En otro sentido
Ella estaba en su supermercado de siempre y esta vez también él apareció en el supermercado de siempre, el de ella, claro. Ella se sorprendió, confusa y un poco divertida: “¿cómo sabes que yo vengo aquí?” (cómo me has localizado en mi refugio de intimidad, de lujuria y pecado en el que me solazo frente a tetrabricks impronunciables, papeles higiénicos ineludibles, patatas y otros caprichos).
Él se giró, dio un giro teatral mirando al tendido, gustándose en la meditada respuesta, buscando la complicidad de los presentes, saboreando con deliciosa lentitud el... “por el olor”, espetó con sorna. Ya la descubrió en su quehacer diario, de “aficiones” de rutina, de trabajos incrustados cuasi genéticamente en sus huesos.
Ella compraba el sustento diario de estómagos exigentes y poco agradecidos mientras él salió de caza y, por el olfato, la localizó, por fin.
Y se volvieron a casa compartiendo dirección y casi nada más. No se hablaban, no se miraban. Se fueron a su casa de él y, en otro sentido, de ella.
Él se giró, dio un giro teatral mirando al tendido, gustándose en la meditada respuesta, buscando la complicidad de los presentes, saboreando con deliciosa lentitud el... “por el olor”, espetó con sorna. Ya la descubrió en su quehacer diario, de “aficiones” de rutina, de trabajos incrustados cuasi genéticamente en sus huesos.
Ella compraba el sustento diario de estómagos exigentes y poco agradecidos mientras él salió de caza y, por el olfato, la localizó, por fin.
Y se volvieron a casa compartiendo dirección y casi nada más. No se hablaban, no se miraban. Se fueron a su casa de él y, en otro sentido, de ella.
Crónica de un desencuentro