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Colegas

Hace algunos meses se interesaba mi niño por cómo era mi vida en el colegio. El pequeño no daba crédito al hecho de que en mi pueblo hubiese una escuela para las niñas y otra para los niños. Cuando se acuerda de esta realidad que yo le conté, para él insólita y absolutamente de ciencia ficción, me pregunta "por qué quienes mandaban pensaban que eso era bueno". Literalmente.
Esa estupefacción que mi hijo siente ahora a sus cinco años ante algo que para los de mi generación fue tan doméstico, tan moral y tan comodebeser, será la misma que sienta cuando a los quince yo le cuente que hubo un tiempo en el que sólo podían formar familia las parejas de distinto sexo. Será así; ya no puede haber marcha atrás.
Y no habrá marcha atrás, no teman, aunque llegaran a gobernar los hombres de gris, sencillamente porque ellos mejor que nadie saben que las leyes son utilísimos mecanismos de control y que a partir de que también los homosexuales puedan firmar el contrato de matrimonio, la vigilancia por parte del Estado será permanente. Veremos incluso cómo, pasados los años, ellos -los de gris, los que ahora se rasgan los uniformes- serán capaces de instalar en la mente social el deber inexcusable de contraer matrimonio, sean cuales sean los sexos y tendencias de los contrayentes, de tal manera que convencerán a todo el mundo del pecado mortal que significaría lo contrario. Y serán ellos o ellas quienes se casen, como son ellos y ellas quienes se divorcian. Celebrarán la Ley como guía y justificación del ejercicio del poder.
Bienvenid@s, colegas, al sistema de la hipoteca compartida. Pero al menos, hipoteca sin discriminación por razón de sexo.