Condones en Palomares
La historia está mal escrita. En 1966, los nativos de Palomares asistieron al incendio de dos aviones norteamericanos, un bombardero B-52 y un aparato cisterna que le abastecía. Contrariando la creencia popular, las cuatro bombas que alojaban no eran nucleares, ni acumulaban cinco mil veces más potencia que la que destruyó Hiroshima. Sí es cierto que tres cayeron en el pueblo, pero nunca que dos de ellas liberasen uranio y plutonio radiactivo. Incuestionable es que la última la encontró Cacuito faenando gambusinos. Lo que no debemos creer es que los usamericanos improvisaron una operación en que trasladaron más de 1.400 toneladas de suelo radiactivo a un cementerio nuclear, participando militares, barcos de guerra y sumergibles. Todo eso es una leyenda urbana, tan descabellada como la insólita y gloriosa hazaña del cipote de Archidona. El contenido de las bombas era profiláctico. Una lluvia de condones anegó las cabezas de los nativos.
Avisado el ministro de información y turismo, presto y sensible según su hábito, aficionado al uso y tiro del condón, erecto ante tal derroche de látex, a fin de impulsar el turismo cultural, huir del mamotreto hotelero, los puertos deportivos y la furia inmobiliaria, proyectó la creación del primer Museo del Condón, en tributo al maná yanki. El centro de peregrinación y culto al preservativo recogería la evolución de la goma asesina, desde las rudimentarias maneras egipcias en forma de tripa de animal hasta el refinamiento de la fabricación con lino, cuero fino, caparazón de tortuga, caucho vulcanizado y, finalmente, sofisticado látex.
Hoy, el ex ministro, borracho de años, reniega de su fallido museo porque, insolidario, conoce que ya jugó sus fichas para morir de sida.
Avisado el ministro de información y turismo, presto y sensible según su hábito, aficionado al uso y tiro del condón, erecto ante tal derroche de látex, a fin de impulsar el turismo cultural, huir del mamotreto hotelero, los puertos deportivos y la furia inmobiliaria, proyectó la creación del primer Museo del Condón, en tributo al maná yanki. El centro de peregrinación y culto al preservativo recogería la evolución de la goma asesina, desde las rudimentarias maneras egipcias en forma de tripa de animal hasta el refinamiento de la fabricación con lino, cuero fino, caparazón de tortuga, caucho vulcanizado y, finalmente, sofisticado látex.
Hoy, el ex ministro, borracho de años, reniega de su fallido museo porque, insolidario, conoce que ya jugó sus fichas para morir de sida.
¿Alguien piensa de verdad que Fraga nunca ha usado preservativo? ¿Ni en los puticlubs? Un amante del riesgo, sí señor...