Natura contra natura
En sus caprichos, la naturaleza puede ser la peor enemiga de sí misma. Cuando Cacuito y su asociación ecológica disertan con fervor militante sobre la catástrofe del cambio climático, del calentamiento vertiginoso del planeta, del castigo que los humanos propinan a la tierra, de la evaporación de los océanos, viene y te cruje una sacudida de agua cabrona y te manda a navegar el limbo, y venga todos a rastrear el río para rescatar a los árboles naufragados, a los animales indefensos, a los humanos heridos de lodo, a contra corriente, seres vivos expoliados del frío de sí mismos.
Mañana amanecerá despejado, nuestra alma lavada de rencor, y volveremos a visitar el regazo de nuestra madre maltratada y colérica, a abrir cálidos los brazos, a perdonar como niños a esta naturaleza injusta: hasta que, natura contra natura, decida regañar otra vez.
Mañana amanecerá despejado, nuestra alma lavada de rencor, y volveremos a visitar el regazo de nuestra madre maltratada y colérica, a abrir cálidos los brazos, a perdonar como niños a esta naturaleza injusta: hasta que, natura contra natura, decida regañar otra vez.
Tal vez sea nuestra genética en la que aún permanecen restos de nuestras iniciales creencias animistas lo que haga que casi siempre tratemos de dotar a la Naturaleza, cuando nos muestra su fuerza ciega, de voluntad y casi de alma. Pero lo cierto es que tal cosa no es así. La Naturaleza, de la que el ser humano forma parte tan sólo como una especie más, a pesar de nuestro ególatra antropocentrismo, es un organismo vivo y complejo pero desposeido de voluntad, que tan sólo tiende a autoregularse. Y no hemos sabido ni entenderlo ni aceptarlo. Y así, cuando tras arrasar cordones de dunas, el mar se mete hasta nuestras cocinas, culpamos a la furia de la Naturaleza. O cuando, tras arrasar hasta la saciedad los ecosistemas forestales y hasta los mismos bosques de ribera que contenían y ralentizaban el circular de las aguas, se nos inundan pueblos y ciudades con las lluvias torrenciales, responsabilizamos de ello a Tláloc o Júpiter. Pero lo cierto es que la responsabilidad, o mejor la irresponsabilidad, es sólo nuestra. Pero bueno, todo esto ya lo sabía Cacuito.
Un abrazo
Rafa