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Emperador (The End)

Cacuito lamenta el cierre del cine Emperador. Y los comerciantes del centro. Su sala 1 era de las mejores acondicionadas de España, con un vastísimo mar rojo de butacas y todas las excelencias técnicas de imagen y sonido. Pero para los cinéfagos exentos de romanticismo, heridos de pragmatismo, el panorama no ha cambiado. Las mismas películas que se exhibían en el céntrico cine pueden seguir disfrutándolas, con sus hijos, en los dos multicines que restan en Cacúa. Las mismas.

Con sus hijos. Porque la era globalizadora y adocenada que nos infecta también salpica al cine. Con sus hijos, porque sólo alguna película infantil es apta para que la inteligencia de un adulto no se sienta machucada.

Sin embargo, Cacuito, amante de la nostaljía, siempre se regodeará en el recuerdo del auténtico cine, que en las últimas fechas se proyectaba en los aledaños del Emperador. Reminiscencias del más surrealista Buñuel o del más crudo Berlanga nos evocaban esas procelosas guerras de guerrillas, con carteles escritos a mano como estiletes ágrafos. Las tiendas de golosinas rezaban: “Usted puede entrar en el cine con las chucherías que compre aquí”. Al llegar al cine, otro aviso: “Prohibido entrar chucherías de la calle”. Y los padres, colando de estrangis los saludables manjares. Para evitar la llantina de los niños.

Pero no nos engañemos. Los cinéfagos exentos de romanticismo, heridos de pragmatismo, no echarán de menos el Cine Emperador. Se seguirán jodiendo, pillarán la autovía, jamarán en la ciudad vecina el auténtico cine que jamás llegará a Cacuá y descansarán de la puta llantina de los putos niños.