¡A la rica sopa!, con una pizca de yerba... buena
La cosa es que una de las trabajadoras se sintió mal tras la degustación de semejante “capricho de dioses” y terminó en una urgencia hospitalaria, en la que se descubrió el “pastel”. Lo que no me ha quedado claro es si la indisposición de esta chica se debió a la ingestión de semejante hierba del diablo (que nunca estamos libres de un muermo) o fue a causa de cualquier otro ingrediente (que como va la cosa de la seguridad alimentaría todo es posible), como el tuétano de un hueso de vaca loca o alguna víscera de un rumiante con su lengua tintada de azul (bonito color), como aquella famosa muñeca vestidita con su camisita y su canesú.
En fin, que ante la gravedad del asunto y por la gran alarma social que podrían suscitar hechos como el que nos ocupa (que deja en pañales lo de la corrupción urbanística en la Costa del Sol o el Aljarafe, y otras comarcas que tarde o temprano nos terminarán también sonando a dinero negro y mafias), personalmente pienso que se debería destinar a un nutrido grupo de agentes de las fuerzas de seguridad del Estado a un cuerpo especial de “inspectores de delitos gastronómicos” con el objetivo, esencial para la seguridad ciudadana, de tratar de evitar en el futuro hechos similares, que, a veces, con la “coloqueta” nos da por pensar y eso no es bueno, nada bueno. Unos agentes con un ramito de perejil en la oreja, como Paco Porras, como distintivo del cuerpo y dedicados a recorrer a diario restaurantes, baretos y sociedades gastronómicas a la caza de estos desaprensivos de la “nouvelle cuisin”. ¡Ah! y creo que deberían comenzar, a ver si algún juez de la Audiencia Nacional toma nota, por investigar a fondo las actividades de Arguiñano, que aquello de “rico, rico…” como que me suena un tanto sospechoso.
Además, pienso que una vez que el nuevo grupo de operaciones especiales se haya rodado habría que ampliar su campo de acción para evitar posibles comas etílicos como consecuencia de la ingestión masiva de salchichas al vino o de tarta al gí¼isqui (¡confiteros, preparaos! que se os va a acabar el cuento); las salchichas a la plancha y la tarta con chocolate (chocolate a base de cacao, no seáis mal pensados), que hay que velar por la salud pública.
Ya lo dice Mike Davis en su artículo “Capitalismo contra ecología: la combinación mortal de pobreza urbana y peligros naturales”: “Respirar el aire de Bombay equivale a fumar dos paquetes y medio de cigarrillos diarios” (en Huelva, por ejemplo, no sabemos si serían 10 o cuantos pitillos, ¡que alguna autoridad sanitaria investigue, “please”!). A lo que íbamos, ¡vaya, que es muy importante cuidar la salud! Y digo yo, que entonces lo que hay que hacer de una vez por todas es prohibir el tabaco, y a los peligrosos insurrectos de la bocanada de humo castigarlos como se merecen: no a base de sanciones administrativas ni nada de eso; escarnio público en la Plaza Mayor: ¡200 latigazos!, que ¡ya está bien de medias tintas! Aunque, se me acaba de ocurrir una idea un tanto febril: tal vez tengamos que prohibir también Bombay, Hawai, que ya sabéis “es un paraíso…”
Bueno que me estoy yendo del tema. A lo que estabamos: que en cualquier caso será difícil determinar, en el caso de malestares culinarios, si son debidos al alto contenido en hierbas diabólicas o por el uso de una panceta caducada en la preparación del menú. Pero bueno, para eso, las autoridades sanitarias podrían contratar a mi amigo Paco (no digo su apellido, pero os juro por el Fondo Monetario Internacional, que esto es una historia totalmente verídica), que una noche que nos fuimos de juerga, en la que se tomo 15 cervezas y siete cubatas, terminó en casa zampándose dos platos de puchero frío, para finalizar, ¡de postre!, con un gí¼isquito. Y que tras echar hasta la primera papilla me dijo: “Rafalito”, que “malamente m"a sentao” el gí¼isqui. Pura intuición para descubrir alimentos en mal estado.
Tuve un amiguete que, tras más de 24 horas trasegando coñac -el güisqui sólo se veía en las películas entonces-en una boda, se tomó medio vasito de sifón (era cuando existía el sifón, claro), se desmayó, resucitó al tercer día y proclamó solemnemente:
¡No vuelvo a probar el sifón!
Quizá se reencarnó en tu amigo Paco.
Salud.