Taumaturgia o ¿entelequia del pactismo?
(o del declive hacia el colapso)
El medio ambiente, o el biotopo, que nos mantiene y nos proporciona todo lo que necesitamos para nuestro desarrollo individual y como especie sufre en la actualidad un cúmulo de agresiones antrópicas de tal magnitud, que ya hace tiempo comenzaron a surgir síntomas., como el calentamiento global, la destrucción de la capa de ozono, la pérdida de biodiversidad, la deforestación y un largo etcétera que, en última instancia, por muy inconscientes que nos mostremos ante ello, vienen a demostrarnos la precariedad en la que cada vez más se asienta la supervivencia del ser humano (y de otros entes con igual fisonomía, pero que no merecen la denominación ni de ser ni de humano) sobre la Tierra. Así ha venido a manifestarlo Dennis Meadows, uno de los autores hace 34 años, del célebre informe al Club de Roma sobre los “Límites del Crecimiento”, en una entrevista concedida el pasado 30 de mayo a La Vanguardia. “Mantener el incremento del consumo, del crecimiento industrial y de la depredación de recursos naturales” nos llevará al colapso, a “la hipótesis Gaia, de Lovelock: puesto al límite de sus posibilidades, el planeta se vengará... y se nos sacudirá de encima”. Se produciría una extinción y “quedaría sólo una veintena de individuos perdidos por el Ártico, por ejemplo...”
Frente a esta realidad apocalíptica que con realismo y crudeza nos expone Meadows y en la cual hemos superado con creces lo que Ulrich Beck definió como a sociedad del riesgo (que es la contingencia, es decir la posibilidad de que suceda o no, de un daño) para adentrarnos de lleno en la sociedad del peligro (o la contingencia inminente de que ese daño suceda), hoy surge como tótem de lo políticamente correcto, con una supuesta capacidad ilimitada para obrar prodigios, la socio-política del pacto.
Que el desierto avanza, que desaparecen las playas, que se derrite el Ártico, que se desvanece la capa de ozono, que desaparece el lince o arden como una pira funeraria nuestros bosques… ¡No se preocupe!, no es tan grave y aún estamos a tiempo de poner en marcha los mecanismos infalibles y tautológicos de la magia pactista. Todo podrá resolverse poniéndonos de acuerdo. Pactemos. Un gran pacto mediante el cual todas y cada una de las fuerzas políticas y de los grupos sociales organizados de algún modo aúnen objetivos y criterios para hacer frente a cada problema ambiental en cuestión. Sin duda una bella melodía capaz de seducirnos como canto de aladas sirenas. Pero el problema, por supuesto orillado por mor de ese mismo pacto, surge ya con la letra de la primera obligada estrofa en cualquier sinfonía u opereta del pacto. Una estrofa a la que se atribuye el carácter de indispensable para que la armonía pactista prospere. No seamos beligerantes, todos a una, no hagamos arma política de la crítica acerca del problema que nos atañe, seamos buenos chicos y no nos dejemos de desenvolver en el marco de las reglas de juego existentes, esas que todos, según dicen, nos hemos dado. En definitiva, establezcamos un pacto de silencio, una omertá, corramos un estúpido (perdón, quise decir tupido) velo, sobre el origen de los problemas, evitemos que la sociedad, esa que no está organizada –que es casi toda- pueda conocer la verdad, que los alarmismos no son buenos compañeros de viaje y son un obstáculo casi insalvable para la articulación de soluciones efectivas.
Pues bien, sin duda, hacer de esta melodía cadenciosa y amable dogma de fe, sólo puede llevar a la catástrofe o, como dice Meadows, al colapso. No obstante, resulta evidente que hay un buen número de cuestiones sobre la que es posible y necesario pactar y aunar esfuerzos, aquellas que se encuadran en el contexto del sistema productivo capitalista que es lo mismo que decir aquellas que funcionan gracias a los mecanismos que “dirigen” el mercado. Pero esto sólo significa poner parches a un barco donde no dejan de surgir más y más potentes vías de agua. Esto sólo conduce a retrasar el naufragio.
Porque la raíz del problema no está en la mar, sino en el barco que hemos elegido o, mejor dicho, que nos ha sido dado para esta singladura. Las organizaciones que se pretenden de la izquierda, de la verdadera izquierda, las que dicen aspirar otro mundo que vislumbran como posible, no pueden quedarse sólo en la dinámica del pacto pacato y pusilánime, sino que han de ser beligerantes con las raíces del problema: Unas raíces que se encuentran profundamente enraizadas en el propio sistema. Es el capitalismo, que sólo puede retroalimentarse partiendo de desigualdad creciente y la explotación de los seres humanos y los recursos naturales, el origen de que avance el desierto, de que se pierdan las playas, de que vaya a desparecer –que desaparecerá- el lince, del cambio climático, de la pérdida de biodiversidad.
La verdadera izquierda socio-política no debe sucumbir al canto mudo de las sirenas, a la omertá. Porque,.volviendo al principio de este artículo y a las reflexiones de Meadows, el peligro inminente de colapso viene dado por el consumo desaforado, por el crecimiento industrial, por la depredación de los recursos naturales, por la desigualdad y por la codicia. ¿Qué es todo esto? Pues nada más ni nada menos que las bases sobre las que se asienta el capitalismo. Por lo tanto, el único pacto posible, el único pacto con el que debería estar dispuesta a comulgar la izquierda –si es que todavía existe un poco de verdadera izquierda- sería aquel que tuviese como objetivos la erradicación de las desigualdades, de la explotación de los seres humanos y de los recursos naturales y del consumismo desaforado. O lo que es lo mismo, todos a una contra el capitalismo. Porque ese es el único camino para evitar el colapso. La izquierda debe estar dispuesta a corresponsabilizarse de todo. De todo menos del colapso. Porque todo lo que no sea pactar contra las raices de los males, en última instancia el capitalismo, son cantos de sirenas.
El medio ambiente, o el biotopo, que nos mantiene y nos proporciona todo lo que necesitamos para nuestro desarrollo individual y como especie sufre en la actualidad un cúmulo de agresiones antrópicas de tal magnitud, que ya hace tiempo comenzaron a surgir síntomas., como el calentamiento global, la destrucción de la capa de ozono, la pérdida de biodiversidad, la deforestación y un largo etcétera que, en última instancia, por muy inconscientes que nos mostremos ante ello, vienen a demostrarnos la precariedad en la que cada vez más se asienta la supervivencia del ser humano (y de otros entes con igual fisonomía, pero que no merecen la denominación ni de ser ni de humano) sobre la Tierra. Así ha venido a manifestarlo Dennis Meadows, uno de los autores hace 34 años, del célebre informe al Club de Roma sobre los “Límites del Crecimiento”, en una entrevista concedida el pasado 30 de mayo a La Vanguardia. “Mantener el incremento del consumo, del crecimiento industrial y de la depredación de recursos naturales” nos llevará al colapso, a “la hipótesis Gaia, de Lovelock: puesto al límite de sus posibilidades, el planeta se vengará... y se nos sacudirá de encima”. Se produciría una extinción y “quedaría sólo una veintena de individuos perdidos por el Ártico, por ejemplo...”
Frente a esta realidad apocalíptica que con realismo y crudeza nos expone Meadows y en la cual hemos superado con creces lo que Ulrich Beck definió como a sociedad del riesgo (que es la contingencia, es decir la posibilidad de que suceda o no, de un daño) para adentrarnos de lleno en la sociedad del peligro (o la contingencia inminente de que ese daño suceda), hoy surge como tótem de lo políticamente correcto, con una supuesta capacidad ilimitada para obrar prodigios, la socio-política del pacto.
Que el desierto avanza, que desaparecen las playas, que se derrite el Ártico, que se desvanece la capa de ozono, que desaparece el lince o arden como una pira funeraria nuestros bosques… ¡No se preocupe!, no es tan grave y aún estamos a tiempo de poner en marcha los mecanismos infalibles y tautológicos de la magia pactista. Todo podrá resolverse poniéndonos de acuerdo. Pactemos. Un gran pacto mediante el cual todas y cada una de las fuerzas políticas y de los grupos sociales organizados de algún modo aúnen objetivos y criterios para hacer frente a cada problema ambiental en cuestión. Sin duda una bella melodía capaz de seducirnos como canto de aladas sirenas. Pero el problema, por supuesto orillado por mor de ese mismo pacto, surge ya con la letra de la primera obligada estrofa en cualquier sinfonía u opereta del pacto. Una estrofa a la que se atribuye el carácter de indispensable para que la armonía pactista prospere. No seamos beligerantes, todos a una, no hagamos arma política de la crítica acerca del problema que nos atañe, seamos buenos chicos y no nos dejemos de desenvolver en el marco de las reglas de juego existentes, esas que todos, según dicen, nos hemos dado. En definitiva, establezcamos un pacto de silencio, una omertá, corramos un estúpido (perdón, quise decir tupido) velo, sobre el origen de los problemas, evitemos que la sociedad, esa que no está organizada –que es casi toda- pueda conocer la verdad, que los alarmismos no son buenos compañeros de viaje y son un obstáculo casi insalvable para la articulación de soluciones efectivas.
Pues bien, sin duda, hacer de esta melodía cadenciosa y amable dogma de fe, sólo puede llevar a la catástrofe o, como dice Meadows, al colapso. No obstante, resulta evidente que hay un buen número de cuestiones sobre la que es posible y necesario pactar y aunar esfuerzos, aquellas que se encuadran en el contexto del sistema productivo capitalista que es lo mismo que decir aquellas que funcionan gracias a los mecanismos que “dirigen” el mercado. Pero esto sólo significa poner parches a un barco donde no dejan de surgir más y más potentes vías de agua. Esto sólo conduce a retrasar el naufragio.
Porque la raíz del problema no está en la mar, sino en el barco que hemos elegido o, mejor dicho, que nos ha sido dado para esta singladura. Las organizaciones que se pretenden de la izquierda, de la verdadera izquierda, las que dicen aspirar otro mundo que vislumbran como posible, no pueden quedarse sólo en la dinámica del pacto pacato y pusilánime, sino que han de ser beligerantes con las raíces del problema: Unas raíces que se encuentran profundamente enraizadas en el propio sistema. Es el capitalismo, que sólo puede retroalimentarse partiendo de desigualdad creciente y la explotación de los seres humanos y los recursos naturales, el origen de que avance el desierto, de que se pierdan las playas, de que vaya a desparecer –que desaparecerá- el lince, del cambio climático, de la pérdida de biodiversidad.
La verdadera izquierda socio-política no debe sucumbir al canto mudo de las sirenas, a la omertá. Porque,.volviendo al principio de este artículo y a las reflexiones de Meadows, el peligro inminente de colapso viene dado por el consumo desaforado, por el crecimiento industrial, por la depredación de los recursos naturales, por la desigualdad y por la codicia. ¿Qué es todo esto? Pues nada más ni nada menos que las bases sobre las que se asienta el capitalismo. Por lo tanto, el único pacto posible, el único pacto con el que debería estar dispuesta a comulgar la izquierda –si es que todavía existe un poco de verdadera izquierda- sería aquel que tuviese como objetivos la erradicación de las desigualdades, de la explotación de los seres humanos y de los recursos naturales y del consumismo desaforado. O lo que es lo mismo, todos a una contra el capitalismo. Porque ese es el único camino para evitar el colapso. La izquierda debe estar dispuesta a corresponsabilizarse de todo. De todo menos del colapso. Porque todo lo que no sea pactar contra las raices de los males, en última instancia el capitalismo, son cantos de sirenas.