A duras penas
cada día
por nuestra nada.
He pedido perdón
más de mil veces
por las ofensas omitidas
pulcramente.
Y por el deseo
-¡sí, el deseo!-
este deseo
irrefrenable
que he tratado de exiliar
a duras penas
de un corazón sin magnitudes
carente de rosa de los vientos.
Pero hoy
exhausto y hastiado de tanto engaño
tan sólo me queda
-último asidero
en la difusa esquina de un viento voluble como espada-
ser sincero:
Te odio, sí
te odio.
Te odio
y me odio por quererte tanto
por quererte más que nunca
por
no
poder
-o no querer-
dejar de quererte.
(Es duro
tratar de olvidar a duras penas
cuando la pena más dura
se halla en el olvido).
Saludos, incontenible Rafa.
PACO HUELVA