasiados, dilatados horizontes, oleadas de barriadas urbanas que llegan casi a los lejanos campos. Sin embargo, consumen unos quince días al año subiendo y bajando de sus despachos en grises-metálicos ascensores, de luz cadavérica.

Anchas avenidas plagadas de vehículos separan ambos extremos de estas arterias urbanas. En sus aceras tampoco hay casi ningún banco público ni arboleda acogedora, donde sentarse, descansar y pasear. Así pues, es raro ver niños o ancianos, que además apenas tendrían tiempo para cruzar los anchísimos pasos de cebra de los semáforos. Los oficinistas y funcionarios disponen aquí, con una densidad inhabitual, de numerosos gimnasios y locales para bailes latinos y de salón; dos pasiones llenas de dinamismo y vida, tan contrarias a la vida sedentaria que les ha tocado vivir.

Observado desde abajo, el rascacielos dedicado a oficinas es un símbolo de cómo funciona el mundo contemporáneo. El mercado de trabajo está dividido en cientos o miles de saberes y oficios, en el que cada uno apenas conoce al que está a su lado. El viandante se siente empequeñecido e insignificante ante la magnitud de estas corporaciones públicas y privadas, una pieza diminuta en el complejo y vasto engranaje que mueve la maquinaria del capitalismo globalizado del siglo veintiuno.


archivado en:
Angeles
Angeles dice:
20/01/2006 20:06

Pues si todo lo que describes es cierto, yo he determinado no ir a esos centros y menos al cine, sino puedo ir al cine a una sala como las de antes, pues prefiero esperar que salga la peli en DVD y la veo en casa. Este es el mundo que le vamos a dejar a dejar anuestros hijos, no hemos sabido o no hemos podido hacerlo mejor, una pena.....

crisostomo autor
crisostomo autor dice:
21/01/2006 11:46

Todavía puede llegar una nueva generación de urbanistas y arquitectos que piense más a la medida del hombre; no desesperemos