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NOS PASÓ QUE TODO TIENE SU PRECIO

Y a quienes no lo ponen habrá que agradecerles algo, digo yo, si en éstas lo que tiene su valor, eso sin duda, no se cobra.

Entras en tasca de las de siempre y, aunque te sorprenda la escasez de parroquianos, entras en tasca de las de siempre. De las que debieran estar declaradas de utilidad pública.

Con una naturalidad de costumbre te decides a dar de comer a tu hija, hambrienta ella por demás. Cuchara olvidada, comida fría: subsanas estos inconvenientes sin grandes muestras de alegría por parte de la que te atiende, la hostelera en cuestión.

En éstas que, con ganas de comer, sólo te ofrece el lugar algo tan poco suculento, si esperas delicias del lugar, como avellanas y patatas fritas. En todo caso decides no consumir más que las bebidas.

Te cobran... “mira, es que yo he pedido esto y lo otro”, te disculpas casi. Y sí, la cuenta es correcta, pero es que no te has parado a pensar en que el gasto energético del microondas, objeto inanimado e infrecuente por estos lares, es real. ¡Que vaya olvido!

Tal vez por lo inusual del sucedido sacudes tu cabeza mientras las pocas cabezas del lugar se sacuden igualmente. Que me acaban de cobrar por calentar el alimento de una tierna criaturita es ya de una certeza incuestionable. Que me indigno, que nos indignamos... maldita imprevisibilidad de nuestra naturaleza humana.

Mantener una cierta compostura es el fruto de muchas decepciones en la vida, de un bagaje experiencial en sinsabores, en absurdos inesperados, en demagogias inclementes. Mas he ahí que se alcanza ese parámetro de madurez que a ti mismo te sorprende y sólo emprendes acciones legales sin acritud excesiva. Bien es cierto que el ejercicio de los propios derechos es lenitivo para la bilis que sobrepase límites razonables.

A lo que voy: que reclamar con presupuesta razón sienta la mar de bien. Y ahí quedó manifestada la ausencia de lista de precios en la que se estipulara la tarifa de la amortización del nombrado electrodoméstico y del consumo energético que nuestra osada petición de calentamiento provocó. No obstante conscientes de que el uso de la cuchara había sido obviado generosamente por la jefa del local y que la amenaza de cobrarnos el servicio en mesa (por otra parte efectuado por el que les dirige estas letras) también quedó relegada a un segundo plano tras el enervamiento que en su carácter se produjo.

Por todo ello regreso al inicio, en recorrido de bumerán, y agradezco al gremio de hostelería que nunca me hayan hecho insinuación alguna acerca del valor dinerario de ciertos favores que habitualmente les son solicitados por un humilde servidor: léase “un vasito de agua” “me calienta la comida de la niña” “¿un palillo no tendrá?”,... todo ello aderezado por un “por favor” y un “gracias” que siempre dan pie a la colaboración.
Chaferro
Chaferro dice:
11/01/2007 18:52

Querido Andi:

Toda prestación que un ser humano ofrece a otro exige contraprestación, bien sea de índole económica o sentimental.
Dudo que entre la hostelera y tu existieran lazos emotivos y mucho menos que alguien abra un establecimiento al público para desarrollar su carácter piadoso.
Toda persona con conciencia social debe presuponer que nada es gratis, porque además NADA ES GRATIS.

El camino andado me dice que para no frustar mis expectativas con los demás nunca espere nada de nadie, que respire... y aprenda a vivir en medio de este acojonante vacío intelectual...