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Cómic

El ciudadano medio inicia con tebeos su periplo de lector de obras literarias. Esta travesía recorre toda su infancia y pubertad. Después de este viaje, suele producirse un hiato lectocomiquero que suele devenir eterno. La culpa es de la adolescencia, una edad antipática que censura la simultaneidad lectora de tebeos con la de empresas lectoras supuestamente mayores. También son responsables padres y profesores, que obligan la literatura seria de los autores clásicos. Se cercena el paso natural al cómic adulto (que aunque comúnmente suene a lo contrario, no es sinónimo de porno). Eso pasó a Cacuito. Lo triste es que sólo algunos retoman en edad adulta la pasión por las viñetas. Vuelven a releer los tebeos de su infancia, apreciando detalles y concluyendo enseñanzas más sabias. Descubren que existía soterrada una literatura comiquera adulta, un puente fresco y cercano a la realidad tendido entre el tebeo y la literatura seria, que debería ser de enseñanza obligatoria antes de introducirnos en las obras consideradas inmortales.

Que los lectores de comics adultos sean minoría es, creativamente, muy beneficioso. En contra de lo que ocurre con los escritores de novelas masivas, presionados por índices de ventas, obligados a escribir literatura convencional, de anémica enjundia intelectual y transgresora, los creadores de historietas, exentos de casi toda pasión lucrativa, pueden permitirse (pues no arriesgan nada) investigar e innovar. Como igualmente van a contar con los mismos míseros lectores, optan por sentirse a gusto con su trabajo. Y que nosotros lo disfrutemos.