Turismo... ¿de calidad?
El modelo turístico que se comenzó a configurar en Andalucía a partir de la década de los sesenta, carente de ordenación y destructor neto de recursos naturales, ha demostrado ya de largo ser insostenible, tanto desde el punto de vista medioambiental como desde el socioeconómico. Baste decir que en los destinos turísticos maduros andaluces, tan maduros que en muchos casos comienzan ya a oler a podrido, el mantenimiento de la base económica turística sólo ha sido posible mediante un abaratamiento brutal de los precios, una reducción en la calidad de los servicios y una continua precarización del empleo y en las condiciones laborales que sufren los trabajadores del sector. Algo, que por otra parte, era más que previsible dado que la continua degradación de los recursos naturales, así como la urbanización masiva en estas áreas, las ha llevado a la pérdida casi absoluta de los valores y atractivos que dieron lugar a la demanda inicial. Ello ha llevado a que últimamente sea permanente el debate sobre la necesidad de reconvertir este modelo y a que, a la hora de tratar de definir la "piedra filosofal" que posibilite esta reconversión, se haga continuamente referencia a la necesidad de potenciar el turismo de calidad.
Este debate general cobra especial relevancia en aquellas áreas donde las expectativas y potencialidades turísticas, como es el caso del litoral de Huelva, son mayores. Pero, ¿qué es el turismo de calidad? Mucho me temo que estemos tendiendo aberrantemente a confundir el turismo de calidad con un turismo dirigido a satisfacer la demanda de las élites con alto poder adquisitivo, al servicio de las cuales, normalmente, se configura un modelo turístico voraz depredador de recursos de todo tipo, insolidario y con escasa o nula incidencia en la mejora de las condiciones socioeconómicas del área en el que se asienta.
Sirva de ejemplo el proceso seguido por la implantación del sector turístico en países subdesarrollados, la cual se ha producido habitualmente sobre la base de esa identificación entre turismo de calidad y el turismo de las élites. Esto, en lugar de contribuir al desarrollo socioeconómico de estos países, ha llevado a la profundización en un modelo colonial que destina los mejores espacios para satisfacer las “necesidades” de especuladores y turistas de alto poder adquisitivo, relegando a la población local y a otros visitantes de menor capacidad de gasto a la condición de ciudadanos de segunda categoría. Un modelo en el que, además, los espacios turísticos funcionan aislados, por no decir “bunkerizados”, y sin ninguna relación con su entorno y en el que, por lo tanto, el sector no contribuye a la mejora de las condiciones de vida de la población local, acumulándose los beneficios en las manos de los accionistas de grandes cadenas hoteleras o de servicios turísticos de ámbito transnacional.
En el litoral de Huelva no deberíamos permitir que se produjese esa indeseable yuxtaposición de dos modelos enfrentados en el uso del espacio: uno de baja ocupación y alto “standing” al servicio del turismo de "calidad", y otro masificado y de bajo nivel para los usuarios tradicionales, poniendo los mejores espacios al servicio privado de unos pocos. Porque, a poco que se piense, a nadie debería escapársele que el “mimo” con el que, sin duda, los poderes públicos tratarían a estas “joyas de la corona”, obligaría, para su mantenimiento, a detraer recursos que deberían estar destinados al resto del territorio, con el consiguiente deterioro de los servicios municipales y de otro carácter público en estas áreas de segunda, tercera y hasta cuarta categoría. Ya ha ocurrido, y es un buen ejemplo, con la implantación de la alta velocidad ferroviaria para unir unas pocas grandes ciudades, que ha condenado al resto del territorio a sufrir unos servicios ferroviarios tercermundistas, cuando no a la total desaparición de éstos.
Para lograr un desarrollo sostenible del sector turístico es necesario que comencemos a cambiar el concepto que tenemos del turismo de calidad para hacerlo coincidir con los planteamientos, que al menos a nivel teórico, hace años viene ya manejando la Organización Mundial del Turismo. Para esta Organización el turismo de calidad es aquel que es compatible con el uso social de los recursos y con su conservación, es respetuoso con la naturaleza y con las peculiaridades locales y hace participe de sus beneficios al conjunto de la población local.
Sólo así conseguiremos un sector turístico que contribuya a lograr un futuro desarrollo sostenible en el litoral de Huelva. Desarrollo sostenible que, más allá de definiciones y consideraciones teóricas, podría decirse que nadie conoce aún lo que debiera significar en la práctica. Pretender lo contrario sería, según los casos, un acto de presunción o de cinismo.
No obstante, y a pesar de esta ignorancia, el desarrollo sostenible es algo hacia lo que debemos y podemos caminar, algo que entre todos, mediante el consenso y anteponiendo los intereses sociales actuales y de las generaciones futuras a los intereses particulares, podemos y debemos construir.
Dice José Manuel Castillo López, profesor del Departamento de Economía aplicada de la Universidad de Granada, en su libro "La Reforma Fiscal Ecológica": "La evidencia nos enseña que, con frecuencia, para disponer de cosas que no valen lo que cuestan destruimos recursos que todavía no cuestan lo que valen."
Tal vez cuando todos aprendamos a valorar en su justa medida las cosas y los recursos, logrando el equilibrio entre lo que cuestan y lo que realmente valen, hayamos aprendido la primera lección imprescindible para construir ese desarrollo sostenible cuya propia terminología hemos acabado desvirtuando a fuerza de utilizarla con fines espurios. Sólo tras comprender esa primera lección teórica, y tras ponerla en práctica, podremos pretender potenciar un turismo de calidad y no al servicio de determinadas élites cuya calidad, en la mayoría de las ocasiones, sólo depende del calibre de sus cuentas corrientes.
Este debate general cobra especial relevancia en aquellas áreas donde las expectativas y potencialidades turísticas, como es el caso del litoral de Huelva, son mayores. Pero, ¿qué es el turismo de calidad? Mucho me temo que estemos tendiendo aberrantemente a confundir el turismo de calidad con un turismo dirigido a satisfacer la demanda de las élites con alto poder adquisitivo, al servicio de las cuales, normalmente, se configura un modelo turístico voraz depredador de recursos de todo tipo, insolidario y con escasa o nula incidencia en la mejora de las condiciones socioeconómicas del área en el que se asienta.
Sirva de ejemplo el proceso seguido por la implantación del sector turístico en países subdesarrollados, la cual se ha producido habitualmente sobre la base de esa identificación entre turismo de calidad y el turismo de las élites. Esto, en lugar de contribuir al desarrollo socioeconómico de estos países, ha llevado a la profundización en un modelo colonial que destina los mejores espacios para satisfacer las “necesidades” de especuladores y turistas de alto poder adquisitivo, relegando a la población local y a otros visitantes de menor capacidad de gasto a la condición de ciudadanos de segunda categoría. Un modelo en el que, además, los espacios turísticos funcionan aislados, por no decir “bunkerizados”, y sin ninguna relación con su entorno y en el que, por lo tanto, el sector no contribuye a la mejora de las condiciones de vida de la población local, acumulándose los beneficios en las manos de los accionistas de grandes cadenas hoteleras o de servicios turísticos de ámbito transnacional.
En el litoral de Huelva no deberíamos permitir que se produjese esa indeseable yuxtaposición de dos modelos enfrentados en el uso del espacio: uno de baja ocupación y alto “standing” al servicio del turismo de "calidad", y otro masificado y de bajo nivel para los usuarios tradicionales, poniendo los mejores espacios al servicio privado de unos pocos. Porque, a poco que se piense, a nadie debería escapársele que el “mimo” con el que, sin duda, los poderes públicos tratarían a estas “joyas de la corona”, obligaría, para su mantenimiento, a detraer recursos que deberían estar destinados al resto del territorio, con el consiguiente deterioro de los servicios municipales y de otro carácter público en estas áreas de segunda, tercera y hasta cuarta categoría. Ya ha ocurrido, y es un buen ejemplo, con la implantación de la alta velocidad ferroviaria para unir unas pocas grandes ciudades, que ha condenado al resto del territorio a sufrir unos servicios ferroviarios tercermundistas, cuando no a la total desaparición de éstos.
Para lograr un desarrollo sostenible del sector turístico es necesario que comencemos a cambiar el concepto que tenemos del turismo de calidad para hacerlo coincidir con los planteamientos, que al menos a nivel teórico, hace años viene ya manejando la Organización Mundial del Turismo. Para esta Organización el turismo de calidad es aquel que es compatible con el uso social de los recursos y con su conservación, es respetuoso con la naturaleza y con las peculiaridades locales y hace participe de sus beneficios al conjunto de la población local.
Sólo así conseguiremos un sector turístico que contribuya a lograr un futuro desarrollo sostenible en el litoral de Huelva. Desarrollo sostenible que, más allá de definiciones y consideraciones teóricas, podría decirse que nadie conoce aún lo que debiera significar en la práctica. Pretender lo contrario sería, según los casos, un acto de presunción o de cinismo.
No obstante, y a pesar de esta ignorancia, el desarrollo sostenible es algo hacia lo que debemos y podemos caminar, algo que entre todos, mediante el consenso y anteponiendo los intereses sociales actuales y de las generaciones futuras a los intereses particulares, podemos y debemos construir.
Dice José Manuel Castillo López, profesor del Departamento de Economía aplicada de la Universidad de Granada, en su libro "La Reforma Fiscal Ecológica": "La evidencia nos enseña que, con frecuencia, para disponer de cosas que no valen lo que cuestan destruimos recursos que todavía no cuestan lo que valen."
Tal vez cuando todos aprendamos a valorar en su justa medida las cosas y los recursos, logrando el equilibrio entre lo que cuestan y lo que realmente valen, hayamos aprendido la primera lección imprescindible para construir ese desarrollo sostenible cuya propia terminología hemos acabado desvirtuando a fuerza de utilizarla con fines espurios. Sólo tras comprender esa primera lección teórica, y tras ponerla en práctica, podremos pretender potenciar un turismo de calidad y no al servicio de determinadas élites cuya calidad, en la mayoría de las ocasiones, sólo depende del calibre de sus cuentas corrientes.
La lectura del magnífico artículo de José Ramón Andikoetxea, referido al caso concreto de Punta Umbría, me ha llevado a tratar de ampliar el ámbito de análisis, tanto espacial como temporal, en el que se producen los impactos negativos de un sector turísitico en el que no es oro todo lo que reluce, y que puede llevar al conjunto del litoral onubense en no mucho tiempo a una situación de insostenibilidad de consecuencias muy negativas. En cualquier caso, he de decir que el texto está basado en gran parte en otro que escribí en al año 2001 (y es que hay cosas que, por desgracia, no terminan de cambiar).