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Mi perrito me hace caquita en la calle

Ojalá fuera el titular de una inquietud. De un pesar al que se le intenta dar respuesta en la sección “Consultorio sentimental para su animal de compañía” de alguna encumbrada revista del corazón canino. Y reconozco que no se trata de uno de los grandes problemas que aqueja a la sociedad actual.

Mas se demuestra día a día la incompatibilidad de considerarnos civilizad@s a la par que nos empeñamos en compartir con l@s demás, no nuestra cuenta bancaria, no el automóvil o, más brevemente, el móvil... no. Sino que nos encanta que l@s otr@s degusten y se deleiten con las fragancias, con las tonalidades y las texturas de las caquitas de nuestros queridísimos perritos (un beso desde aquí Laika querida, tú que al espacio llegaste por lo menos algo nos dejaste).

Está en juego la salud, la salubridad y las ganas de saludar de nuestr@s vecin@s que piensan sin decirlo (¿o ya estamos empezando a decirlo?): “ti@ guarr@ llévate la mierda pa tu casa”.

Me reconozco aprensivo ante las aceras de mi barrio. No necesito que me obliguen a ejercitarme en el “dribbling” (regate, of course) a lo Ronaldinho para evitar caquitas, cacas y ¡vaya pedazo de cagarrujón!, no he solicitado hacer patinaje nada artístico tras pisarlas. Y, lo que es más actual, más real, lo que hoy en día me toca más adentrito... no quiero que mi hija viva en una Huelva caracterizada por las “ditas” caquitas al alcance de sus tiernas manos.

Sin ponerme más trágico: sólo una invitación a la reflexión y al respeto. Gracias.