Sembrar
Este año, este hermoso acto estaba previsto en principio para el día 19 de marzo, pero el mal tiempo hizo que se pospusiera y que se haya llevado a la práctica el pasado domingo. En el entorno del área recreativa de “El Corchito” nos reunimos unas 50 o 60 personas, entre adultos y niños y sembramos, además de alcornoques, madroños, mirto y lentisco, un montón de ilusiones.
El año pasado le correspondió presentar este maravilloso acto de esperanza a mi gran amiga María Gómez, y en esta ocasión he sido yo el afortunado, y, aunque es imposible superar la sensibilidad y capacidad humana y poética de María, creo que he conseguido estar a la altura.
Esta fue la presentación que leí con una gran emoción.
Sembrar
Hoy, queridos amigos, nos hemos congregado aquí para una hermosa liturgia. Una liturgia amable rebosante de fe y esperanza, de compromiso, de futuro, de vida.
Hoy estamos aquí con nuestras hijas y nuestros hijos para sembrar un árbol, uno por cada uno de ellos, uno para cada uno de ellos, o diez o mil o millones de árboles para todos los niños del mundo, para todos los hombres, para todas las mujeres del mundo, para nosotros, adultos, que, con este humilde gesto simbólico, podemos empezar a recuperar la ilusión, tal vez perdida, por crecer como seres humanos y por hacer crecer la Tierra. Porque, aunque es muy difícil, ¿quién sabe, si por fortuna mañana, esta savia que hoy estamos introduciendo a nuestra simiente en la sangre, terminará por universalizar una imparable epidemia de amor y respeto por la Naturaleza, por lo vivo?
Sembrar un árbol ¡Parece tan fácil!
Pero sembrar un árbol no es fácil. Porque al igual que cuando sembramos un hijo, ya no podemos dejar de regarlo ni de luchar con frutos y flores para tratar de salvaguardarlo del incendio o del hacha inmisericordes que, prestos, acechan siempre dispuestos a arrebatárnoslo en un instante, cuando sembramos un árbol, también adquirimos un compromiso de por vida. Sembrar un hijo, sembrar un árbol, sembrar un libro o, al menos, un poema. Algo, todo ello, que no deberíamos dejar de hacer en esta oportunidad única que se nos brinda con la vida. Pero teniendo siempre presente que la siembra, más que terminar, comienza en el momento del alumbramiento, y que el mínimo descuido es oportunidad suficiente para la cizaña.
Sembrar un árbol ¡Parece tan irrelevante!
Pero sembrar un árbol no es irrelevante. Porque hoy, junto con nuestro árbol, junto con el árbol de todos, estamos sembrando manantiales de agua fresca, estamos sembrando la caricia de una suave brisa de aire limpio y fragante, el vuelo multicolor de la mariposa en un ocaso encarnado, el refugio del pájaro herido en la tormenta, una morada para el rocío en el crepúsculo de la mañana, el aroma indispensable de las flores, el rumor del viento esparcido entre las hojas, el carbón para el fuego en el invierno, el bastón y la sombra para dar apoyo y fuerzas al viajero cansado, la mesa a la que sentarnos agradecidos por el fruto del trabajo y por la vida, la cama que nos arrulla y nos mantiene a salvo de los fantasmas de la noche, el papel donde escribir un poema, una carta de amor o una declaración de Derechos Humanos.
Netzahualcóyotl, rey poeta chichimeca que vivió en el Méjico precolombino del siglo XV, dejó dicho que "sólo es verdadero lo que tiene raíz". Hoy, aquí, estamos sembrando verdades como puños; verdades que, con nuestra ayuda y compromiso, arraigarán profundamente en el amor y en la Tierra; verdades que permitirán a las generaciones futuras hacer frente al espejismo de un falso progreso contaminado de mentiras. Sin savia. Sin raíces. Sin paz ni justicia. Un “progreso” que ya no se conforma sólo con hacer leña del árbol caído, sino que, como si de un nuevo rey Midas se tratase, pretende transformar cualquier hálito de vida en oro estéril con sus torpes manos enfermas de avaricia.
Hoy estamos sembrando indispensables proyectos de verdades con vocación de ser firmes, profundas, fructíferas e irrevocables. Proyectos que al crecer, al materializarse en futuro y esperanza, nos devolverán con creces una feraz cosecha como fruto de este acto de amor y generosidad que hoy estamos prodigando. Este es, sin duda, un acto de verdad relevante que se compromete a un gran esfuerzo de por vida, para la vida.
Porque hoy no sólo estamos sembrando árboles, pájaros y mariposas. El árbol, aun siendo imprescindible, es sólo el pretexto, el motivo para aventar por los surcos de esta tierra una simiente mucho más importante. Porque hoy estamos también sembrando, en nuestras hijas y nuestros hijos, el amor por la Naturaleza. Y el amor, cuando arraiga, es un sentimiento incontenible, sin freno, sin límites. Quién aprende amar de verdad, el que ama la verdad, lo ama todo. A la Naturaleza, a sus hijos, a sus padres, a sus amigos, a todos sus semejantes e, incluso, a los que son diferentes. Así, hoy, estamos sembrando la sonrisa, el amor. Estamos sembrando la paz. Cada uno de estos arbolitos incipientes es símbolo y también semilla de paz.
Hoy quiero pensar que, todos los que estamos aquí, estamos seguros de querer que estos hombres y mujeres del mañana cuiden y mantengan para sus hijos y sus hijas este vergel único con que hemos sido agraciados. Pero no basta con estar seguros. No basta con que enseñemos a nuestros hijos a depositar la simiente.
No; para estar realmente seguros, es preciso que de hoy en adelante no dejemos de acompañar a estos niños en el cumplimiento de este compromiso que hemos adquirido con ellos y con la Tierra. Es preciso que continuemos enseñándolos, y aprendiendo al mismo tiempo, a sembrar el vergel, a regarlo, a modelarlo con respeto, a hacerlo territorio de todos y propiedad de nadie, y, sobre todo, a tener vocación de fundirse indivisibles con este edén único. Cuando un niño o un hombre -aún estamos a tiempo- aprenden a sembrar de este modo, ya nunca podrán hacer de manera consciente nada que signifique destrucción u odio.
Hoy no estamos sólo sembrando un árbol, hoy todos los que estamos aquí, madres, padres e hijos, nos estamos confirmando en la vida, porque, como nos dijo José Ángel Buesa en su poema “Sembrar”, “la vida es eso: ¡Sembrar, sembrar, sembrar!”
Sembrar
De José Ángel Buesa
Alza la mano y siembra, con un gesto impaciente,
en el surco, en el viento, en la arena, en el mar...
Sembrar, sembrar, sembrar, infatigablemente:
En mujer, surco o sueño, sembrar, sembrar, sembrar...
Yérguete ante la vida con la fe de tu siembra;
siembra el amor y el odio, y sonríe al pasar...
La arena del desierto y el vientre de la hembra
bajo tu gesto próvido quieren fructificar...
Desdichados de aquellos que la vida maldijo,
que no soñaron nunca ni supieron amar...
Hay que sembrar un árbol, un ansia, un sueño, un hijo.
Porque la vida es eso: ¡Sembrar, sembrar, sembrar!
Muchas gracias a todos por haber querido hoy aquí sembrar un árbol, sembrar una ilusión, sembrar el amor, sembrar un ansia, sembrar la paz, sembrar un sueño, sembrar la vida. Sembrar en cada uno de nuestros hijos y nuestras hijas ¡Sembrar! Y, queridos amigos, a partir de ahora no confiemos sólo en la lluvia para que salga adelante toda esta simiente.
Bonares, 26 de marzo de 2006
Este texto no habría sido posible sin la existencia previa del magnífico poema “Sembrar”, de José Ángel Buesa, en el cual se ha inspirado. Si alguien encuentra en el mismo algún mérito, sin duda, hay que atribuirlo por entero a este gran poeta cubano.
EXTRAORDINARIO...MIS FELICITACIONES. PRESENTACION BELLISIMA, SENSIBLE, EMOTIVA.