El burro que no aprendió la lección (por Rafa León)
Cuentan que en un lejano país hubo una vez un burro al que su dueño, con un enorme dolor en su corazón, dio por desahuciado tras denodados esfuerzos por sacarlo sin fortuna del fondo de un pozo seco al que había caído unas horas antes. Pero el animal, que sin duda era un burro fuera de lo común, a fuerza de ingenio y tesón, acabó saliendo de aquella trampa mortal subiéndose sobre cada una de las paladas de tierra que los lugareños le echaban encima para cegar el fatídico agujero y, de este modo, evitar nuevos accidentes que pusieran en peligro sus propiedades.
Al parecer la sin par hazaña del burro corrió de boca en boca y de hocico en hocico hasta llegar a los más remotos confines del Reino y en poco tiempo el animal se hizo tremendamente célebre. Su reputación no dejaba de crecer y, tras aparecer en diferentes reality shows televisivos, en varios pueblos fue condecorado con la alta distinción de burro predilecto. Incluso le fue erigida una estatua ecuestre en la Plaza Mayor de la Capital de la Corte, que, la verdad, no le hacía justicia ya que el escultor, que quería aprovechar aquella oportunidad para ganar fama y así poder comenzar a vivir de su arte, utilizó como modelo a un hermoso caballo árabe propiedad del Señor Marqués. Tras aquella desafortunada e interesada suplantación, el burro cayó en el insondable pozo del olvido y, no mucho tiempo después, termino muriendo en la más absoluta miseria; alcohólico y demente.
También afirman que desde aquel día ya ningún otro burro murió atrapado en el fondo de cualquiera de los muchos pozos secos que había en el Reino como consecuencia, según pregonaban alarmistas agoreros, del cambio climático y del derroche suntuario que suponía la gran cantidad de agua que era utilizada para llenar las piscinas privadas y regar los campos de golf en los que se solazaba la Aristocracia. Incluso dicen que los burros más jóvenes se divertían arrojándose a cualquier hoyo o ciénaga que se prestase a tal fin y haciendo apuestas sobre el tiempo que tardarían en salir. Y que alguno hasta llegó a merecer figurar en el Guinness World Records por su destreza.
Pero pasó el tiempo y una lluviosa y fría tarde de invierno un burro que, sin llegar a conocerse nunca los motivos, había logrado escapar de su reclusión en la Reserva Natural creada por el Ministerio de la Naturaleza para conservar la especie, ya que con la mecanización y modernización económica del reino los burros habían perdido su utilidad y razón de ser, tropezó y cayó al fondo de la más profunda sima que había en aquel vasto territorio.
De inmediato el pobre animal comenzó a entonar unos rebuznos de tal magnitud que no tardaron en llegar a los oídos del Director de la Reserva. El rescate fue organizado con diligencia y en poco tiempo se habían personado en el lugar una legión de Agentes de la Naturaleza, la Señora Ministra, el Jefe del partido de la oposición, la Corporación Municipal en pleno, el Capitán General de la Región Militar, el Arzobispo acompañado del sacristán catedralicio, el Presidente del Club de Empresarios, el cantante de moda y la plantilla completa del más laureado club de fútbol del Reino. Todos ellos, como era costumbre, llegaron algo después que los redactores y los reporteros gráficos de los principales medios de comunicación de ámbito nacional y que un grupo de turistas japoneses que esa tarde había estado visitando la Reserva. La Familia Real envío un mensaje de solidaridad con todos ellos y se disculpó por su no asistencia, motivada por el ineludible compromiso que sus miembros habían contraído para participar en un evento deportivo de rango internacional.
Unas horas después, que al burro se le antojaron una eternidad, y tras la rueda de prensa, apretones de manos, gestos de preocupación, sonrisas falsas y multitud de poses para las fotografías de rigor, el Capitán General, ataviado con un impoluto uniforme de gala, dio la orden de iniciar la operación de rescate y una enorme pala excavadora comenzó a arrojar toneladas y toneladas de barro al fondo de la sima. El burro, inmediatamente, empezó a sacudírselo de encima para subirse sobre los montones que se iban formando, cuando, sorprendido, escuchó un leve quejido procedente del rincón más oscuro de aquella lúgubre caverna. Y, momentáneamente, le pudo más la curiosidad que el deseo de salvarse.
Tras unos minutos, el Capitán General ordenó parar la pala excavadora e iluminar el agujero para poder observar como había prosperado el burro en sus intentos por escapar del mismo. Pero, al asomarse desde el borde, quedó entre molesto y estupefacto. El burro no se había movido del fondo de la sima y con su cuerpo, ya en parte cubierto por el fango, trataba de dar calor a una cabritilla bañada en sangre y con las patas traseras evidentemente quebradas. A pesar de que la estampa contemplada no era para albergar esperanzas de que la operación que se estaba ejecutando llegase a buen fin, el Capitán General, con voz firme, ordenó que la pala excavadora reiniciase su tarea y tras unas horas, en las que ningún sonido salió del fondo de la sima, ésta y sus fortuitos moradores quedaron totalmente sepultados.
Al día siguiente la prensa escrita y prácticamente todos los noticieros televisivos y radiofónicos coincidieron en el resumen que hicieron de la noticia:
“Ayer por la tarde, un burro que había escapado de la Reserva Natural cayó en una sima cercana. Tras una multitud de intentos infructuosos por rescatarlo, el Excelentísimo Señor Arzobispo, en su calidad de Portavoz del Gabinete de Crisis, declaró que este órgano había llegado a la conclusión de que el animal carecía de la mínima inteligencia, motivo por el cual no había sido capaz de aprender la lección. El Consejo de Ministros, tras decretar el cese fulminante del Director de la Reserva, estudiará próximamente erigir en el lugar, en forma de estatua ecuestre con grandes orejas de burro, un Monumento a la Estupidez, como instrumento aleccionador que contribuya en el futuro a evitar desgracias similares. El escultor oficial del Reino se ha mostrado entusiasmado ante el anuncio gubernamental”.
A la cabritilla ni la mencionaron.
FIN
Al parecer la sin par hazaña del burro corrió de boca en boca y de hocico en hocico hasta llegar a los más remotos confines del Reino y en poco tiempo el animal se hizo tremendamente célebre. Su reputación no dejaba de crecer y, tras aparecer en diferentes reality shows televisivos, en varios pueblos fue condecorado con la alta distinción de burro predilecto. Incluso le fue erigida una estatua ecuestre en la Plaza Mayor de la Capital de la Corte, que, la verdad, no le hacía justicia ya que el escultor, que quería aprovechar aquella oportunidad para ganar fama y así poder comenzar a vivir de su arte, utilizó como modelo a un hermoso caballo árabe propiedad del Señor Marqués. Tras aquella desafortunada e interesada suplantación, el burro cayó en el insondable pozo del olvido y, no mucho tiempo después, termino muriendo en la más absoluta miseria; alcohólico y demente.
También afirman que desde aquel día ya ningún otro burro murió atrapado en el fondo de cualquiera de los muchos pozos secos que había en el Reino como consecuencia, según pregonaban alarmistas agoreros, del cambio climático y del derroche suntuario que suponía la gran cantidad de agua que era utilizada para llenar las piscinas privadas y regar los campos de golf en los que se solazaba la Aristocracia. Incluso dicen que los burros más jóvenes se divertían arrojándose a cualquier hoyo o ciénaga que se prestase a tal fin y haciendo apuestas sobre el tiempo que tardarían en salir. Y que alguno hasta llegó a merecer figurar en el Guinness World Records por su destreza.
Pero pasó el tiempo y una lluviosa y fría tarde de invierno un burro que, sin llegar a conocerse nunca los motivos, había logrado escapar de su reclusión en la Reserva Natural creada por el Ministerio de la Naturaleza para conservar la especie, ya que con la mecanización y modernización económica del reino los burros habían perdido su utilidad y razón de ser, tropezó y cayó al fondo de la más profunda sima que había en aquel vasto territorio.
De inmediato el pobre animal comenzó a entonar unos rebuznos de tal magnitud que no tardaron en llegar a los oídos del Director de la Reserva. El rescate fue organizado con diligencia y en poco tiempo se habían personado en el lugar una legión de Agentes de la Naturaleza, la Señora Ministra, el Jefe del partido de la oposición, la Corporación Municipal en pleno, el Capitán General de la Región Militar, el Arzobispo acompañado del sacristán catedralicio, el Presidente del Club de Empresarios, el cantante de moda y la plantilla completa del más laureado club de fútbol del Reino. Todos ellos, como era costumbre, llegaron algo después que los redactores y los reporteros gráficos de los principales medios de comunicación de ámbito nacional y que un grupo de turistas japoneses que esa tarde había estado visitando la Reserva. La Familia Real envío un mensaje de solidaridad con todos ellos y se disculpó por su no asistencia, motivada por el ineludible compromiso que sus miembros habían contraído para participar en un evento deportivo de rango internacional.
Unas horas después, que al burro se le antojaron una eternidad, y tras la rueda de prensa, apretones de manos, gestos de preocupación, sonrisas falsas y multitud de poses para las fotografías de rigor, el Capitán General, ataviado con un impoluto uniforme de gala, dio la orden de iniciar la operación de rescate y una enorme pala excavadora comenzó a arrojar toneladas y toneladas de barro al fondo de la sima. El burro, inmediatamente, empezó a sacudírselo de encima para subirse sobre los montones que se iban formando, cuando, sorprendido, escuchó un leve quejido procedente del rincón más oscuro de aquella lúgubre caverna. Y, momentáneamente, le pudo más la curiosidad que el deseo de salvarse.
Tras unos minutos, el Capitán General ordenó parar la pala excavadora e iluminar el agujero para poder observar como había prosperado el burro en sus intentos por escapar del mismo. Pero, al asomarse desde el borde, quedó entre molesto y estupefacto. El burro no se había movido del fondo de la sima y con su cuerpo, ya en parte cubierto por el fango, trataba de dar calor a una cabritilla bañada en sangre y con las patas traseras evidentemente quebradas. A pesar de que la estampa contemplada no era para albergar esperanzas de que la operación que se estaba ejecutando llegase a buen fin, el Capitán General, con voz firme, ordenó que la pala excavadora reiniciase su tarea y tras unas horas, en las que ningún sonido salió del fondo de la sima, ésta y sus fortuitos moradores quedaron totalmente sepultados.
Al día siguiente la prensa escrita y prácticamente todos los noticieros televisivos y radiofónicos coincidieron en el resumen que hicieron de la noticia:
“Ayer por la tarde, un burro que había escapado de la Reserva Natural cayó en una sima cercana. Tras una multitud de intentos infructuosos por rescatarlo, el Excelentísimo Señor Arzobispo, en su calidad de Portavoz del Gabinete de Crisis, declaró que este órgano había llegado a la conclusión de que el animal carecía de la mínima inteligencia, motivo por el cual no había sido capaz de aprender la lección. El Consejo de Ministros, tras decretar el cese fulminante del Director de la Reserva, estudiará próximamente erigir en el lugar, en forma de estatua ecuestre con grandes orejas de burro, un Monumento a la Estupidez, como instrumento aleccionador que contribuya en el futuro a evitar desgracias similares. El escultor oficial del Reino se ha mostrado entusiasmado ante el anuncio gubernamental”.
A la cabritilla ni la mencionaron.
FIN
Toma ta crítica a nuestra sociedad! Fiel reflejo de lo que ocurre!Muy bueno.