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Simpson

Cacuito lleva enganchado diecisiete años a la familia amarilla. Naturaca. No vive en Springfield, pero sí en Cacúa. Como Homer, trabaja en una industria tóxica, y mata las fatigosas guardias nocturnas comiendo rosquillas y trasegando ese café que siempre, mamón, se derrama encima del cuadro de mandos. Su hijo mayor no gasta trochas bromas telefónicas a la taberna de Moe, pero pincha sin anestesia el abdomen de conductores alterados y atascados en el puente del Odiel. Su sensible hija de ocho años cambió la afición al saxofón y a la verdura por el tamboril y la torta de chicharrones. Su mujer se alisó el pelo, lo tiñió de un vulgar rubio tornasolado y se hizo adicta a la pleitesía genital en las despedidas de solteras. Ayer, jopeta, cargado de birras, echó el día de pesca cerca del currele. Se trajo una corvina de tres ojos y mirada acusadora.